El pasado 8 de septiembre participé en Nueva York en un seminario organizado por el Instituto Cervantes, Casa África, el Real Instituto Elcano, el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación y la Embajada española ante Naciones Unidas, en el que se analizaron las perspectivas de crecimiento en el continente Africano, con especial atención a las oportunidades en las áreas de inversión directa extranjera y turismo.
Tras décadas de bajo crecimiento y de enormes dificultades para aprovechar las oportunidades económicas que ofrece la globalización, África lleva creciendo cerca de un 5% en media desde el año 2000. Este crecimiento, inferior aún al de las economías más dinámicas de Asia emergente pero superior al de América Latina, han llevado a hablar de un nuevo despertar del continente, cuyas economías están empezando a converger lentamente en niveles de renta con los países emergentes. Este crecimiento ha estado alimentado no solo por un boom en el precio de las materias primas (principales exportaciones de muchos de sus países), sino también por una reducción en los conflictos armados, una extensión de la democracia, mejoras en la gobernanza y unas sociedades cada vez más maduras y con crecientes segmentos de clase media, lo que supone una creciente capacidad de consumo, que se une a un espectacular dinamismo demográfico y a una rápida urbanización. Además, la complementariedad económica entre el continente y China ha servido para dinamizar el crecimiento, aunque la presencia de China en África ha sido tanto fuente de alabanzas como de críticas de neocolonialismo.
Estas buenas noticias no significan que la región haya dejado atrás sus problemas (bajos niveles educativos y sanitarios, infraestructuras deficientes, baja productividad e insuficiente tasa de ahorro, por mencionar solo algunos), pero esta nueva realidad ha presentado importantes oportunidades de inversión que se observan con gran interés desde los países avanzados y, en especial, desde España, que tiene un posicionamiento geográfico ventajoso para aprovecharlas.
A pesar de estas buenas perspectivas, en el debate sobre las oportunidades de inversión se subrayó que no toda inversión es positiva para el continente. Las entradas de capital hasta ahora han sido demasiado indiscriminadas y no han ayudado a promover el cambio estructural de las economías a favor de sectores que contribuyan a la creación de empleo, el aumento de la productividad y la transferencia tecnológica. Además, en demasiadas ocasiones, las inversiones se han concentrado en los sectores extractivos, que tienden a funcionar como enclaves, tienen una mala articulación con el resto de la economía, no promueven un crecimiento inclusivo y tienen dificultades para generar suficientes ingresos fiscales. Por todo ello, se enfatizó la necesidad de aprovechar la nueva narrativa del crecimiento africano para que los gobiernos lleven a cabo una mejora en la planificación estratégica de la atracción de inversiones, de forma que éstas contribuyan a insertar al continente en las cadenas de suministro global y aseguren el pago de impuestos y la reinversión de parte de los beneficios. Para ello, como viene siendo habitual en el nuevo discurso sobre el desarrollo económico que ha desplazado a las ideas del Consenso de Washington que fueron hegemónicas durante los años noventa, se subrayó la necesidad de consolidar estados fuertes que practiquen políticas industriales activas y pongan en marcha medidas para resolver los cuellos de botella que aquejan a sus economías.
En el panel sobre turismo, el debate fue menos teórico y se centró en problemas prácticos que dificultan el crecimiento del turismo en la región. En particular, se enfatizó la necesidad de mejorar las infraestructuras, la política de visados y la conectividad aérea.
La principal conclusión del seminario fue que África se encuentra ante la oportunidad histórica de dejar de ser el continente olvidado por la globalización, pero que para conseguirlo tiene el reto de sostener elevados niveles de crecimiento en un entorno económico internacional cada vez más adverso. Ello requiere continuar con la integración regional, elaborar planes estratégicos para utilizar la inversión y el turismo como motores de un crecimiento inclusivo, así como resucitar el papel de un estado dinamizador que no ha estado todo lo presente que hubiera sido necesario en las últimas décadas.