Las alarmas están sonando en casi toda Europa: la demografía está peligrosamente a la baja. A corto plazo, no digamos ya a largo, muchos países del Este de la UE se están literal, o aritméticamente, vaciando, y ello desde que entraron en la Unión en 2013, debido a la salida de jóvenes en busca de mejores presentes y futuros en el otro lado de Europa, al amparo de la libre circulación de personas y trabajadores, y a la baja natalidad entre los que se quedan. La pertenencia a UE ha actuado como un imán vaciador de población para estos nuevos miembros, a lo que se suma la caída de la natalidad.
Es una tragedia continental. Tanto que Croacia, que ocupa la actual presidencia rotatoria del Consejo de la UE, la ha planteado como primera prioridad de su semestre. Para el primer ministro croata, Andrej Plenković, el declive demográfico es un “riesgo existencial” para toda Europa al que la UE ha de dar respuesta. El politólogo búlgaro Ivan Krastev, en su reciente libro (junto a Stephen Holmes), significativamente titulado La luz que se apaga: Cómo Occidente ganó la Guerra Fría pero perdió la paz, señala que “la demografía es el destino” y llama la atención sobre este “colapso demográfico”.
Bulgaria, Letonia, Croacia, Rumanía (hay más de 700.000 personas de origen rumano en España) y Lituania están a la cabeza de este vaciamiento poblacional. Diez Estados miembros de la UE han visto caer su población en 2018. Bulgaria, que ha perdido un 6% de su población desde 2008, es el país del mundo que más rápidamente se está vaciando. Más de un millón de búlgaros se han marchado del país. Desde la caída del comunismo ha pasado de tener 8,7 millones de habitantes en 1990 a menos de 7 millones en la actualidad. Y las perspectivas son que seguirá encogiéndose hasta unos 5 millones en 2050. Se van los jóvenes y los pocos que quedan no quieren tener hijos, aunque han visto sus empleos y sus salarios crecer (un 6,6% en la región) ante la falta de mano de obra, en una economía en expansión en parte gracias a unos fondos europeos que se pueden reducir con la merma que va a suponer el Brexit. Letonia ha perdido una quinta parte de su población desde que ingresó en la UE en 2004.
Croacia sigue una pauta similar. Desde su ingreso en la UE en 2013 hasta 2018, 233.000 croatas habían abandonado el país y la hemorragia no se ha detenido, con lo que ello supone también de fuga de cerebros. Polonia, con problemas similares, pese a sus reticencias al respecto, se está abriendo a una inmigración desde Ucrania y otros vecinos para paliar este declive. Hungría, el principal régimen en dar un portazo a los refugiados de la guerra civil siria –no deja de ser una paradoja que muchos de los países que pierden población se oponen a la inmigración y a políticas europeas en este campo–, prefiere optar por lo que el autoritario primer ministro Viktor Orbán ha bautizado como “clínicas de fertilidad” para impulsar la natalidad y no tener que recurrir a la inmigración.
Al Oeste hay pautas distintas, aunque no por ello dejen de resultar preocupantes. Los países nórdicos han detenido en parte su declive demográfico. Los países del Sur van a la baja, aunque España se haya salvado en los últimos datos gracias a la inmigración. Pero España e Italia, según las previsiones de la Comisión Europea, pueden perder una cuarta parte de su población para 2050. Francia aguanta, gracias a una política de ayuda a las madres trabajadoras, y Alemania, con medidas de este tipo, resiste. Con el Brexit, el Reino Unido va a cerrar sus puertas, lo que eliminará un destino al que ha optado casi un millón de polacos.
¿Hay soluciones? No pueden ser inmediatas, pero hay que actuar sin demora aunque los efectos sean a medio y largo plazo. La presidencia croata de la UE le ha pedido a la Comisión Europea y al Consejo que estudien medidas para invertir estas tendencias, esencialmente con políticas favorables a la familia. Nada fácil no ya a nivel europeo –dada la heterogeneidad de las situaciones y de sus causas– sino incluso nacional, como sabemos en un país, como España, con algunos territorios rurales vaciados. O a escala del continente, pues Rusia y Ucrania, como los países de los Balcanes, están viviendo también este tipo de problema que afecta al peso de una Europa que se encoje demográficamente en un mundo aún en expansión a este respecto. Para 2050, la edad mediana en la UE será de 47 años, es decir, cuatro años más que la de EEUU, y no digamos ya que en el resto del mundo (con grandes excepciones como Japón, y, cada vez más, China). Ningún país de la UE tiene una tasa de nacimientos suficiente para remplazar a sus muertos, recordaba un reciente editorial del Financial Times, apoyándose en un informe de la ONU y en unas interesantes tablas y gráficos.
La alarma reclama políticas no sólo nacionales sino europeas, pues es un problema europeo, en parte generado por las propias ventajas que conlleva la UE. Como dice un informe al respecto del Fondo Monetario Internacional, “no hay un único o fácil remedio para afrontar las presiones demográficas”. Urgentes son sistemas generales de ayudas a las mujeres para trabajar y a la vez tener hijos, entre los que han de destacar las bajas parentales igualitarias y la universalización de guarderías asequibles. Más trabajo para Teresa Ribera, la nueva vicepresidenta de Transición Ecológica y, sí, Reto Demográfico, que se tendrá que ocupar también a nivel europeo de este problema, y para la próxima Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de País a Largo Plazo en la Presidencia del Gobierno.