Las revelaciones de Edward Snowden han puesto de manifiesto que cualquier ciudadano, gobierno, organismo internacional, sede diplomática o empresa, dentro o fuera de los Estados Unidos, aliado o enemigo, pueden ser objetivos potenciales de los programas de ciberespionaje masivo dirigidos y ejecutados por la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense (NSA, sus siglas en ingles) con la colaboración activa de los principales gigantes de los sectores de las telecomunicaciones e Internet. El estupor que estas revelaciones han causado en la inmensa mayoría de la opinión pública internacional contrasta con la tibia reacción de gran parte de los gobiernos, en especial entre los aliados de los Estados Unidos. Sin embargo, lo que subyace tras las revelaciones de Edward Snowden no es novedoso.
Históricamente, la NSA ha conducido operaciones de espionaje y ciberespionaje masivo contra sus enemigos y aliados con el apoyo activo de las principales compañías estadounidenses, ya fuesen de correos, telégrafos, telefonía, telecomunicaciones o Internet, según el momento.
Retrocedamos a 1941. El ataque japonés a Pearl Harbor provocó una profunda remodelación del Departamento de la Guerra de los Estados Unidos, antecesor del actual Departamento de Defensa. Esta remodelación puso en valor la importancia estratégica de la inteligencia de señales (SIGINT, sus siglas en ingles) que quedaría encuadrada bajo el mando del Military Intelligence Service (MIS), dentro del cual, en mayo de 1942, se creó la Special Branch, que tenía como objetivo evaluar y diseminar toda aquella información y conocimiento proveniente de la SIGINT. El primer responsable de la Special Branch fue el Coronel Carter Clarke, cuya máxima era: «nuestros aliados de hoy serán los enemigos del mañana, aprendamos lo máximo de ellos mientras sean nuestros aliados ya que no será posible cuando sean nuestros enemigos«. Hasta el final de la segunda guerra mundial, el sistema SIGINT estadounidense no solo intercepto las comunicaciones enemigas (Alemania, Italia y Japón) sino también las comunicaciones de otras 40 naciones entre las que se incluían la de sus principales aliados durante la guerra (Reino Unido, Unión Soviética y Francia) así como las de los países neutrales (España, Portugal o Suiza, entre otros). Una vez finalizada la segunda guerra mundial el número de recursos humanos, técnicos y económicos destinados al sistema SIGINT creció de manera exponencial y en 1952 se creó la NSA, cuya existencia se mantuvo en secreto hasta mediados de los años 1970.
El auge de la guerra fría y la guerra de Vietnam propiciaron que la NSA ejecutase un sistema de vigilancia masivo que tenía como objetivo controlar a un conjunto heterogéneo de colectivos entre los que se encontraban: diplomáticos extranjeros, activistas contra de la guerra de Vietnam y ciudadanos sospechosos de colaborar con la Unión Soviética (topos soviéticos).
En 1975, las referencias a la NSA aparecidas en las transcripciones de algunos de los comparecientes ante la Comisión Rockefeller– aquella que tenía como objetivo investigar las actividades ilícitas de la CIA en suelo estadounidense- y el artículo publicado por el New York Times bajo el titulo National Security Agency reported eavesdropping on most private cables sacaron a la NSA de su anonimato. El teniente general Lew Allen, por aquel entonces director de la agencia, se vio obligado a comparecer ante una comisión del Senado estadounidense, donde reconoció que la NSA y sus organismos predecesores habían tenido acceso, durante tres décadas (1945-1975), a la mayoría de los telegramas que entraban y salían de los Estados Unidos. Estas actividades se encuadraron dentro de la Operación Shamrock que se desarrollo exitosamente gracias a la colaboración activa de las tres grandes compañías telegráficas de la época: ITT World Communications, RCA y Western Union. A pesar de que la comisión reconoció como «razonable» la motivación del espionaje de la NSA en aras de la seguridad nacional pesaron más los derechos individuales y las libertades civiles garantizadas por la constitución de los Estados Unidos. En 1978, como conclusión a esta comisión, el Senado estadounidense aprobó la Foreign Intelligence Surveillance Act (FISA), por la cual se regulaba la vigilancia física y electrónica así como la recopilación de información relacionada con objetivos extranjeros en suelo estadounidense, pudiendo incluir ciudadanos estadounidenses y residentes permanentes sospechosos de actividades de espionaje o terrorismo.
Durante las dos siguientes décadas, FISA marcó las actividades de la NSA. Además, durante esta época se mejoraron de manera notable las capacidades SIGINT de la agencia, en gran parte propiciadas por la puesta en órbita de un conjunto de satélites espías y a la aparición y mundialización de Internet.
Sin embargo, a principios de 2002, el presidente Bush, aun bajo el shock de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, sucumbió a las presiones del General Michael Hayden – director de la NSA entre los años 2000 y 2005- firmando una orden por la cual autorizaba a la comunidad de inteligencia estadounidense a monitorizar –así como a almacenar y analizar-, sin orden judicial previa, las llamadas telefónicas y los correos electrónicos de aquellos ciudadanos, estadounidenses o no, que fuesen sospechosos de tener algún nexo de unión con Al-Qaeda. En 2003, bajo el amparo de esta orden, los servicios de inteligencia estadounidenses espiaron las comunicaciones –llamadas telefónicas y correos electrónicos- de los representantes de los países miembros del consejo de seguridad de la ONU durante los días previos a la votación que debía autorizar la guerra de Irak, en base a la denuncia de los Estados Unidos sobre la tenencia de un arsenal de armas de destrucción masiva por parte del régimen de Saddam Hussein. Incluso, el por aquel entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan, ferviente defensor de la no intervención en Irak, fue espiado. El 16 de Diciembre de 2005, James Risen y Eric LitchBlau, dos periodistas del New York Times, en su artículo Bush Lets U.S. Spy on Callers Without Courts, denunciaron la existencia de la orden firmada por el presidente Bush en 2002 a través de la cual se autorizaba a la NSA a eludir el cumplimiento de FISA.
El estancamiento de las guerras de Afganistán e Irak comenzó a dañar la credibilidad de la administración Bush. La necesidad de monitorización se multiplico y la NSA utilizó todos los medios a su alcance apoyada por el poder político y un presupuesto casi ilimitado.
La NSA siempre ha contado con el apoyo de las principales compañías estadounidenses que controlan y gestionan las comunicaciones necesarias para que la agencia pueda llevar a cabo buena parte de sus tareas de inteligencia. Esta colaboración ha resultado fructífera tanto para la NSA como para las compañías. La NSA dispone, en tiempo y forma, de la información que necesita y las compañías se lucran a través de grandes contratos con los servicios de inteligencia del país. Western Union, ITT Communications, AT&T, Verizon, Google o Facebook , son solo una muestra del incontable número de compañías que han colaborado o colaboran con la NSA.
En definitiva, la NSA con el apoyo del sector privado y apoyándose en los avances tecnológicos ha conseguido implementar y perfeccionar la máxima de Carter Clarke hasta un extremo inimaginable durante el transcurso de la segunda guerra mundial.