De la intervención del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en la Conferencia de Seguridad de Munich el pasado 13 de febrero, se podría deducir cómo será la Cumbre de la Alianza, prevista en Varsovia el 8 y 9 de julio en lo referente a las relaciones con Rusia. Según Stoltenberg, una Rusia más asertiva es la que está desestabilizando el orden de seguridad europeo, aunque la OTAN no estaría buscando la confrontación y no busca una nueva guerra fría.
Emplear el término “guerra fría” es un recurso tan tópico como habitual. Quizá sería más adecuado referirse a una “paz fría”, un concepto utilizado por Boris Yeltsin hace dos décadas. La verdadera guerra fría era global e ideológica, y la situación actual recuerda el concepto de esferas de influencia del siglo XIX o, sin tomarlo al pie de la letra, al de “paz armada”, anterior a la Gran Guerra. Como entonces, se refuerzan los dispositivos militares pero no se dan por clausurados los contactos entre bandos opuestos, aunque priman las relaciones bilaterales sobre las multilaterales. Hoy como ayer, aparece la “cuadratura del círculo”, por emplear una expresión usada por Stoltenberg. ¿Cómo se cuadra, según el secretario general? Su respuesta fue nítida: “Creo firmemente que la respuesta es más defensa y más diálogo”. En efecto, la defensa colectiva vuelve a estar en el primer plano de la Alianza, mientras que la seguridad cooperativa, uno de los hilos conductores de la organización en la posguerra fría, pasa a un plano más discreto. La disuasión (deterrence) aplicada también a los aspectos nucleares y de defensa antimisiles, es ahora el término clave en la actual estrategia de la OTAN, pero debe hacerse visible. En consecuencia, habrá despliegue de contingentes militares aliados en los territorios de los miembros de la Alianza en Europa central y oriental. Sin embargo, Stoltenberg también señaló que dicho despliegue “será rotatorio y apoyado por un programa de maniobras”. Sin duda, el hecho de que haya una presencia rotatoria, y no permanente, de fuerzas aliadas es una manera de salvar la letra de los acuerdos entre la OTAN y Rusia. En cualquier caso, el énfasis en la defensa colectiva es un intento de salvar la credibilidad de la Alianza, un tanto afectada en los últimos años por el enfoque cooperativo.
Pese a todo, el secretario general de la Alianza insiste en que el diálogo es complementario de la defensa. Pero el diálogo con Moscú al que se refirió, en primer lugar, es el ejercido en el marco de las Naciones Unidas o de la OSCE, y reconoció implícitamente su insuficiencia. De ahí que recordara que “el Consejo OTAN-Rusia es otro importante foro para el diálogo con Rusia”. Sería necesario para incrementar la transparencia y la predictibilidad, y reducir el riesgo de accidentes e incidentes. Sin embargo, la realidad es que el Consejo está suspendido desde 2014. Afortunadamente, no es el único foro de contactos con Moscú.
Los dos representantes rusos en la conferencia de Munich, el primer ministro Dimitri Medvedev y el ministro de asuntos exteriores, Sergei Lavrov, no han empleado la palabra “diálogo” en lo referente a las relaciones con la OTAN. No han hecho la más mínima alusión al Consejo OTAN-Rusia, y seguramente no solo porque su restablecimiento no es decisión de su competencia sino quizás porque lo consideren irrelevante. Tampoco han hecho excesivo uso del término “cooperación”, algo que el jefe de la diplomacia rusa considera que no se lleva a cabo por el rechazo de la OTAN y la Unión Europea.
En cambio, la expresión “guerra fría” sí se ha asociado, sobre todo en los titulares informativos, al discurso de Medvedev, hasta el punto de dejar de lado otros contenidos de una alocución, en la que llamaba al entendimiento entre rusos y occidentales, en el conflicto de Siria. Para el jefe del gobierno ruso, la verdadera encarnación del mal es el terrorismo islamista, aunque para Moscú ese terrorismo no solo está representado por el Daesh sino también por otros grupos armados opuestos al régimen de al-Assad.
¿Es posible que se entiendan en Siria los que no se entienden en Europa? No parece sencillo porque Turquía también es miembro de la OTAN, y los estados de la Alianza ven con recelo que Ankara se implique más aun en el conflicto sirio, con el consiguiente riesgo de nuevos incidentes armados con los rusos. Una cosa es defender al aliado turco, con toda la flexibilidad del tratado fundacional de la Alianza, y otra muy diferente es implicarse en un conflicto regional, en el que nadie tiene garantizado una victoria contundente sino, en el mejor de casos, la consagración de la división de facto del país, con porciones mayores o menores de territorio, según la suerte de las armas.
En Siria cada uno defiende sus respectivos intereses. Los occidentales no pueden correr el riesgo de perder a Turquía, aunque llevamos más de una década oyendo que la han perdido. Al igual que en la guerra fría, Turquía adquiere el rango de muro de contención frente a los refugiados que huyen del conflicto sirio y frente a la propia Rusia. Y por razones no muy diferentes, pues la geopolítica de zonas de influencia sigue existiendo en estos tiempos posmodernos, Moscú tampoco dejar caer a su aliado al-Assad.
La OTAN y Rusia tampoco encontrarán margen de entendimiento en Siria. Se comprende que Moscú siga apostando por las relaciones bilaterales.