La cuestión de las armas nucleares está de vuelta, en su dimensión estratégica (antes de táctica, de campo de batalla). Y no sólo por Corea del Norte. Rusia ha desplegado misiles Iskander (SS-26 en terminología de la OTAN), capaces de llevar cargas nucleares (aunque no se sabe si las llevan), en el enclave (algunos lo llaman exclave) de Kaliningrado (cuya capital es el antiguo Königsberg de Emmanuel Kant) como respuesta al despliegue de 4.500 tropas aliadas en Polonia y los estados bálticos. Y si los Iskander de Kaliningrado llevaran cabezas nucleares, Rusia estaría violando el Tratado INF de 1987 sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio que negociaron –con la formula “cero-cero”– Reagan y Gorbachov. Peligroso.
La Administración Trump, por su parte, ha hecho pública una nueva doctrina nuclear (Nuclear Posture Review) para renovar su arsenal, especialmente con cargas más ligeras (pero superiores a la de Hiroshima), lo que podrían hacerlas “más utilizables” o, cuando menos, más “pensables”. El experto Stephen Walt considera que el Pentágono “ofrece así soluciones a problemas que no existen”.
La modernización del arsenal nuclear estadounidense, en respuesta esencialmente no a Corea del Norte, sino a la modernización de las armas atómicas de Rusia y China, no empieza con Trump, sino con Obama, pese a que se le concediera prematuramente el Premio Nobel de la Paz, entre otras cosas por ser el primer presidente de EEUU en abogar por “un mundo sin armas nucleares”. Pero al final de su mandato, como explicamos en su día, se lanzó a un programa de modernización de este arsenal, eso sí, con reducción en los totales. La idea de armas nucleares de menor potencia viene, además, de lejos.
El actual secretario de Defensa, Jim Mattis, va mucho más lejos en su nueva doctrina. A diferencia de la Administración Obama que los había suprimido, aboga por reintroducir, renovándolos, nuevos misiles de crucero con carga nuclear lanzados desde el mar. Plantea, sí, aunque no se haya ratificado, respetar los términos del tratado START 3, de 2010, el último gran acuerdo de control de armamentos entre Rusia y EEUU antes del enfriamiento de sus relaciones con la anexión de Crimea y la guerra de Ucrania. Start 3, que Moscú también respeta, limita a 1.500 las cabezas nucleares de cada parte. Son muchas menos que en la Guerra Fría, pero suficientes para destruir el mundo varias veces. Aunque está por ver si ambas potencias serán capaces de un nuevo acuerdo cuando éste expire en 2021. No están trabajando sobre ello. EEUU sigue respetando, aunque tampoco lo haya nunca ratificado, el tratado de prohibición de pruebas nucleares.
La nueva estrategia nuclear lleva a una modernización de la panoplia. Para sus autores, la doctrina solo “clarifica” la situación. “Nuestro objetivo es convencer a los adversarios de que no tienen nada que ganar y sí todo que perder del uso de armas nucleares”, afirma Mattis en la presentación del texto. Pero puede marcar un cambio de importancia. Pues también señala que esos adversarios “deben entender que no hay beneficios posibles en una agresión no nuclear o en una escalada nuclear limitada”.
Sobre todo, la nueva doctrina nuclear de EEUU aboga por el desarrollo de armas más pequeñas, y por una “estrategia de disuasión nuclear flexible y a medida”, para disponer de todas las opciones posibles en una escalada –concepto que vuelve–, o incluso, en “circunstancias extremas” que lleven a usar esas armas para defender los intereses vitales de EEUU, de sus aliados o de sus socios, incluso ante “ataques estratégicos significativos no nucleares”. Es decir, que amplía los escenarios en los que EEUU podría utilizar el arma nuclear, incluido el de nuclear contra no nuclear (lo que, no conviene olvidarlo, está en el origen de la Guerra Fría en Europa). El documento aboga por “reforzar la integración del planeamiento militar nuclear con el no nuclear”. Hay un peligro de banalización de estas armas. Especialmente cuando, como dice esta estrategia, “existe ahora un abanico y combinación de amenazas sin precedentes, incluidas convencionales, químicas, biológicas, nucleares y ciber y de actores no estatales violentos”. La disuasión sigue siendo la regla, aunque muy diferente. Ya no es cosa de dos, sino de tres o más, incluidos esos actores no estatales. Aunque las armas nucleares no disuadirán a terroristas del tipo del Estado Islámico u otros, si bien el temor a un terrorismo nuclear de algún tipo está muy presente.
El caso es que la frontera entre lo nuclear y lo no nuclear se difumina con esta doctrina. También de otro modo: con el desarrollo de bombas convencionales cada vez más potentes que EEUU (Rusia y China también) está desarrollando, como las llamadas hipersónicas. EEUU utilizó lo que calificó de “madre de todas las bombas”, su mayor carga convencional, lanzada desde un avión, la GBU-43/B Massive Ordnance Air Blast (MOAB), en abril de 2017 en Afganistán contra una red de túneles de Estado Islámico en la provincia de Nangarhar. Es decir, que las armas nucleares pierden en potencia y las convencionales se agigantan.
En su campaña electoral, Trump proclamó: “¡Que haya una carrera armamentística!”. La hay, de nuevo, en el terreno nuclear, por no hablar de los nuevos proliferadores como Corea del Norte. Las armas nucleares no se pueden des-inventar, pero se pueden re-inventar. Y parece que en eso estamos: esta vez no ante una carrera cuantitativa, sino cualitativa, que rompe límites entre lo nuclear y lo no nuclear.