Las elecciones alemanas no solían despertar demasiada expectación más allá de sus fronteras. Pero la crisis del euro ha cambiado la percepción que los europeos tienen de Alemania. Al haberse abierto una profunda brecha entre países acreedores y deudores que ha socavado el eje franco-alemán que solía dirigir el destino de Europa, Alemania (como principal acreedor) ha emergido como la potencia que define tanto la política económica europea como los tiempos del nuevo diseño institucional del euro. Desde el sur de Europa se considera que el gobierno conservador de Angela Merkel, que ha contado con el apoyo de los liberales, solo ha reaccionado cuando el euro ha estado al borde del colapso, negándose a dar pasos firmes en los distintos elementos que podrían devolver la estabilidad y el crecimiento a la zona euro de forma definitiva (unión bancaria con pleno soporte fiscal, mutualización de deuda, aumento del tamaño del fondo de rescate, relajación de la austeridad, mayores impulsos monetarios o depreciación del euro, entre otras cosas). Según esta interpretación, la Alemania de Merkel se estaría comportando como una potencia hegemónica sin liderazgo, incapaz de comprender que en su mano está salvar o hundir el euro y con él a Europa. De este razonamiento se deduce que si cambiara el gobierno alemán, la crisis se abordaría de otra forma, lo que lleva a concluir que las elecciones alemanas del próximo 22 de septiembre son claves para el futuro de Europa.
Este diagnóstico, aún siendo sugerente, es erróneo. Poco cambiará después de las elecciones alemanas, tanto porque es muy probable que Merkel vuelva a ganar con mayoría absoluta como porque, aunque no lo hiciera, las líneas maestras de la política europea alemana son compartidas por la mayoría de los partidos, incluidos los socialdemócratas y los verdes. De hecho, en ciertos aspectos el gobierno alemán se ha mostrado más europeísta que el votante mediano, que cada vez se muestra más crítico con transferir recursos hacia los países del sur, así como menos entusiasta del proyecto europeo.
En primer lugar hay que tener en cuenta que las elecciones alemanas se están jugando en clave interna, no en clave europea. Así, mientras que los países periféricos, incluida España, están inmersos en una prolongada recesión cuya salida depende en gran medida de lo que pase en Europa, la economía alemana marcha razonablemente bien y ningún candidato quiere sacar demasiado a relucir el debate sobre el euro porque, de hacerlo, tendría que reconocer que Alemania, como gran acreedor, tendrá que pagar más que sus socios en cada paso que se dé hacia la creación de “más Europa”. Por lo tanto, aunque los líderes de los principales partidos sean conscientes de que será inevitable que se produzcan más rescates, más reestructuraciones de deuda y una política monetaria del BCE más laxa, no tienen incentivo alguno para plantear estos debates que sólo les llevarían a perder votos.
En segundo lugar, hay que entender que la posición que el gobierno alemán ha mantenido ante la crisis del euro es más estructural que partidista. Por una parte, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Alemania nunca se ha encontrado cómoda ejerciendo el liderazgo. Se ve a sí misma como una gran Suiza: rica, próspera y con un perfil bajo, especialmente en temas estratégicos y de seguridad. Además, tiene una concepción legalista de la política y de la integración europea que antepone las reglas al pragmatismo. Todo ello cristaliza en el actual inmovilismo que tan nerviosos pone a los países del sur. Por otra parte, en los asuntos económicos, tanto las elites como la ciudadanía creen que no debe usarse el gasto público para contrarrestar una caída de la actividad privada porque, dado que el motor de su crecimiento son las exportaciones, nunca se han sentido cómodos aplicando políticas keynesianas que pueden generar deuda e inflación. Además, como país acreedor y ahorrador, Alemania es reacia a aceptar niveles más altos de inflación y preferiría ver unos tipos de interés más altos en la zona euro, que es precisamente lo que el sur no necesita. Por último, la mayoría de la población cree que la crisis del euro es resultado de errores de política económica en los países del sur, no del mal diseño del euro o de la incapacidad de Alemania de ajustar mínimamente su propio modelo de crecimiento para evitar que el ajuste en el sur sea tan intenso. Como prácticamente todos estos elementos son compartidos por los socialdemócratas y por los verdes, no es probable que un cambio de gobierno llevara a Alemania a comportarse de otra manera.
Eso no quiere decir que no haya diferencias entre los distintos partidos. Socialdemócratas y verdes querrían ver más regulación financiera, más impuestos y mayor redistribución de las rentas, pero no necesariamente al nivel europeo sino al alemán. Además, en el tema de los rescates bancarios, tienen una posición todavía más dura que los conservadores de la CDU, en el sentido de que quieren minimizar al máximo los fondos que el contribuyente alemán tenga que poner sobre la mesa en caso de que haya que reestructurar bancos. Y, aunque en los últimos años se han mostrado dispuestos a apoyar algunas fórmulas de mutualización de deuda, habría que ver si una vez en el poder continuarían dispuestos a hacerlo y con qué contrapartidas.
En definitiva, aunque las elecciones alemanas sí que servirán para que se vuelvan a retomar muchos de los debates europeos que la campaña electoral ha congelado (incluido un nuevo rescate a Grecia y tal vez una nueva reestructuración de su deuda), estas elecciones alemanas son más irrelevantes para el futuro del euro de lo que los ciudadanos del sur de Europa suelen pensar.
Ver también:
- “Alemania ante un poco probable cambio de rumbo”: una breve reflexión sobre las elecciones al Bundestag del 22 del septiembre 2013. Mario Kölling.
- #IEPG. Measuring the global presence of countries (4): Germany. Iliana Olivié and Manuel Gracia.