En el contexto del reciente cónclave entre la UE y la CELAC celebrado en Santiago de Chile, resulta evidente que Latinoamérica ha quedado apresada entre su ambivalente y contradictoria senda hacia la integración regional y el desvanecimiento de la influencia del modelo europeo, internamente cuestionado. Sin embargo, el llamado todavía superviviente “nuevo regionalismo” y la todavía presente “tercera ola” de integración poseen una variedad de opciones para la inserción en los mercados internacionales, que pueden usarse simultáneamente y no exclusivamente, con mutuos beneficios. Las debilidades de una parte y las opciones de la otra abren la puerta a las inversiones y al refuerzo de la cooperación al desarrollo.
En cualquier caso, la insatisfacción con los bloques existentes puede conducir a diferentes escenarios. El primero es seguir guiándose por la inercia;el segundo es la perenne tentación de optar por una tábula rasa. Habría una tercera vía, basada en aprender de todas las experiencias y aplicarlas a las nuevas entidades, que no deben ser consideradas como estrictamente de “integración”, como es el caso de UNASUR.
En lugar de abandonar toda la experiencia acumulada, la prioridad debiera centrarse en la integración regional como estabilidad y la creación de una marca autóctona, combinada con la aceptación de la pauta que está ya imperando en la propia Europa, la llamada “geometría variable”. En todo momento, existe la necesidad de aceptar la centralidad de los acuerdos para ser ejecutados y respetados, con una voluntad de cambio y adaptándolos a las nuevas circunstancias.
Cabe preguntarse a esta altura acerca de las causas de la lenta y frustrante integración regional en Latinoamérica. En ese sentido, es posible apuntar algunas, entre las que destacarían las características de la naturaleza del inmenso territorio latinoamericano, con la consiguiente esclavitud geográfica. En contraste con la fácil comunidad terrestre en Europa, donde en el curso de una jornada se puede viajar por ferrocarril entre países distantes y donde al transporte por carretera es asiduo, en América Latina las distancias hacen estos movimientos internos arduos si no imposibles. Se refuerza así la territorialidad, se imponen los trámites aduaneros y las barreras jurídicas a la libre circulación de ciudadanos.
En segundo lugar, la evidencia histórica revela que la raíz de la integración europea, la guerra, apenas ha tenido relevancia en América Latina, con la excepción de conflictos inter-estatales concretos, que son todavía causa de rencillas y disputas entre Estados por reclamaciones de límites. Internamente, se revela como problemática la integración regional cuando la propia integración nacional plena es inexistente o muy débil en numerosos países, con una mayoría de la población no insertada, discriminada y golpeada no solamente por la pobreza sino también por la desigualdad, la mayor del planeta. La nación inclusiva de opción es entonces una quimera.
Mientras en América Latina se ha notado la ausencia de un Jean Monnet que convenciera a los círculos el poder de la bondad de la integración, la fuerza del presidencialismo como sistema político desde la época de los próceres constituye un obstáculo imponente para los ensayos integradores. Las sucesivas oleadas y transformaciones del populismo y el caudillismo convierten en insólita la oferta de compartir soberanía.
Por encima de todas las carencias latinoamericanas, destaca el mal entendimiento de la supranacionalidad o su rechazo explícito en cuanto al establecimiento de instituciones independientes y dotadas de presupuestos para financiar proyectos de integración. La debilidad (o inexistencia) de las diversas secretarías generales, al modo de la Comisión Europea, convierten la función integradora en una misión imposible, donde toda decisión depende de los esquemas acordados por las cumbres presidenciales. De ahí que se alce con argumentos convincentes el modelo de “integración” alternativo emanado de los acuerdos de libre comercio siguiendo el modelo de EEUU (y adoptado como remedio supletorio de la UE). La forja de acuerdos individuales con Perú y Colombia apunta en esa dirección.