“La comunidad internacional debe actuar ante el rápido deterioro de la seguridad en el Sahel”: esta es la frase más escuchada y leída durante los últimos años en relación a la conjunción de factores y circunstancias presentes en esta región, desde redes de tráficos ilícitos y un terreno de difícil control hasta la consolidación de grupos afines y vinculados a al-Qaeda y un largo etcétera.
La pregunta que surge a continuación es: ¿qué se puede y qué se debería hacer? Pensando en las limitaciones de los actores externos a la región, las respuestas varían mucho según qué interlocutor responda. Sin embargo, tras la ocupación y toma de control de gran parte del territorio maliense por un conjunto de milicias de distinta naturaleza en marzo de 2012, era una opinión generalizada entre expertos y personas involucradas directamente en la gestión de la situación en Mali, que ya sólo se podía elegir entre la opción menos mala. El informe del International Crisis Group (ICG) sobre Mali, de septiembre pasado, comenzaba: “In the absence of rapid, firm and coherent decisions at the regional, continental and International levels by the end of September, the political, security, economic and social situation in Mali will deteriorate. All scenarios are still possible, including another military coup and further social unrest in the capital, which risks undermining the transitional institutions and creating a power vacuum that could allow religious extremism and terrorist violence to spread in Mali and beyond”.
Pocas dudas caben de que las previsiones de los expertos del ICG se cumplieron prácticamente al pie de la letra y, ante las dificultades de actuar en forma coherente y rápida en la región, pocos meses después nos encontramos con un escenario ciertamente preocupante para Europa en su conjunto, y en especial para los países del Mediterráneo. A pocos kilómetros del viejo continente europeo se está librando una guerra en todas sus dimensiones, con botas europeas (que no de la UE), francesas concretamente, luchando en solitario contra milicias yihadistas, tuareg y también de neto corte criminal, y con una situación explosiva en los alrededores, como se pudo observar ante la crisis de los rehenes en Argelia.
Es obvio que los europeos llegamos tarde, pero también es cierto que el resto de actores internacionales tampoco han sabido reaccionar adecuadamente. Mientras tanto, las decisiones y las iniciativas adoptadas a lo largo de los últimos años no han cumplido su objetivo de evitar la situación que finalmente ha sobrevenido: un Afganistán en el patio trasero europeo.
La crítica situación que actualmente atraviesa la zona del Sahel es un buen ejemplo de cómo la inacción o la intención de actuar de una forma limitada (evitar poner soldados en el terreno) puede tener unos efectos perniciosos para la seguridad. Incluso, parte de la crisis en Mali tiene que ver con la gestión inacabada de la guerra en Libia.
Desde hace más de una década que el Sahel viene acaparando la atención de algunos gobiernos europeos y de EEUU por la amenaza terrorista. Desde 2002, EEUU viene implementando programas plurianuales e incluso se creó bajo el mandato de George W. Bush el AFRICOM (2008). La Iniciativa del Pan-Sahel data de 2002 y se centró en entrenar soldados de Mali, Mauritania, Níger y Chad. A partir de 2005 serían la Trans-Saharan Counterterrorism Initiative (TSCTI) y a continuación la Trans-Saharan Counterterrrorism Partnership. Estos programas plurianuales combinan esfuerzos tanto civiles como militares para combatir el terrorismo en el África subsahariana. El objetivo es luchar contra el terrorismo en la región y asistir a los gobiernos para controlar su extenso territorio y prevenir la posible creación y consolidación de santuarios terroristas. Una de las dimensiones de este programa es la cooperación militar (operación Enduring Freedom Trans-Sahara). El programa de entrenamiento norteamericano en Mali es –como poco– controvertido, al margen de que el capitán Sanogo (quien protagonizó el golpe de Estado en marzo de 2012) participó en las actividades de entrenamiento militar estadounidense (también en las filas rebeldes existen oficiales que se habrían beneficiado de la formación norteamericana). A esto se deben sumar, por ejemplo, las filtraciones que en su día hizo Wikileaks sobre las quejas de oficiales argelinos a la entonces subsecretaria de Defensa para África, Vicki Huddleston, de que el gobierno de Touré era el vínculo más débil en la lucha contra al-Qaeda. Lo realmente preocupante es que a pesar de desarrollar, durante más de 10 años, una estrategia de colaboración y acompañamiento en la región, no fue posible ni prevenir ni evitar la situación en la que zona actualmente se encuentra.
En el caso de Europa (más allá de las iniciativas individuales de los Estados miembros), la preocupación por la situación en la región del Sahel se incorpora a la agenda durante la Presidencia francesa de 2008, cuando funcionarios europeos y ciertos Estados miembros consideraron que la seguridad en la región se estaba deteriorando rápidamente, con múltiples secuestros y un reforzamiento de al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI). A partir de allí se pusieron en marcha varias iniciativas, desde enviar misiones a cada uno de los países para evaluar las necesidades políticas y técnicas –dando lugar a un informe conjunto de la Comisión y de la Secretaria del Consejo (2010)– hasta una carta dirigida a la alta representante Ashton de ocho Estados miembros (Alemania, Dinamarca, España, Francia, Italia, los Países Bajos, Portugal y Suecia) solicitando intensificar el compromiso europeo con esta región.
