Hamás es una organización terrorista. Más concretamente, una organización islamista que desde hace décadas incluye en su repertorio de actividades la práctica sistemática del terrorismo. Como consecuencia de ello, figura desde 2003 en la lista de grupos y entidades terroristas de la UE. Sin embargo, Hamás es al mismo tiempo un movimiento político que desde 2006 ejerce su represivo control social y político sobre quienes habitan en Gaza. Referirse a una ocupación israelí para explicar tanto su conducta estratégica en general como el continuado uso que hace de la violencia terrorista en particular es un tópico derivado probablemente más de prejuicios ideológicos hacia lo que es y significa Israel que de una aproximación a la realidad de lo que sucede en aquella porción del territorio palestino. No en vano, los soldados israelíes se retiraron unilateralmente de la misma en 2005.
Durante más de una década, las denominadas Brigadas Izz al Din al Qassem, el brazo armado de Hamás, llevaron a cabo numerosos y cruentos atentados suicidas en ciudades israelíes, sobre todo contra civiles en transportes y establecimientos públicos. Pero desde que las autoridades de Israel erigiesen una barrera de seguridad entre su país y la franja de Gaza, al igual que se hizo respecto a Cisjordania, muy pocos son los terroristas suicidas que han conseguido penetrar en suelo israelí desde el primero de esos territorios, de modo que la frecuencia de esos incidentes se redujo drásticamente. La controvertida barrera incomoda mucho el movimiento cotidiano de los palestinos que desarrollan actividades económicas o mantienen lazos familiares al otro lado, lo que es motivo adicional de agravio colectivo. Pero ha sido muy efectiva como iniciativa para prevenir atentados suicidas en Israel.
La eficacia de esa barrera de seguridad y el coste que implicaba para la población palestina de Gaza, lejos de estimular entre los líderes de Hamás una reflexión pragmática que pudiera haber conducido al replanteamiento y eventual abandono de las actividades terroristas contra civiles israelíes, suscitó un cambio en las tácticas terroristas de los extremistas palestinos. Ante la imposibilidad de continuar con la prolongada y mortífera campaña de atentados suicidas que venían desarrollando hasta entonces, sus líderes decidieron introducir una nueva modalidad en la manera de producir miedo en la sociedad israelí y condicionar así su normal desenvolvimiento. Proyectiles, morteros y otros artefactos similares, lanzados por encima de aquella barrera, se convirtieron en el principal de los procedimientos terroristas utilizados desde entonces por Hamás y su brazo armado, las Brigadas Izz al Din al Qassem.
La incesante ejecución de esta renovada campaña de terrorismo que, como sus mentores y ejecutores pretendían, se mostró capaz de inocular constantemente la ansiedad y el amedrentamiento en los segmentos de la población judía más afectados por la cercanía de sus hogares a la franja de Gaza, afectando gravemente su vida cotidiana, generalizó asimismo la indignación de la opinión pública israelí en su conjunto y fue la principal razón que movió a las autoridades de Israel a tomar la decisión de desarrollar, entre finales de diciembre de 2008 y avanzado el mes de enero de 2009, una ofensiva militar en la franja de Gaza mediante ataques aéreos e incursiones terrestres. Pese a ello, desde entonces hasta hoy, miles de proyectiles han vuelto a ser lanzados con propósito de indiscriminada letalidad contra enclaves civiles en Israel, a partir de bases terroristas situadas en ese territorio bajo administración de Hamás.
Casi cuatro años después, los acontecimientos se asemejan. Tras la ahora aún más evidente provocación terrorista que suponen esos miles de ataques con misiles y cohetes, pese a que muchos han sido interceptados por los avanzados medios de que disponen para ello las Fuerzas de Defensa israelíes, el reciente y extraordinario incremento en los lanzamientos llevados a cabo desde Gaza, especialmente en octubre, ha propiciado una respuesta que la gran mayoría de la plural sociedad israelí considera legítima, aunque sobre su alcance y magnitud no exista igual grado de consenso en su seno. Lo propio de las provocaciones terroristas es que persigan una reacción desmesurada por parte del adversario. La de Hamás, a través de su brazo armado Brigadas Izz al Din al Qassem, busca que la respuesta de Israel, el Estado cuya destrucción invoca, no guarde proporción o parezca que no lo hace.
Esto aconseja que las autoridades israelíes apuren todas las posibilidades que existan para llegar a un acuerdo satisfactorio de alto el fuego que contemple el fin de los ataques desde Gaza antes de invadirla otra vez. Aunque, independientemente de la respuesta, los radicales islamistas se esforzarán por que proyecte una vez más hacia el exterior –en la actual coyuntura de crisis y cambio en el mundo árabe que les ofrece tanto oportunidades con el acceso de los Hermanos Musulmanes al poder en Egipto como desafíos respecto a la contienda armada en Siria– una visión del antagonismo entre palestinos e israelíes detrás del cual se esconde la realidad de corrupción e ineficacia con que gestionan los asuntos públicos en aquella franja, donde recurren al adoctrinamiento en el odio antisemita de niños y adolescentes para fijar la transmisión intergeneracional de un conflicto presentado en términos de suma cero.