Van avanzando en elecciones nacionales. El último paso lo ha dado el partido Demócratas Suecos (DS) el pasado domingo, que ha aumentado su porcentaje de voto del 12% al 17,6% y mantenido su puesto de tercer partido. Pero la gran traca que pretenden prender los partidos antieuropeos y xenófobos (los dos factores van juntos) son las elecciones al Parlamento Europeo de mayo próximo. Incluso cuentan con un antifederador externo, Steve Bannon, cuya estrategia facilitó la victoria de Trump y que ahora quiere aportar sus perversas técnicas electorales a estos partidos europeos y las posiciones del propio presidente de EEUU.
Puede parecer una paradoja, pero los antieuropeos se europeízan para ir contra Europa. Usan la dimensión europea a esa escala y para avanzar en términos nacionales. Aunque comparten objetivos y causas, no forman, sin embargo, una unidad, pues cada caso es diferente. Incluso por familias políticas: el húngaro Viktor Orbán puede haber sellado una alianza –algunos lo califican de “caballo de Troya”– con el italiano Matteo Salvini, ambos en el poder, pero sus formaciones pertenecen a grupos políticos distintos en la Eurocámara. El Fidesz húngaro está integrando en el Partido Popular Europeo, lo que tendrá consecuencias a la hora del reparto de poderes en las instituciones tras esas elecciones; la Liga italiana en el EFD, Grupo Europa de la Libertad y la Democracia Directa, y hay otros. La francesa Agrupación Nacional (antiguo Frente Nacional) se propone conformar una “nueva mayoría” en el Parlamento Europeo, o al menos una minoría lo suficientemente fuerte como para bloquear pasos europeístas, sobre todo, pero no únicamente, en materia de inmigración. Salvini, por su parte, habla de una “Liga de Ligas”. En todo caso, se anticipan nuevas constelaciones políticas.
Les une la actitud contra la inmigración y el deseo de recuperar soberanía nacional. Tienen una alta capacidad de contaminación política a este respecto, pues esta nueva y no tan nueva ultraderecha está contaminando todo el debate político en Europa (y más allá, como se ve en EEUU). Dictan la agenda. El discurso anti-inmigración que les caracteriza ha penetrado en buena parte de la derecha moderada. E incluso de una parte de la izquierda, como con el lanzamiento en Alemania, con un discurso anti-inmigración, del movimiento Aufstehen (“En Pie”) para frenar desde esa izquierda más radical el avance de la derechista Alianza por Alemania (AfD), sobre todo en los territorios del antiguo Este, y cosas peores, como se ha vivido en Chemnitz. Sin olvidar el Movimiento Cinco Estrellas en Italia.
Y eso que esta cuestión del rechazo a la inmigración es una cuestión de minorías, amplias, pero minorías, aunque pesan en Europa (y en EEUU). Según una reciente encuesta del Centro Pew, conforman mayorías claras los europeos occidentales que consideran beneficiosos, más que gravosos, para sus economías a los inmigrantes: el 61% en el caso de España, el 72% en Suecia, el 66% en Alemania y el 54% en Francia. El único país europeo que se descuelga de esta norma, como de otras, es significativamente Italia, con un 45%.
En el centro-derecha y el centro-izquierda europeo destaca Emmanuel Macron, con un discurso abiertamente europeísta. Pese a su actual pérdida de popularidad en Francia, es el gran líder de referencia de un país grande ante el desdibujamiento de Angela Merkel. Para tener éxito debe no sólo combatir esos movimientos, los síntomas, sino sus causas. Pero esas causas son múltiples y complejas. Sí, Suecia es, tras Alemania, el país que más refugiados ha acogido (en términos relativos a su población, el primero) de las recientes crisis de Oriente Medio, pero la economía marcha bien y el desempleo está en mínimos. De un modo más general, también es una reacción de las clases medias y trabajadoras ante su desclasamiento y pérdida de poder que los lleva a buscar más identidad, como bien ha señalado el politólogo británico Colin Crouch. La defensa de las identidades pesa y es peligrosa si se maneja mal. Como advierte Francis Fukuyama en su último libro, la política de las identidades puede romper la democracia.
El pulso europeo de mayo va a ser crucial, sobre todo si los votantes de estos movimientos se movilizan más que los que están sin gran entusiasmo, a favor de avanzar, o al menos de mantener, la integración europea. El sistema electoral les favorece. Y hacer que pierdan el control de la agenda resultará difícil, aunque es lo que hay que intentar con propuestas atractivas y tranquilizadoras que respondan a los problemas planteados, a los efectos que perduran de la crisis que empezó en 2007-2008, que ha desajustado las estructuras sociales y culturales, y con una actual situación económica menos boyante de lo esperado. De otro modo, la Unión y sus Estados miembros pueden salir debilitados en valores, instituciones y políticas.