Este impulso político propició el acuerdo del Consejo de Asuntos Exteriores (octubre de 2010) de desarrollar una estrategia para el Sahel que sería adoptada finalmente en marzo de 2011. Sin entrar en detalles sobre una evaluación integral de esta estrategia –que es susceptible a muchas críticas (desde el enfoque geográfico y la escasa integración de las perspectivas de las organizaciones regionales hasta el papel de Argelia–, sí puede decirse que se aprobó ya desactualizada. El entorno entró en una espiral de cambio, situación que no fue adecuadamente contemplada (las consecuencias de la “Primavera Arabe” y el conflicto en Libia, y las implicaciones de una Libia post-Gadafi, el papel del grupo Boko Haram en Nigeria y la crítica situación alimentaria). Esto ha intentado paliarse a través de los esfuerzos realizados por el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), con la creación de un grupo de trabajo para el Sahel y del papel del coordinador regional para esta región que, por cierto, está bajo responsabilidad de un español, Manuel López Blanco. Además, en el Consejo Extraordinario sobre Mali del 17 de enero de 2013 se decidió nombrar un enviado especial para el Sahel.
Sobre el papel, uno podría decir que con el despliegue de la misión civil de la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD) en Níger (EUCAP Sahel, dirigida por el coronel Francisco Espinosa Navas de la Guardia Civil) y la aprobación en diciembre pasado del concepto de gestión de crisis para la misión de entrenamiento de la UE en Mali (EUTM Mali), la UE se ha decidido a pasar a la acción.
Sin embargo, la misión en Níger, aunque necesaria, tendrá impacto a mediano y largo plazo. Por otro lado, en el pasado Consejo de Asuntos Exteriores Extraordinario se decidió acelerar el despliegue de la misión europea en Mali, lo que la alta representante Ashton anunció como la gran aportación europea para acompañar el esfuerzo bélico francés. Sin embargo, esta misión de entrenamiento que por definición es una apuesta a medio y largo plazo, presenta graves dudas sobre su viabilidad y eficacia, las cuales se refuerzan ante la ofensiva rebelde y la operación militar en curso.
También ha sido destinatario de serias y profundas críticas la African-Led International Support Mission (AFISMA), las más relevantes, sin duda, las del secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, que tuvieron como consecuencia que Naciones Unidas no se hiciera cargo de los costes asociados a la misión. En ese sentido, la UE sí se ha comprometido a proveer de ayuda financiera a la misión para que pueda ser desplegada sin mayores retrasos, movilizando recursos de la African Peace Facility. Una vez más, y a pesar de las dificultades económicas, la UE se decide a proveer su debilitado músculo financiero en vez del militar.
El escenario se repite, pues estamos frente a una crisis que realza las divisiones y las limitaciones políticas y de capacidades de la Europa de la seguridad y la defensa. La intervención en Libia dejó al descubierto las carencias de las dos grandes potencias militares europeas, Francia y el Reino Unido. Mali surge en un contexto de mayor reticencia y repliegue militar, sobre todo de EEUU, pero también de los socios europeos como lección aprendida de las experiencias no demasiado fructíferas de Irak y Afganistán, pero también como consecuencia de las restricciones presupuestarias propias de la crisis económica que atraviesan gran parte de los socios comunitarios.
En este contexto surge la duda de por cuánto tiempo será capaz Francia en solitario, con colaboraciones bilaterales puntuales de sus socios europeos (limitadas y a cuentagotas) y de EEUU, de mantener un amplio despliegue en territorio maliense. Y ¿en términos políticos y de opinión pública? Hasta el momento, Hollande está recibiendo un amplio respaldo tanto de la ciudadanía como de su oposición política.
Si hay algo que escenificó el último Consejo de Asuntos Exteriores del 17 de enero fue el consenso de los Estados miembros de hacer lo mínimo posible y lo mínimo en términos militares. ¿Hasta cuándo Europa podrá asumir el coste de no actuar conjuntamente allí donde es necesario, y en tiempo y forma? ¿Hasta cuándo se podrá permitir no asumir que EEUU, al menos durante un largo período, va a estar en segunda línea y serán los europeos quienes tendrán que asumir la gestión y resolución de sus problemas de seguridad? La apuesta estratégica de la Administración Obama por el Pacífico, aunque se haya pasado del pivot al rebalance, requiere una respuesta y sobre todo un cambio de actitud frente a los desafíos y retos de seguridad. Por el momento se ha logrado solventar estas difíciles situaciones (Libia y Mali) por el liderazgo individual de Francia, y en menor medida del Reino Unido, con apoyo norteamericano y el acompañamiento de otros socios europeos.
Es cierto que aunque históricamente la política de seguridad y defensa europea ha avanzado a golpe de crisis, el horizonte de una Europa estratégicamente relevante cada vez parece más lejano.