Cuando no se cuenta con demasiada información sobre un personaje público, el analista se siente dispuesto a examinar cualquier indicio de su vida o de sus escritos para apuntar alguna teoría sobre su forma de pensar o su eventual comportamiento. Esto sucede con el mariscal Abdelfatah al-Sisi, nuevo presidente de Egipto. Muchos de sus electores esperan que traiga la ansiada estabilidad, ausente del país norteafricano desde la caída de Hosni Mubarak tras la revolución de 25 de enero de 2011. Para ellos es el patriota que salvó a Egipto de los Hermanos Musulmanes al deponer al presidente Morsi, aunque no opinan lo mismo ni los islamistas ni los impulsores del movimiento 6 de abril, representante de la oposición laica al régimen de Mubarak y también ilegalizado.
Un trabajo de fin de grado del entonces general de brigada Al Sisi, presentado en 2006 al finalizar un curso en el US Army War College, puede arrojar algo de luz sobre la percepción que de la democracia tiene el presidente egipcio. Al Sisi vincula sin paliativos la democracia con el Islam, y rechaza que pueda existir una democracia en Oriente Medio al margen de la fe musulmana, marcando así la diferencia con la democracia occidental que, por definición, es una democracia sin adjetivos, al estar basada en valores universales que son independientes de las diferencias religiosas y culturales. El que la democracia y la religión no puedan separarse se refuerza con una referencia expresa de Al Sisi al período histórico del profeta Mahoma y sus inmediatos sucesores, los Califas Perfectos. Dicha época se asocia a una forma de gobierno en democracia que reflejaría “la ecuanimidad, la justicia, la igualdad y la caridad”, unos ideales que el ahora presidente egipcio equipara con el derecho a la vida, la libertad y la felicidad, mencionados en el preámbulo de la Declaración de Independencia norteamericana. Por lo demás, la democracia en Oriente Medio, según Al-Sisi, no tiene necesariamente que desarrollarse conforme al modelo occidental. Por el contrario, adoptará su forma específica y estará asociada a la vez a sólidos vínculos religiosos. Con todo, conviene no separar el trabajo de Al Sisi de su contexto: el recrudecimiento de las acciones terroristas en el Irak ocupado por los norteamericanos, una operación que supuestamente habría sido pensada para consolidar una “cabeza de puente democrática” en Oriente Medio. Sirvió, en cambio, para que los defensores del statu quo en la región desacreditaran el modelo occidental de democracia.
Las afirmaciones de Al Sisi bastaron para que algunos analistas norteamericanos, lectores recientes de su trabajo académico, lo calificaran de radical. Y sin necesariamente conocer el texto, el ex presidente Morsi debió de pensar que el militar egipcio era un simpatizante del islamismo político y le nombró comandante en jefe de las fuerzas armadas y ministro de Defensa. Por el contrario, Abdelfatah al Sisi es, ante todo, un nacionalista egipcio, de esos que no reducen la historia de su país al período islámico, hasta el punto de haber sido identificado por algunos medios de comunicación con figuras históricas de Egipto: desde Mohammed Alí Pachá, que liberó al país de la tutela otomana, al propio Gamal Abdel Nasser, e incluso hay quien lo ha comparado con Vladimir Putin. De hecho, hace unos meses llamó la atención la aparición de carteles desplegados en calles y edificios públicos egipcios que mostraban imágenes de Putin y Al Sisi uniformados junto a una fotografía histórica de Nasser en su época de alianza con la URSS. Transmitían el mensaje de un Egipto con una política exterior activa e influyente, lejos del aislamiento a la que la condenara Sadat, y abierta a países como Rusia o China, otro eco de los tiempos de Nasser.
Al-Sisi pretende no identificarse ni con los Hermanos Musulmanes ni con la autocracia de Mubarak. Esta última ya no existe, pero el actual presidente bien podría repetir lo que escribiera en su trabajo de grado:
“El simple cambio de sistemas políticos de la autocracia al gobierno democrático no será suficiente para construir una nueva democracia… En mi opinión la democracia necesita un buen entorno como una razonable situación económica, personas con educación, así como una comprensión moderada de los temas religiosos…Debido al cambio requerido y al tiempo necesario para el mismo, no se puede esperar que los países de Oriente Medio se conviertan rápidamente a una forma democrática de gobierno”.
Al Sisi tiene razón al afirmar que todo es una cuestión de tiempo, pero acaso debería preguntarse de cuánto tiempo dispone él mismo, tras la obtención del 89% de los votos en una elección casi plebiscitaria, aunque deslucida por una participación de solo un 44%. En tales circunstancias, el tiempo para ser en la convulsa sociedad egipcia un Mohamed Alí Pachá, un Nasser, o incluso un Putin, es muy limitado.