En una clara demostración de desprecio hacia la ONU –mientras su Secretario General visitaba el país– y de falta de credibilidad personal –tras haber acordado con el presidente del Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN), Fayez al Sarraj, una solución política al conflicto a finales de febrero en Abu Dabi– el mariscal Khalifa Haftar ha lanzado a sus milicianos contra Trípoli. De este modo se aleja aún más cualquier posible arreglo para sacar a Libia del caos en el que lleva sumido desde la caída del régimen de Gaddafi, en octubre de 2011.
En realidad, poco puede sorprender un movimiento como el que Haftar lleva a cabo desde el pasado día 4, avanzando con unos 25.000 efectivos del Ejército Nacional Libio (ENL) en varias direcciones desde Aziziya (a unos 50km al sur de la capital), Zawiya (a 40km al oeste) y la ruta costera que enlaza al este con Misrata. Desde que en 2014 el antiguo aliado (y posterior disidente) de Gaddafi y supuesto interlocutor de la CIA lanzó la operación “Dignidad”, el tiempo le ha ido permitiendo convertirse en el hombre fuerte de la región oriental de la Cirenaica (en sus manos desde el verano de 2017, cuando logró retomar Derna). Desde esa posición, y aunque formalmente diga someterse a la autoridad del gobierno de Tobruk, los hechos demuestran que solo obedece sus propias consignas.
A esa posición ha llegado gracias al apoyo externo de Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí y, como mínimo, la complacencia de Francia y Rusia. Eso le ha permitido liderar un ENL que es la milicia más poderosa de las decenas que siguen activas en el país, conformada por una heterogénea amalgama de actores combatientes de todos los perfiles imaginables, incluyendo (aunque parezca paradójico si se tiene en cuanta su discurso anti islamista) grupos salafistas. Así, mediante acciones de combate y cooptación de grupos locales, interesados en sumarse a quien crecientemente perciben como un caballo ganador, ha logrado hacerse también con el control de importantes yacimientos de hidrocarburos, incluyendo hace apenas dos meses los relevantes campos de Sharara en la región sureña de Fezzan.
A su “Marcha de la victoria” se le opone una nueva coalición de fuerzas progubernamentales que acaban de lanzar la operación “Wadi Doum 2”, así bautizada irónicamente como recuerdo de la derrota que sufrieron las tropas libias comandadas por el propio Haftar en 1986 en el aeropuerto chadiano de ese nombre. Entre sus principales participantes destacan las milicias de Misrata y Zawiya, que ya en ocasiones anteriores se han alineado con Sarraj en su desesperado e infructuoso intento por lograr que el GAN sea efectivamente reconocido como la única autoridad del país. Aunque su rendimiento en el campo de batalla les ha permitido en años pasados lograr algún éxito puntual, hoy no solo parecen debilitadas por falta de apoyos externos tan poderosos como los que se alinean tras las fuerzas de Haftar, sino que conviene no olvidar que todavía hace siete meses se enfrentaron entre ellas mismas por el control de Trípoli.
Ante esta situación, y por mucho que se repita (con razón) que no hay solución militar al conflicto, todo parece indicar que Haftar está decidido a lograr su propósito de convertirse en el factótum de Libia. La única duda que ahora mismo cabe plantearse es si el uso de la fuerza es su instrumento definitivo para lograrlo, conquistando la capital en un asalto que puede costar aún mucho sufrimiento, o si únicamente está llevando a cabo esta demostración militarista para lograr una posición de mayor ventaja en las mesas de negociaciones que se avecinan.
Por un lado, el próximo día 14 está previsto en Gadamés el inicio de la Conferencia Nacional que Haftar y Sarraj se habían comprometido a promover para elaborar una nueva Constitución y acordar un calendario de elecciones para antes de finales del presente año. En paralelo a su actual ofensiva, Haftar ya ha dado a entender que no piensa asistir a la reunión, lo que automáticamente desbarata nuevamente los esfuerzos que viene realizando el enviado especial de la ONU, Ghassan Salamé, y hunde aun más a Libia en un abismo de violencia para el que no se adivina final. En esas circunstancias de poco puede servir la petición del Consejo de Seguridad de la ONU para que el ENL detenga el avance y mucho menos la conferencia de reconciliación anunciada por la Unión Africana para el próximo mes de julio en Adís Abeba.
Haftar, con el forzado argumento de estar luchando contra el terrorismo, ya controla las dos terceras partes de Libia y ve cada vez más cerca el momento en el que pueda imponer su dictado. Aun así, se equivoca si cree que su actual marcha conduce a la victoria.