Entre el 15 y 16 de octubre de 2024, el gobierno de Pakistán albergó la cumbre anual de los líderes de los Estados miembros de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en Islamabad. El elenco de representantes era digno de algún que otro titular, aunque no parece haber generado demasiado interés. Sin embargo, la OCS es una asociación multilateral a la que se debería prestar mayor atención.
En 1996, a iniciativa china y rusa, se formó el grupo de “Los Cinco de Shanghái” (China, Kazajistán, Kirguistán, Rusia y Tayikistán), que se transformó en 2001 en la OCS con la adhesión de Uzbekistán. En junio de 2017, se unieron la India y Pakistán como miembros plenos, a los que siguieron Irán en 2023 y Bielorrusia en julio de 2024. Mongolia forma parte como observador.
Uno de los principios, articulado en su Carta fundacional, es la lucha contra los “tres males”: terrorismo, separatismo y extremismo. No habrá una interactuación efectiva mientras en Pakistán se siga viendo en el uso instrumental de la insurgencia una ruta para forzar una resolución favorable de la reclamación de Cachemira.
Ejerciendo de anfitrión, el primer ministro Shehbaz Sharif daba la bienvenida a sus homólogos de Bielorrusia, China, Kazajistán, Mongolia, Rusia, Tayikistán y Uzbekistán, además de los ministros de exteriores de la India y Turkmenistán, el presidente del gabinete de ministros de Kirguistán y el vicepresidente iraní.
Pakistán necesita desesperadamente inversión y reconectarse con el resto del mundo, dado el aislamiento que sufre desde hace años. La debacle económica se vio agravada por la política populista de retórica bombástica del anterior primer ministro Imran Khan, el cual consiguió alienar a todos sus vecinos, incluyendo China. Khan, a sabiendas de las fechas de la visita, había convocado a sus seguidores a asaltar la capital y protestar por su situación política, dado que languidece en la cárcel desde hace más de un año y se opone a una enmienda constitucional recientemente aprobada en la Asamblea Nacional.
La coalición de gobierno actual es débil, con una popularidad frágil que depende de su desempeño económico. Tras las elecciones de este año, se unieron para hacer frente al partido de Khan las dinastías de los Sharif y los Bhutto junto a los islamismos comodines. Con todo, el establishment (militar) sigue decidiendo por todos. En este escenario político, la cumbre se ha organizado bajo medidas de seguridad extremas, que pretenden paliar la inestabilidad en la que el país está inmerso: desde los atentados de grupos separatistas radicales baluchíes contra ciudadanos chinos, hasta el auge del Movimiento Talibán de Pakistán, que desde el regreso de los talibán afganos al poder en Kabul en agosto de 2021, ha incrementado sus ataques contra las fuerzas de seguridad y la población de las provincias fronterizas.
En un acontecimiento de este calibre, la presencia que más interés despertó fue sin duda la del ministro indio Jaishankar, pero la visita no pretendía normalizar las relaciones bilaterales. En la OCS, al igual que otras asociaciones, las dinámicas entre Islamabad y Nueva Delhi limitan la capacidad de acción. A pesar de que haya habido acercamientos en el pasado entre ambos países, los ataques contra la India los condenan al fracaso. Incluso un primer ministro como Narendra Modi, en un espectro ideológico hacia la derecha del hinduismo nacionalista, ha intentado normalizar la relación con Pakistán.
Lejos queda el día de Navidad de 2015, cuando Modi voló a Kabul para la ceremonia de inauguración del edificio del Parlamento afgano, construido gracias a la India. Las buenas relaciones entre sus dos vecinos es un escenario temido por el establishment pakistaní y sus pretensiones de profundidad estratégica en Afganistán, que tanto le ha llevado a cultivar al régimen talibán como contrapeso. De regreso a Delhi, Modi hizo una parada en Lahore, la capital punyabí, donde felicitó al primer ministro Nawaz Sharif por su cumpleaños. El gesto estaba cargado de simbolismo, porque la fecha coincide con la efeméride del fundador del país, Muhammad Alí Yinnah.
En el optimismo de su primera legislatura, Modi pretendía reconducir el diálogo con Pakistán en torno a amenazas comunes de seguridad y climáticas, además de fomentar el comercio bilateral. Por desgracia, en enero de 2016, un grupo yihadista atacaba la base aérea en Pathankot, matando a siete militares y un civil. Meses después, otro ataque en el cuartel del ejército indio en Uri acababa con la vida de 17 soldados. Finalmente, el ataque en Pulwama en febrero de 2019 fue la gota que colmó el vaso, cuando 40 miembros de la policía de la fuerza de reserva central de la India murieron.
El gobierno indio revocó el estatuto de autonomía de Cachemira en agosto de 2019 y zanjó con Pakistán cualquier pretensión de resolución del conflicto sin un cambio previo de comportamiento. Jaishankar, por tanto, llegaba a Islamabad habiendo dejado claro que la era de diálogo ininterrumpido con Pakistán se había acabado y que la visita al país vecino formaba parte del compromiso de la India con la OCS. En este caso, la agenda ha sido, como viene ocurriendo de forma habitual en los últimos años, prioritariamente económica y de seguridad.
La India ve en su pertenencia a la OCS la vía de entrada a Asia Central, con el foco puesto en la conectividad, el acceso a los recursos energéticos y el desarrollo del mercado euroasiático. Pakistán, por su parte, se empeña en cerrarle las puertas. Así, el puerto de Chabahar en Irán es la vía de entrada al mercado centroasiático, a través del Corredor Internacional de Transporte Norte-Sur, y, en concreto, el corredor ferroviario Kazajistán-Turkmenistán-Irán. No obstante, el efecto de las sanciones económicas impuestas a Irán y Rusia no permite, entre otros factores, la viabilidad de estos proyectos.
Para Pakistán, la pertenencia a la organización le acerca a un grupo de países con los que establecer acuerdos económicos que le ayuden a salir del bache y a superar su incapacidad de gestionar la deuda externa. Aunque la fortaleza del gobierno actual es precisamente una mejor gestión económica, la inestabilidad política lastra el desarrollo del país. Una postura diferente hacia el papel de la India favorecería sus intereses. Sin embargo, el revisionismo, la propia identidad del Estado y los intereses del establishment impiden un giro más realista y pragmático, algo que la India ya lleva décadas haciendo con mayor éxito.
La OCS muestra rasgos de disfuncionalidad en vista de las diferentes interpretaciones que de sus objetivos hacen sus miembros, mientras que, a la vez, sigue ofreciendo espacios comunes de acción. Uno de los principios, articulado en su Carta fundacional, es la lucha contra los “tres males”: terrorismo, separatismo y extremismo. No habrá una interactuación efectiva mientras en Pakistán se siga viendo en el uso instrumental de la insurgencia una ruta para forzar una resolución favorable de la reclamación de Cachemira. La cuestión es si Islamabad será capaz de cambiar en aras del beneficio económico o persistirá en dañar al vecino a toda costa, a pesar de sus ya más que demostrados efectos contraproducentes.