Mientras los europeos sueñan con que el presidente electo de EEUU Joe Biden ponga fin a las guerras comerciales, desbloqueé la Organización Mundial del Comercio (OMC) y revitalice la relación transatlántica, la intensificación de la globalización comercial en Asia-Pacífico sigue avanzando. El pasado 15 de noviembre se firmó el acuerdo que inaugura la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, en sus siglas en inglés), un acuerdo de libre comercio que engloba a 2.100 millones de consumidores y el 29% del PIB mundial, y en el que participan China, Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda y los 10 países de la Asociación de Países del Sudeste Asiático (ASEAN: Indonesia, Tailandia, Singapur, Malasia, Filipinas, Vietnam, Myanmar, Camboya, Laos y Brunéi).
“(…) el RCEP constituye un acuerdo de libre comercio tradicional y poco profundo (…) que reforzará la ya intensa integración económica asiática pero no implicará un punto de inflexión significativo en la globalización”.
Aunque los números del acuerdo son apabullantes, su alcance final está por debajo de las expectativas iniciales: la India decidió retirarse de las negociaciones en noviembre de 2019 y el texto aprobado se limita a la reducción arancelaria, sin entrar en la agenda de armonización regulatoria, estándares, protección de inversiones o temas medioambientales y laborales, que son propios de los acuerdos de liberalización comercial de nueva generación en los que últimamente se ha volcado la UE (por ejemplo, los firmados con Japón , Corea del Sur, Vietnam, Singapur, Canadá o Mercosur ). Aun así, el acuerdo incorpora normativa sobre propiedad intelectual y un mecanismo para la resolución de conflictos entre sus miembros, pero no va más allá de lo existente en la OMC, de la que también son miembros todos los integrantes del RCEP.
Por lo tanto, cómo bien ha sintetizado Rodrik, “RCEP no es un bloque comercial y no supone un reto para Estados Unidos” (y tampoco, podríamos añadir, para la UE). Es cierto que EEUU, que con la victoria de Trump optó por no participar en el otro gran acuerdo de liberalización comercial regional, el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), queda todavía más descolocado por un RCEP que supone una victoria simbólica para China. También que la UE, al no formar parte del mismo, podría ver como sus exportaciones se ven desplazadas de algunos de estos mercados (aunque con muchos de ellos tiene también acuerdos de liberalización comercial). Pero lejos de afianzar un bloque comercial en torno a China, el acuerdo supone otro ejercicio de liberalización comercial preferencial/regional que contribuirá a la maraña de este tipo de pactos y que demuestran que en el mundo existe un gran apetito por la liberalización comercial más allá de la guerra comercial entre China y EEUU .
En el ámbito diplomático, este acuerdo es un éxito sin paliativos para China. A pesar de que Xi Jinping ha implementado una política exterior más asertiva , e incluso agresiva en ocasiones, que sus predecesores, la inseguridad que esto genera en sus vecinos no es suficiente como para que se lancen a una estrategia de contrapeso y contención de China. Si las reglas del juego son las correctas, los países de Asia Oriental siguen queriendo estrechar sus vínculos con Pekín. Además, el anuncio del acuerdo se produce en una coyuntura especialmente propicia para China, que buscará restañar las heridas de su maltrecha relación bilateral con EEUU, una vez que cambie el inquilino de la Casa Blanca.
Sin embargo, aunque el acuerdo evidencia que el mercado chino sigue siendo enormemente suculento para las exportaciones de los demás países, el gigante asiático podría no ser el principal beneficiado del mismo. Japón, Corea o los países de ASEAN podrían utilizarlo para reconfigurar sus cadenas de suministro al aumentar sus flujos de inversión directa cruzados, reduciendo así su dependencia de China.
“(…) el apetito por la liberalización comercial en Asia sigue siendo intenso más allá de la pandemia del COVID-19 y de las críticas a la globalización”.
Desde la óptica europea, no cabe otra alternativa que continuar con la estrategia comercial de los últimos años. Por una parte, intentar reformar la OMC para revitalizar el sistema multilateral, objetivo que ahora es más viable con la llegada de Biden . Por otra, avanzar en los acuerdos preferenciales con los países de Asia-Pacífico, insistiendo en la necesidad de incorporar en los mismos cláusulas laborales y medioambientales para proyectar sus valores. En este sentido, las negociaciones con Australia y Nueva Zelanda serán muy probablemente las siguientes en dar fruto.
En definitiva, el RCEP constituye un acuerdo de libre comercio tradicional y poco profundo (centrado básicamente en la reducción de aranceles), que reforzará la ya intensa integración económica asiática pero no implicará un punto de inflexión significativo en la globalización. De hecho, no contribuye a forjar un bloque comercial cerrado liderado por China que se contraponga al bloque transatlántico/occidental. También demuestra que el apetito por la liberalización comercial en Asia sigue siendo intenso más allá de la pandemia del COVID-19 y de las críticas a la globalización. Desde una perspectiva geopolítica, este acuerdo también ilustra que China no es vista como una amenaza existencial por sus vecinos, que intentan incrementar su acceso a su mercado a pesar de las múltiples tensiones que puedan tener con Pekín. Este acuerdo y el resultado de las pasadas elecciones estadounidenses hacen que la sombra de una nueva guerra en Asia Oriental esté más lejos de materializarse.