Nunca, al menos desde el derrumbe del Imperio Otomano, ha sido estable. La inestabilidad es propia de Oriente Medio, región aquejada, como se ha dicho, de un exceso de historia, aunque sigue sumando nuevas dimensiones. En las últimas décadas, la estabilidad, relativa, había venido de fuera, de EEUU como “estabilizador externo”, sobre todo por su presencia militar (incluida la Sexta Flota), su apoyo a Israel y su estrecha relación con Arabia Saudí. Su invasión de Irak en 2003 resultó desestabilizadora para el conjunto de la región, y provocó un hartazgo estadounidense hacia una zona que ha perdido centralidad para EEUU en materia de petróleo, no de terrorismo yihadista, al haberse la superpotencia convertido en autosuficiente (aunque le afecta el precio del crudo). De hecho, Barack Obama ya decidió no meterse demasiado allí. Pero ante la crisis de Siria y el peligro global que suponía ISIS o Estado Islámico, decidió apoyar la lucha local contra la organización yihadista. El anuncio por el actual presidente, Donald Trump, de la retirada militar unilateral de fuerzas de EEUU de la zona, aunque fueran limitadas (unas 2.000), y sin plantear un calendario específico, supone un paso más en la desestabilización de la zona y en el enfrentamiento entre actores en la región y fuera de ella.
Trump estaría dejando en manos del régimen de Bashar al-Assad, victorioso, el control del país. Es un régimen apoyado por Irán, que refuerza así su peso regional, en detrimento de los propios deseos de Trump y de su aliado tan especial, Arabia Saudí, ahora en crisis de credibilidad tras el asesinato en Estambul del periodista Jamal Khashoggi . También ganaría Rusia. No se entiende bien la estrategia del presidente de EEUU, aunque sí la razón por la cual ha dimitido ante tal paso su secretario de Defensa, Jim Mattis. Incluso dos meses antes, el asesor de Seguridad Nacional, John R. Bolton, había asegurado que EEUU no se retiraría de Siria mientras Irán siguiera influyendo allí a través de tropas propias o del apoyo a milicias. Es Bolton el que ahora ha tenido que salir a la palestra para poner condiciones a una retirada que puede tardar “meses o años”. ¿Una nueva trumpada?
Trump considera que Estado Islámico ha sido ya derrotado. “Hemos ganado contra el ISIS” afirmó al anunciar la retirada, en contra de las valoraciones del Pentágono y de la CIA, que consideran que, sobre el terreno, esa organización aún dispone de varios millares de combatientes, aunque haya perdido un territorio que era esencial para el proclamado califato por el dirigente Abu Bakr al-Baghdadi (en paradero desconocido), transformado ahora en un califato más virtual. El Pentágono ha señalado que seguirá “colaborando con sus socios y aliados para derrotar” a Estado Islámico allí donde opere.
Los muy eficaces combatientes kurdos iraquíes y otros contra el ISIS, se verían abandonados por EEUU, ante una posible intervención de la Turquía de Erdoğan que temía ver cómo se estaba creando de hecho en el este de Siria (junto al de Irak) otro territorio autónomo kurdo que pudiera llevar a constituir un Estado. Pues la kurda sigue siendo una de las cuestiones no resueltas de toda aquella ecuación. La retirada de EEUU podría dinamizarla, aunque en sus recientes conversaciones en Moscú, Rusia y Turquía –Putin quiere atraer a Erdoğan– han parecido en buena sintonía, el futuro de las YPG (Unidades de Protección Popular) es incierto. Con la paradoja de que estos milicianos kurdos sirios se han puesto a negociar con el régimen de al-Assad, una cierta protección frente a una incursión turca, entregándole el control del entorno de la estratégica ciudad de Manbij.
A la vez, los 50.000 rebeldes o así que quedan frente al régimen quedarían en una posición de extrema debilidad. Es Rusia la que tiene la clave de la delicada situación en Idlib y al este del Éufrates. Cabe recordar que en parte fue lo que antes se llamaba Occidente quien alentó la rebelión contra al-Assad, en la estela de las primaveras árabes. Francia ha decidido seguir apoyando militarmente a los combatientes kurdos contra el ISIS, en lo que marca un nuevo alejamiento entre París y Washington y, por extensión, entre Europa y EEUU, un elemento más en la crisis transatlántica. De hecho, una de las razones esgrimidas por Mattis en su carta de dimisión es que EEUU debe ejercer su liderazgo como nación “indispensable” (término que lanzó la Administración Clinton) respetando a sus aliados. Europa se quedaría sola en este terreno, aunque tiene poco que influir en la zona. Los tiempos del acuerdo franco-británico Sykes-Picot, que en 1916 definió unas fronteras que se resisten a desaparecer, han quedado muy atrás. China puede, a su vez, cobrar peso en la zona. Aunque, de momento, nadie pretende precipitarse a llenar el hueco que dejaría EEUU de confirmarse las intenciones de Trump.
Incluso Israel –con un gobierno de Netanyahu muy próximo a Trump– anda preocupado. Le iba bien que Siria y el régimen estuvieran inmersos en una interminable y cruenta guerra civil. El nuevo reparto de cartas no le favorece, y menos si la milicia de Hezbolá, aliada de Irán, cobra nuevos vuelos. Los palestinos siguen olvidados.
El nuevo pulso entre grandes potencias regionales –Arabia Saudí, Irán y Turquía–, con Rusia como equilibradora, cobraría nuevos vuelos, sin verse controlado por esos estabilizadores externos. Todo ello cuando las presiones vuelven a subir desde unas sociedades árabes frustradas por el fracaso (salvo en Túnez) de las primaveras de 2011.