Las relaciones entre España y China se han ido complicando en el último decenio. Al igual que ocurre con otros países de la Unión Europea, el punto culminante de la interacción estratégica parece ser cosa del pasado, al menos por ahora. Desde la época de Felipe González en los años 80, los gobiernos españoles siempre han buscado estrechar los lazos con China, considerada en todo momento como una gran potencia con un mercado inmenso y un potencial enorme, pero ahora parece primar más la cautela.
En este sentido, España está siguiendo el mismo rumbo que la UE. La Unión ha pasado de ver a China como un posible socio estratégico a optar por una estrategia basada en la eliminación de riesgos y muchas empresas españolas se decantan por el planteamiento China+ y se están centrando en la reducción de la dependencia. No obstante, la mayor parte de las élites españolas creen que España y la UE deberían seguir interactuando con China y rechazan cualquier idea de desconexión o de vuelta a una mentalidad de la Guerra Fría de bloques contrapuestos.
En cualquier caso, la interacción no debería implicar que se actúe con ingenuidad, algo que España parece pasar por alto. Sirva de ilustración el sector de la energía eólica. Las empresas españolas dominaban el mercado chino hace 20 años, pero las empresas mixtas y las transferencias tecnológicas han dado pie a que muchas empresas chinas se conviertan en feroces competidoras y la presencia española en el mercado ha pasado a ser residual.
Durante mucho tiempo, la opinión de Madrid fue que España era “el mejor amigo” de China en la UE porque había sido el primer país europeo en restablecer relaciones diplomáticas con Pekín tras la masacre de Tiananmén en 1989; al final, mucha gente se dio cuenta de que China afirmaba lo mismo de varios países de la UE: España no era tan especial.
Cabe afirmar que el punto culminante de la interacción estratégica entre España y China se alcanzó durante la crisis del euro de 2010 a 2012. España se vio sometida a presión por parte de los mercados financieros después de que estallara la burbuja inmobiliaria y China sirvió de factor estabilizador al no dejar de adquirir deuda pública española. José Manuel García-Margallo, a la sazón ministro de Asuntos Exteriores, llegó a decir que el 20% de la deuda soberana española estaba en manos de China, afirmación claramente exagerada porque el porcentaje real se acerca más al 6%. En cualquier caso, lo que quedó patente es que la interdependencia iba en aumento.
Las actitudes cambiaron con rapidez cuando se empezó a ver la interdependencia como una posible supeditación excesiva a China. La adquisición por parte del gigante asiático del puerto griego de El Pireo y la compañía eléctrica portuguesa EDP disparó las alarmas. Los Ministerios de Asuntos Exteriores y Defensa siempre se han mostrado más recelosos con China, mientras que los de Economía e Industria han solido ser más receptivos. Ahora ya no. En muy poco tiempo, afloró el miedo a que China aprovechara un momento de debilidad para comprar algunas de las mayores empresas estratégicas de España, por ejemplo, en los sectores de telecomunicaciones y energía, y todo el país se puso en guardia. España siempre había contado con mecanismos legales para bloquear las inversiones extranjeras desde que pasó a ser una democracia a finales de la década de los años 70, pero sólo ahora se mostraba dispuesta a utilizarlos.
Por lo que respecta al sector tecnológico, España solía tener las puertas abiertas a la entrada de tecnología china, como en el caso de las redes 5G, pero ahora el enfoque ha cambiado y se incita a las empresas de telecomunicaciones a no utilizar equipos de Huawei en sus redes.
En el último decenio, ha habido momentos cruciales en los que España se ha mostrado reticente a seguir desligándose de China desde un punto de vista estratégico. Tras la creación del formato 17+1 con Europa central y del este, corrió el rumor de que Pekín estaba intentando convencer a Madrid para que implantara un mecanismo similar junto a los países mediterráneos, pero la propuesta no suscitó mucho entusiasmo en España. La opinión en Madrid era que ese tipo de foro podría menoscabar la unidad de la UE. Además, unos años después, ya en 2018, cuando Xi Jinping visitó Madrid, el gobierno chino quiso firmar un memorando de entendimiento sobre la Nueva Ruta de la Seda y la respuesta española volvió a ser negativa.
Este aumento del recelo hacia China también ha hecho mella en el comercio. Muchas empresas españolas entraron tarde al mercado chino, pero lo hicieron con grandes expectativas y ahora se percatan de que tener éxito en China es más difícil que nunca. Mientras a las empresas españolas les cuesta abrirse un hueco en el mercado chino, el déficit comercial de España con China no deja de crecer. El país importa cinco veces más de lo que exporta y el gran interrogante es saber qué pasará con la industria automovilística ante el fuerte crecimiento del sector chino de la automoción. Se suele pasar por alto que España es el segundo mayor fabricante y exportador de automóviles de Europa, tan sólo por detrás de Alemania. A las empresas españolas de componentes para automóviles les ha ido bien en China siguiendo la estela de sus clientes alemanes. Gestamp, por ejemplo, cuenta con 11 fábricas en China y emplea a 5.000 trabajadores.
¿Seguirán teniendo éxito estas empresas? ¿Empezarán a producir para los fabricantes de automóviles chinos? En vista de la ventaja competitiva de China en el sector, ¿empezará España a importar en masa (como el resto de la EU) coches eléctricos chinos? ¿O llevará la voz cantante para producirlos y exportarlos al resto de la UE? El consorcio chino BYD ya ha manifestado su interés en implantar una fábrica de automóviles en España y el gobierno español no parece poner objeciones. Teniendo en cuenta que España ha dado cabida a todos los fabricantes de automóviles a gran escala, ¿por qué cerrar la puerta a las empresas chinas en un sector que resulta estratégico para la economía del país sin suponer una amenaza para la seguridad nacional? Ocurre igual con el turismo: España está deseando recibir el mayor número posible de turistas chinos, tal y como afirmó Pedro Sánchez durante su visita a China a principios de año con ocasión del 50º aniversario de las relaciones diplomáticas entre ambos países.
Estos ejemplos dan buena muestra del pragmatismo de España. Se sigue viendo a China más como un socio y competidor que como un adversario. En temas más delicados como los derechos humanos, la situación de Hong Kong y el futuro de Taiwán se debaten sobre todo a nivel de la UE. También existe la firme convicción entre las élites españolas de que la UE debe desarrollar una autonomía estratégica abierta mediante la reducción de su dependencia tanto de China como de Estados Unidos (EEUU) y actuando de puente entre ambas potencias. Como señaló Sánchez en su discurso inaugural del Foro de Boao este mismo año: “Podemos tener puntos de vista diferentes sobre ciertas cuestiones, pero debemos seguir tendiendo puentes y consolidar la confianza mutua”.
En cualquier caso, este pragmatismo tiene sus límites. Si China proporcionase armamento a Rusia o invadiese Taiwán, España se alinearía con el resto de las potencias occidentales y cambiaría de un modo drástico sus relaciones con China. De eso no cabe la menor duda.
Este análisis es una traducción del texto original publicado en forma de capítulo en el informe del ISPI titulado “Defying gravity: is de-risking from China possible?”.
Tribunas Elcano
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