La cumbre del G20 celebrada en Buenos Aires ha puesto de manifiesto tanto las diferencias entre algunas de las principales economías del mundo en los temas clave de la gobernanza económica global –en particular entre EEUU y el resto– como la utilidad de este foro para servir de espacio de diálogo. A la hora de evaluar la utilidad de estas cumbres informales es importante ser realistas. En un contexto de crecimiento económico internacional y con elevada incertidumbre geopolítica pero con baja probabilidad de una recesión, es poco realista esperar que las grandes potencias vayan a cerrar acuerdos sustantivos. La historia enseña que para que los países coloquen los temas internacionales en lo más alto de la agenda y estén dispuestos a llevar a cabo sacrificios internos en pos de una mayor estabilidad internacional se requiere estar ante una coyuntura económica grave. Eso fue lo que sucedió en las cumbres de Washington y Londres de 2008 y 2009, cuando el G20 tomó medidas radicales tanto para evitar el colapso del sistema financiero internacional como para coordinar un paquete de estímulo fiscal que evitó que la crisis financiera generara una segunda Gran Depresión. De hecho, si bien es cierto que las acciones de los bancos centrales, sobre todo de la FED, fueron decisivas en aquel momento y probablemente se hubieran producido incluso sin la coordinación del G20, el mensaje político que mandaron los líderes de las potencias que representan dos tercios de la población mundial, el 85% de la producción y el 75% del comercio fue clave para alejar el fantasma de un colapso económico-financiero global. Y es que cuando los mercados entran en pánico, sólo el poder político puede estabilizar la situación.
“La lista de incertidumbres económicas no deja de aumentar, pero el escenario base continúa siendo de crecimiento para 2019”
Diez años más tarde, los jefes de Estado y de Gobierno se han reunido en Argentina en un contexto muy diferente. La lista de incertidumbres económicas no deja de aumentar, pero el escenario base continúa siendo de crecimiento para 2019. De hecho, existe un amplio consenso en que ni el Brexit, ni el aumento del proteccionismo, ni el presupuesto italiano, ni el elevado nivel de deuda global, ni la desaceleración de la economía china, ni la volatilidad del precio del petróleo van a desencadenar una crisis sistémica, y tampoco está claro que vayan a afectar de forma significativa a la economía mundial a corto plazo.
Al mismo tiempo, nadie puede negar que la cooperación internacional se encuentra en horas bajas, sobre todo porque su principal valedor durante décadas, EEUU, parece haber perdido el interés en ella. El America First de Donald Trump, que sin duda supone un torpedo en la línea de flotación del multilateralismo, ha desencadenado dos tipos de reacciones. Por un lado, ha dado alas a otros líderes del G20 que se sienten cómodos con la retórica de líder fuerte, el desprecio del derecho internacional y las actitudes unilaterales e iliberales. Sin duda Rusia, Arabia Saudí, el nuevo Brasil y tal vez Turquía podrían entrar en esa categoría. Pero no hay que llevarse a engaño, estos países nunca han tenido demasiada importancia en este foro y es poco probable que la tengan en el futuro (el estilo Trump les da más visibilidad y puede blanquear sus comportamientos, pero eso tendrá poco impacto sobre el devenir de la economía global). La otra reacción, la de los países europeos, Japón, Canadá, Corea del Sur, Australia, Argentina y, hasta cierto punto, también China, la India y México, ha sido la de enfatizar la necesidad de continuar mejorando la coordinación económica internacional. Han insistido en que, en un mundo tan interdependiente, las estrategias unilaterales y cortoplacistas pueden ser muy dañinas a largo plazo, en especial en lo que concierne al cambio climático y al comercio internacional, que son dos áreas en las que resulta evidente que las soluciones a los problemas tienen que ser globales.
“Leyendo el comunicado del G20 teniendo en cuenta este contexto en vez de estar guiados por un idealismo naíf, se pueden encontrar en él algunos elementos para el optimismo”
Leyendo el comunicado del G20 teniendo en cuenta este contexto en vez de estar guiados por un idealismo naíf, se pueden encontrar en él algunos elementos para el optimismo. De hecho, el primer éxito es que ha habido un comunicado, cuyo principal valor estriba en plantear un diagnóstico compartido sobre algunos de los retos económicos globales, como el futuro del empleo o la necesidad de aumentar la inversión para contribuir al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en 2030 (en especial en los temas de género, apoyo a la infancia, infraestructuras y salud), trabajar contra la evasión fiscal y la corrupción y abordar los retos que plantean la inmigración y las crisis de refugiados. Es positivo que exista cierto consenso en cuáles son los temas de la agenda económica de los que deben ocuparse los gobiernos, aunque también es cierto que muchos de estos asuntos requieren sobre todo medidas a nivel interno que, si bien es bueno que se coordinen, no necesitan de una fuerte gobernanza internacional. Donde la cooperación en el seno del G20 es realmente útil es en los asuntos que sí requieren acuerdo entre gobiernos para avanzar. Así, se reitera el compromiso con la actualización del sistema de cuotas y votos del Fondo Monetario Internacional y con la mejora de la estabilidad financiera global. Además, se plantea la necesidad de reformar la Organización Mundial del Comercio (OMC). Este último tema es sin duda esencial porque es la única forma de evitar una guerra comercial a largo plazo. Si bien será un tema muy difícil de abordar porque requiere poner de acuerdo a China y EEUU (por el momento aquí la UE está actuando como el gran mediador), es un paso adelante que se haya acordado iniciar un diálogo. Por último, donde sin duda el comunicado ha sido más desalentador es en el rechazo expreso de EEUU al acuerdo de París sobre cambio climático, con el que el resto de países firmantes siguen comprometidos y que es, sin duda, el mayor reto a largo plazo al que nos enfrentamos.
Pero, además, la reunión del G20 sirvió para que se produjera una reunión bilateral entre Donald Trump y Xi Jinping que, por el momento, supone una pausa en el conflicto comercial entre ambos. EEUU ha aceptado retrasar tres meses los aumentos arancelarios hasta el 25% que impone a un gran número de productos chinos mientras se continúa negociando. Y China, que quiere evitar una guerra comercial a toda costa, podría comenzar a ceder.
En definitiva, nadie debería esperar que una cumbre del G20 vaya a generar resultados espectaculares, especialmente en un entorno de crecimiento económico como el actual. Estos foros son importantes porque permiten a los líderes verse cara a cara –lo que puede servir tanto para acordar que se está en desacuerdo como para consolidar alianzas–, ayudan a definir agendas de retos compartidos (aunque algunos estén más dispuestos que otros a contribuir a su resolución) y, sobre todo, permiten tener un foro que se pueda activar cuando surja una crisis importante, como pasó en 2008.