En los últimos tiempos se está produciendo un cambio, rápido y profundo, en la percepción de China por parte de buena parte de la comunidad internacional. Este cambio de percepción se traduce en crecientes sentimientos de recelo y desconfianza hacia China. Se trata de un fenómeno que se presenta tanto en países avanzados como en países en desarrollo, y que de seguir progresando va a suponer cambios importantes en la escena internacional.
Las manifestaciones de esta reacción contra China son múltiples. Hace pocas semanas la Comisión Europea publicaba un importante documento sobre la estrategia hacia China que representa un importante endurecimiento en relación con las posturas mantenidas en el pasado. En el documento se califica a China de “competidor económico” y “rival sistémico que promueve modelos alternativos de gobernanza”.
La Comisión de Asuntos Exteriores del parlamento británico ha publicado también a principios de este mes de abril un documento sobre las relaciones con China. El documento plantea la necesidad de revisar la política hacia China, recomendando no firmar un memorándum de entendimiento sobre la Nueva Ruta de la Seda, y con alusiones a “los intentos de China de subvertir los mecanismos internacionales de derechos humanos”, los peligros para la autonomía de Hong Kong, las interferencias de China en la política del Reino Unido, en sus medios de comunicación e instituciones académicas, etc.
Son ya varias las universidades de países occidentales que han decidido cerrar los institutos Confucio que albergaban en su seno, por lo que consideraban actividades inaceptables de propaganda. La Unión Europea ha puesto en marcha un mecanismo de supervisiónde inversiones extranjeras, que en la práctica se dirige fundamentalmente hacia las inversiones de empresas chinas.
La organización Reporteros sin Fronteras ha publicado recientemente el informe “China’s Pursuit of a New World Media Order”, que investiga la estrategia de Pekín para controlar la información a nivel internacional, un proyecto que según esta organización representa una amenaza para la libertad de prensa en todo el mundo.
En fin, podrían citarse muchos otros ejemplos que ponen de manifiesto los crecientes recelos hacia China.
Dos factores clave
Estas críticas contra China no responden, como algunos han señalado, a sinofobia, sino que se explican en buena medida por la nueva orientación que el país ha adoptado con Xi Jinping. Durante varias décadas la China de la reforma mantuvo una política exterior moderada, de perfil bajo. Se confiaba en que el país evolucionaría paulatinamente hacia un sistema político de mayores libertades. Existía un consenso relativamente amplio en que la China de la reforma sería para la comunidad internacional una fuente tanto de prosperidad económica como de estabilidad.
En el trasfondo de esta nueva actitud de recelo y desconfianza hacia China se encuentran dos factores clave, en mi opinión.
Por un lado, el carácter autoritario de su régimen político. Existe una percepción cada vez más generalizada de que en la etapa de Xi Jinping se ha producido una involución en lo que se refiere a la evolución política, los derechos humanos, las libertades. La idea de que la reforma y el progreso económico llevarían hacia un sistema político más abierto y liberal parece haber perdido validez. Con la política de reforma que se lanzó en 1978, bajo el impulso de Deng Xiaoping, se puso en marcha un proceso para separar paulatinamente el Estado del Partido, en el que también se ha producido una involución.
Por otra parte, se ha extendido la percepción de que China no respeta las normas internacionales. China, por ejemplo, rechazó la resolución de la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya en relación con su contencioso con Filipinas en el mar del Sur de China.
Se han producido secuestros y desapariciones de abogados defensores de derechos humanos, editores, empresarios, etcétera, algunos de los cuales han “desaparecido” en otros países o en Hong Kong y han reaparecido posteriormente en China realizando confesiones públicas de culpabilidad.
El tema de la detención de la directora financiera de Huawei, Meng Wanzhou, en Canadá es significativo a este respecto. Por un lado, China ha exigido al gobierno canadiense su puesta en libertad, obviando que existe un procedimiento judicial en marcha y que en los países democráticos el sistema judicial es independiente, y no responde a las órdenes de los gobiernos. Además, varios ciudadanos canadienses fueron detenidos en China poco después de la detención de Meng, algo que muchos observadores han considerado una represalia (inaceptable en términos de seguridad jurídica y respeto a la ley) por la detención de la directiva de Huawei.
El futuro: ¿una nueva etapa?
Este movimiento de reacción frente a China ha conocido una notable aceleración en los últimos tiempos. Los documentos que he mencionado de la Comisión Europea, el parlamento británico, Reporteros sin Fronteras, son de las últimas semanas.
Es difícil pronosticar con una cierta precisión sus consecuencias, pero éstas pueden ser muy amplias y tener una incidencia importante en la evolución internacional. No tenemos espacio en este post para analizar estas posibles consecuencias. Pero me gustaría hacer un último comentario antes de terminar.
China ha entrado en estos últimos años en una nueva etapa, y también lo ha hecho la percepción de China en la comunidad internacional. Se trata de una etapa que genera incertidumbres, nuevos riesgos, y que obliga sin duda a la comunidad internacional, a la Unión Europea, a España, a adaptar sus políticas. La Unión Europea, en particular, debe esforzarse por terminar con sus divisiones en su política hacia China y adoptar una política común.
Pero hay que tener también en cuenta que, al igual que las condiciones han cambiado en los últimos años, también pueden hacerlo en el futuro, y la República Popular China puede entrar en una nueva etapa, que la devuelva a la senda que había seguido hasta hace unos años.