El marco del impacto de las decisiones y consecuencias de la Cumbre entre la Unión Europea y la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC), celebrada en Santiago de Chile a finales de enero de 2013, con el recuerdo de la exitosa firma del Acuerdo de Asociación entre la Unión Europea y Centroamérica a mitad del año anterior, es más amplio de lo que parece. Estos dos hitos de las relaciones entre Europa y el bloque latino-caribeño cierran un ciclo de institucionalización que se remonta a la cumbre fundacional celebrada en Río de Janeiro en 1999, seguida por las que tuvieron lugar en Madrid en 2002, en Guadalajara en 2004, Viena en 2006, Lima en 2008, y Madrid de nuevo en 2010. Por otro lado, el trato centroamericano parece ser una superación de la lentitud de otros ambiciosos compromisos con otros sub-bloques latinoamericanos, como es el caso de MERCOSUR.
Entrelazado con estas muestras mediáticas se inserta un nutrido y variopinto número de acuerdos comerciales, políticos y de cooperación. Conviene, sin embargo, sopesar la simultaneidad de los últimos acontecimientos con otros hechos recientes que de una forma u otra tendrán una incidencia directa en el éxito de la operación o simplemente atañen a las relaciones entre regiones y bloques de Estados. En primer término, se aconseja tener presente el propio estado global de la integración regional y de la cooperación interestatal, incluso más allá del recinto europeo y sus reverberaciones americanas. Esta actitud serviría de toque de moderación para la satisfacción comprensible por la finalización de las negociaciones con Centroamérica y las expectativas para el progreso de acuerdos con el resto del continente.
La integración regional a ambos lados del océano presenta un panorama contrastivo, contradictorio, paradójico y también preocupante. Este escenario está presidido notablemente por la grave crisis financiera de Europa y, muy especialmente, en unos países emblemáticos para las referencias latinoamericanas, como es el caso notorio de España. Además, no debe olvidarse el propio cuestionamiento interno de la esencia histórica de la UE, puesta en duda en su médula supranacional y en el progreso de la joya de la corona, el euro.
Se recuerda que la construcción de la UE desde el Tratado de París (1951) que puso en marcha la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) se apoyó en argumentos económicos hacia la forja de un Mercado Común con el Tratado de Roma de 1957, que dio luz a la Comunidad Económica Europea (CEE). Pero el objetivo fue político. Hoy la debilidad de la eurozona amenaza toda la UE. De ahí que numerosas voces demanden la alternativa de “más Europa”, que lleve a una unión político y no se quede simplemente en una unión fiscal. Se lamenta, un poco tarde, que la UE se diseñó con la vista puesta en el crecimiento y en el progreso, no con la mira puesta en la regresión y las carencias de protección.
Consideradas conjuntamente, Europa y América Latina no están pasando por un buen momento con respecto a sus ensayos y logros de integración regional. Aunque ambas regiones rastrean las fundaciones de sus sistemas de cooperación interestatal a décadas atrás (1960, nacimiento de la ALALC;1950, Declaración Schuman), los caminos seguidos han sido diferentes y con variados balances históricos. A pesar de la actual seria crisis financiera, Europa puede presumir de un balance en el que destaca que ha avanzado tenazmente, si se tiene en cuenta el prisma de comparación histórica, por la senda de la ampliación y profundización en el sistema de integración.
Por otro lado, la integración latinoamericana adolece, desde su fundación, de unas carencias innatas. La región ha experimentado un lento proceso de evolución en sus sistemas subregionales, sin una iniciativa sólida que incluya el riguroso concepto de integración real de todos los países del subcontinente. La resistencia endémica a una institucionalización efectiva y a la profundización de la elusiva supranacionalidad son obstáculos a toda luz insalvables. Hoy, la primacía de la soberanía nacional (tenazmente mencionada en cada uno de los acuerdos) y el presidencialismo someten a la región a la implacable fuerza del populismo.