Veinte años después del segundo referéndum (con una pregunta muy complicada) que estuvo a punto de sellar la ruptura entre Quebec y Canadá (lo ganó la permanencia tan sólo por el 50,82%), la situación ha cambiado. El independentismo se ha reducido a un 31%-34% (un 37% entre los francófonos), lo que no es poco cuando, además, los soberanistas ganan repetidamente las elecciones provinciales, aunque ya han dejado de pedir nuevos refrendos. Pero a la vez, el sentimiento de pertenencia a Canadá de los québécois también se ha reducido. Es lo que el politólogo André Lecours, que recientemente estuvo en Madrid, en el Real Instituto Elcano y en Barcelona, llama “la paradoja de Quebec”:
“Aunque el independentismo en Quebec es mucho menor que hace 20 años, al mismo tiempo los quebequeses se sienten menos canadienses que nunca”.
La ignorancia mutua ha aumentado. Tiene sus explicaciones, aunque ninguna unívoca. El orgullo de ser canadiense en el conjunto del país está en un 87%, y en Quebec en un 70%, el más bajo de Canadá, y se reduce a un 66% entre los francófonos frente a un 90% entre los anglófonos de la provincia, según una encuesta de 2013 publicada recientemente. En cuestión de aprecio a los símbolos (la Carta, la bandera y el himno nacional, etc.), la diferencia es aún mayor.
Para empezar, este independentismo se vio impulsado por unas reformas constitucionales en los 80 que no dieron satisfacción a Quebec, lo que lleva a pensar a algunos observadores canadienses que una reforma constitucional mal llevada puede ser peor que ninguna a la hora de alimentar este tipo de independentismo. A la vez, añade Lecours, “la federalización de Canadá ha debilitado el sentimiento canadiense”, en general. Tampoco ha tenido completo éxito en términos identitarios propios el hecho de que la educación esté totalmente en manos del gobierno quebequés, y el uso de los símbolos por éste. Pero a la vez, para Lecours y otros, el sistema federal, con un amplio poder y autonomía fiscal (80%) de las provincias, incluido Quebec, hace que la opción independentista haya perdido una parte de su atractivo. Ha habido asimismo un cambio económico: en 1961 un 47% de las empresas en Quebec eran de propiedad francófona. Ya en 2003, según un estudio, el 63% del empleo en Quebec estaba bajo control francófono, el 24% anglófono y el 13% extranjero.
Pesa también la opinión del Tribunal Supremo tras aquel referéndum que llevó a la famosa Ley de Claridad (obra de Stéphan Dion, el nuevo ministro de Asuntos Exteriores), que exige para otro referéndum una pregunta clara y un resultado claro, aunque no lo cifra. Alain Miville de Chêne recuerda que de 107 países que han logrado la independencia desde principios del siglo pasado, solo 28 lo han hecho por referéndum. Y de estos, 22 por mayorías superiores al 90%. Únicamente Malta y Montenegro lo hicieron por tan sólo un 55%. La división de la sociedad de Quebec en dos (en la cual el 77% son francófonos y comparten un sentimiento de pertenencia a lo que consideran una nación) en 1995 puede haber contribuido a dar ese paso atrás.
Cuentan también otros factores. Como el hecho de que una juventud más independentista en Quebec en 1995 no implica necesariamente que los jóvenes en la actualidad sigan siéndolo. A estos jóvenes de hoy en todo Canadá, Quebec incluido, les importa menos el sentimiento de pertenencia, pues miran sus posibilidades profesionales de una forma cada vez más globalizada. Y los jóvenes de hace 20 años se han vuelto más cautos con la edad, en una sociedad envejecida. Es, por otra parte, difícil calibrar si el hecho de la co-oficialidad del francés con el inglés a nivel federal, introducida por Pierre Trudeau en 1969, ha tenido alguna influencia real.
Cuenta asimismo la inmigración en un país crecientemente multicultural. Cada año, recuerda también Miville de Chêne, entran en Quebec (de 8,3 millones de habitantes) 50.000 inmigrantes, o un millón en 20 años, muchos de los cuales no se identifican ni con Quebec ni con Canadá. Esto explica en parte la sociología del distanciamiento de una idea de Canadá.
Aunque su “federalismo abierto”, con compartimentos estancos, según Lecours ha reducido las fricciones, según otros observadores los casi 10 años de primer ministro del conservador Stephen Harper han alejado a muchos quebequeses de una idea de Canadá que querían más progresista en términos de derechos civiles, protección del medio ambiente y de protección social, algo que también ocurre con el nacionalismo escocés frente al conservadurismo inglés. Quizá esto cambie con el nuevo gobierno del liberal Justin Trudeau que es, como su padre, de una familia quebequesa mixta. Como dijo Heráclito, “todo fluye, nada permanece”.