La percepción desde fuera de los enfrentamientos armados en Siria depende de la preferencia de los espectadores. Para los que ya se han apuntado a un relato en blanco o en negro, la realidad se interpreta de modo que coincida con el desenlace de preferencia. Cuando la proyección carece de matices se elimina la pesada tarea de seguir el guión y discriminar quiénes son los buenos y los malos y cuándo intervendrá el Séptimo de Caballería. Por el contrario, cuando la realidad se plasma en blanco y negro, se amplía la paleta cromática con tonos grises que obligan al espectador a agudizar sus sentidos y que mantienen la incertidumbre sobre el desenlace de la película.
La escalada de tensión sobre la frontera turco-siria provocado por la explosión de un proyectil sirio en suelo turco el pasado 3 de octubre de 2012 que produjo cinco víctimas mortales y ocho heridos, seguida del bombardeo de posiciones sirias e intercambios de disparos que han durando varios días, sirven para ilustrar el modo en el que las preferencias condicionan la percepción de la realidad. Para los espectadores que desean que una intervención militar acabe con el régimen sirio, la explosión constituye una agresión grave y deliberada que pone en peligro la paz y la seguridad y justifica una intervención militar. Para quienes esperan que el régimen se perpetúe por la fuerza, la explosión es un accidente aislado y sin intencionalidad que está provocado por la conspiración exterior y terrorista contra el régimen establecido.
Visto en blanco y negro, el guión resulta más complejo. Turquía, al igual que el resto de los países limítrofes, se enfrenta al doble reto de acoger a los refugiados que llegan y de evitar que las zonas fronterizas se conviertan en santuarios o en zonas de persecución “en caliente”. Pero a diferencia de otros, Turquía no es un país neutral ante el conflicto interno porque hace tiempo que tomó partido en contra del régimen, ha albergado en su territorio a la dirección de la insurgencia, no ha impedido el flujo de insurgentes que tratan de liberar el noroeste sirio y está tratando por todos los medios de propiciar alguna intervención militar que contenga la llegada de refugiados y le evite un enfrentamiento directo con Damasco. El gobierno turco ha ejercido su legítimo derecho a la autodefensa y ha bombardeado las posiciones sirias desde las que partió el disparo inicial y los posteriores, pero el fuego de contrabatería se ha alargado durante varios días de forma sistemática y causado tantas bajas como las que pretendía vengar. También movilizó a su parlamento para respaldar una posible intervención armada en territorio sirio, un apoyo contestado en la calle por miles de manifestantes que no la desean y que no pidió para enviar sus fuerzas aéreas y terrestres a territorio iraquí a atacar las bases del Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK) cada vez que lo consideró oportuno.
El gobierno sirio sigue empeñado en ganar la guerra por medios militares y malgasta el crédito que le da la multiplicación de actos terroristas entre los insurgentes, como el ocurrido días antes en Alepo, reivindicado por la franquicia Jebhat al-Nusra de al-Qaeda que causó medio centenar de muertos y un centenar largo de heridos, y que valió la condena del presidente del Consejo de Seguridad. También tiene derecho a prevenir la entrada de combatientes y armamento por las fronteras y a prevenir la liberación de zonas fronterizas que sirvan a la insurgencia pero es responsable objetivo de los daños que provoquen esas acciones militares. Unas acciones que se vienen reiterando en la frontera turca –incluido el derribo en junio de un avión de combate turco– y que afectan a las fronteras jordana, libanesa e iraquí cada vez con más frecuencia, aumentando el riesgo de que los enfrentamientos armados se extiendan, tal y como viene denunciando el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon.
Los espectadores en blanco o negro esperan que los incidentes desemboquen en una intervención armada, pero quienes podrían ponerla en marcha han apostado por la prudencia. Turquía ha contado con la solidaridad de la OTAN, cuyos embajadores en el Consejo del Atlántico Norte pidieron a Siria que cesara en sus agresiones sin que la situación se llegara a considerar como un ataque armado dentro del artículo 5. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no ha debatido ninguna resolución condenatoria pero Rusia se ha visto obligada a exigir a Siria que reconociera su responsabilidad y ofreciera sus excusas, lo que ha contribuido a desactivar la tensión sobre la frontera. Experiencias recientes desaconsejan saltos militares hacia adelante y muchos guionistas –incluidos algunos turcos y sirios– trabajan tanto para encontrar una solución pactada que evite un final de holocausto a la guerra civil siria como para preparar la intervención humanitaria o militar que lo evite tras la caída del régimen sirio. La prudencia y la apuesta mayoritaria por una solución política desaconsejan fijar líneas rojas que faciliten una escalada militar, pero ya se sabe que el cine en blanco y negro no es para mayorías ni favorece el espectáculo.