Flashpoints, el último libro de George Friedman, presidente de Stratfor, es una excelente muestra de erudición en geografía e historia, herramientas indispensables de la geopolítica. Sin embargo, el subtítulo de esta obra sobre posibles “puntos calientes” lleva un subtítulo provocador, The emerging crisis in Europe, que entre políticos y analistas del Viejo Continente despertará elevadas dosis de escepticismo, desdén o indiferencia. Pero este libro solo puede entenderse asumiendo el lugar del otro, tal y como solía repetir Isaiah Berlin. Este gran historiador de las ideas políticas compartía la condición judía de Friedman, cuyas raíces proceden de tierras húngaras y eslovacas, tan sensibles a una oscilante geografía de las fronteras. El padre de Friedman, un impresor de Budapest, sobrevivió a los totalitarismos nazi y soviético, aunque no tuvieron tanta suerte algunos miembros de su familia. Aquel refugiado encontró en EEUU la tierra de promisión y desconfió para siempre de Europa, un lugar habitado por monstruos. De ahí que los recuerdos y pesadillas paternos afloren en esta obra. Así, por ejemplo, en el reproche de Friedman a la UE que, en su opinión, estaría actuando como si en su suelo no se hubieran cometido espantosas atrocidades.
Berlin hubiera coincidido con Friedman, que también es un estudioso de la filosofía política, en que el individualismo radical de algunos pensadores de la Ilustración abrió la senda de los nacionalismos, de acusados rasgos irracionalistas y emotivistas, y en plena contradicción con los principios del racionalismo ilustrado. Esos nacionalismos de todo signo fueron los responsables de la guerra de los treinta años que, salvo algunos intervalos, asoló Europa entre 1914 y 1945. Con este planteamiento, otros habrían defendido el proceso de integración europea. En cambio, Friedman hace gala de sobrado escepticismo, pues está convencido de que este proceso se ha basado más en el pragmatismo que en valores sólidos. Estemos o no de acuerdo, el analista americano brinda a los europeos esta reflexión: la paz y la prosperidad, que dice perseguir la UE, ¿son fines en sí mismos? Si dichos fines se deterioran o se ven amenazados, ¿no se verá afectada la cohesión de los miembros del club europeo porque no hay auténticos vínculos de solidaridad entre ellos? Esas preguntas nos interpelan desde la crisis de 2008 que, de económica y financiera, se ha tornado en existencial. No es tanto una crisis de las estructuras e instituciones europeas como de las sociedades de los países de la UE, con la consiguiente ascensión de nacionalismos y populismos. Aquí están, sin duda, los flashpoints más inquietantes del libro de Friedman, que no llevan necesariamente a pronosticar una repetición del pasado. El determinismo de su enfoque geopolítico no le hace elucubrar sobre nuevos fascismos sino sobre la debilidad y la fragmentación de las sociedades europeas. La actitud escéptica de George Friedman tiene sus profundas raíces en Hannah Arendt, norteamericana y judía como él, cuando afirmaba que no hay nada más peligroso que ser rico y débil. Así ve Friedman a Europa, a la que reprocha su limitada política de defensa y su mezcolanza entre política exterior y política comercial.
Pero los puntos de ignición que nuestro autor percibe en Europa tienen que ver, sobre todo, con el Cáucaso, Ucrania y los países de la OTAN y la UE próximos a las fronteras rusas. En definitiva, el destino de Europa se plantea en términos totalmente “clásicos”: entre Alemania y Rusia. El determinismo geográfico una vez más. En efecto, la geografía condiciona el papel de Alemania en Europa, y no está descaminada la observación de Friedman de que los alemanes están atrapados entre lo ordinario y lo extraordinario. Asegura que tienen un profundo miedo de lo extraordinario y querrían ser ciudadanos ordinarios y casi invisibles. Sin embargo, a nuestro autor le resulta inverosímil que la cuarta economía mundial pretenda ser invisible. Está convencido de que, tarde o temprano, sacará a relucir su dimensión política. Pero es bien sabido que esas no son las intenciones de Alemania, lo que le lleva a poner en práctica una compleja política de equilibrio: mantener la UE y su zona de libre comercio, sin dejar de tener una relación estratégica con Francia y, ante todo, con Rusia.
Por lo demás, George Friedman no cree en una nueva guerra fría con la Rusia de Putin y subraya que los occidentales nunca han comprendido las intenciones del presidente ruso. El antiguo miembro del KGB considera abstracto y engañoso lo de la estabilidad y la seguridad democrática en Europa por la ampliación de la OTAN y la UE. Así se entiende que Ucrania esté condenada a seguir siendo una frontera. Friedman además nos recuerda algo con visos de realidad: Moscú aspira a tener sus parcelas de influencia en Polonia, Chequia, Eslovaquia, Hungría y Rumania. Un nuevo perímetro geopolítico surgido no de la fuerza militar sino de instrumentos comerciales y financieros.