La celebración de la Cumbre de la Alianza del Pacífico (AP) en Cali (Colombia), con la presencia de los presidentes de los cuatro países miembros (Chile, Colombia, México y Perú), más otros dos observadores (Costa Rica y Guatemala), junto al primer ministro de Canadá y el presidente del gobierno de España, acompañados de otras delegaciones de alto nivel, ha servido para consolidar los pasos dados por esta organización desde su creación, hace sólo un año atrás.
Ya apuntaba en aquel entonces, en un ARI publicado en este mismo sitio, los que podían ser los principales logros y potencialidades de la AP y marcaba la influencia que su creación e implementación podía tener sobre el conjunto de una América Latina excesivamente fragmentada, y muy especialmente sobre los diversos procesos de integración regional en marcha. En este sentido, esta Cumbre ha servido para reforzar los principios económicos en torno a los cuales la AP se estructuró, pero también la defensa de los valores democráticos por parte de los países miembros.
Sin embargo, para situar el profundo significado que supone la creación de la AP en su contexto adecuado sería necesario mencionar algunos elementos que bien de forma directa o indirecta han cambiado en el entorno global, pero con una fuerte incidencia regional, de forma de potenciar o reforzar algunas de las constantes presentes en el surgimiento y desarrollo de la Alianza. Al mismo tiempo, resulta obvio que las tendencias hoy insinuadas sólo se materializarán en la medida que las estructuras propuestas se consoliden y se avance de forma significativa en el cumplimiento de las metas propuestas, comenzando por la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas.
Quizá el hecho novedoso más importante está vinculado a la negociación de tratados de libre comercio (TLC) entre amplias regiones del planeta al margen de los esquemas tradicionales de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Para comenzar, habría que mencionar dos que por sus efectos directos o indirectos influyen sobre la Alianza, sus países miembros y los equilibrios (o desequilibrios) regionales. Se trata del TPP (Trans-Pacific Partnership o Acuerdo de Asociación Transpacífico) y del TAFTA (Trans-Atlantic Free Trade Area). En ambos se observa como telón de fondo la expansión comercial china, una cuestión que exigirá cada vez más respuestas coordinadas que superen el estricto marco de las relaciones bilaterales.
El primero, el TPP, está integrado por 11 países: Australia, Brunei, Canadá, Chile, EEUU, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam y se propone conformar una gran área de libre comercio que englobe tanto a su vertiente asiática como a la americana. A ellos se sumará Japón en los próximos meses. En el TPP participan directamente tres de los cuatro países de la AP, mientras que Colombia manifestó claramente su más firme voluntad de incorporarse al esquema a la mayor brevedad posible.
De todos modos, en tanto Colombia, al igual que Chile, México y Perú, tiene firmado un TLC con EEUU, la cuestión no es demasiado problemática para la defensa de sus intereses. En este sentido, la negociación del TPP va en la línea de la política aperturista de los cuatro países. En líneas generales se puede afirmar que Chile tiene firmados TLC y acuerdos de asociación económica con 51 países, Colombia 15 TLC que implican casi a una cincuentena de países, México 12 TLC con 44 países y Perú 17 TLC. La apertura al mundo globalizado y la búsqueda por conformar un área de libre comercio en América Latina, sumada a la libre circulación de personas y capitales, es una de las principales características de la AP.
El otro elemento cada vez más presente, tanto en el contexto global como regional, es la negociación iniciada entre EEUU y la UE para conformar una gran área de libre comercio atlántica, la TAFTA, a la que podrían sumarse de inmediato Canadá y México. Es cada vez más obvio que uno de los grandes objetivos de EEUU con las negociaciones TPP y TAFTA es incidir de manera decisiva en la fijación de estándares de producción de bienes y servicios, de manera de forzar a China, el día de mañana, a negociar en torno a estas cuestiones. En América Latina el principal perjudicado, de cerrarse las dos rondas negociadoras anteriormente mencionadas, sería Brasil, ya que su política de defensa de su amplio mercado interior y los compromisos asumidos en Mercosur, pueden comprometer su posición de relevante actor económico internacional a medio plazo. El hecho de que Uruguay se sumara como observador a la AP indica la preocupación de algunos gobiernos por el aislamiento creciente del Mercosur, empujada por las políticas comerciales de Argentina (a la que ahora hay que sumar a Venezuela, que a fin de junio asume la presidencia pro tempore de Mercosur) y agrega una cuota de presión adicional a las próximas decisiones que el gobierno de Dilma Rousseff deba comenzar a tomar al respecto.
De forma paralela a la Cumbre gubernamental de Cali se realizó un encuentro empresarial que reunió a representantes de las empresas más pujantes de la región, especialmente las llamadas multilatinas. Probablemente, una de las conclusiones más importantes de la reunión fue el reconocimiento gubernamental del papel dinámico que las empresas pueden jugar en la integración regional (expansión del comercio intrarregional, demanda de infraestructuras de conexión, inversiones cruzadas, etc.). Frente a lo actuado en ciertos países, donde se nacionalizan empresas de naciones vecinas, en esta ocasión se puso de manifiesto lo contrario.
De este modo, el presidente colombiano Juan Manuel Santos señaló que la Alianza no es solamente un proceso que afecte a los países sino que se da “también con el sector privado porque es el mejor socio para estructurar proyectos que tengan impacto en el crecimiento. Tenemos que ser creativos e innovadores y para esto el sector privado es más audaz”. Por su parte, el mexicano Enrique Peña Nieto agregó: “Esta es una Alianza que hoy viene a motivar y alentar al empresario. Queremos fomentar una mayor participación de nuestros emprendedores, que se encadenen y generen valor agregado para así poder detonar el potencial de desarrollo de productividad y competitividad que tiene esta región”.
Finalmente habría que preguntarse por el papel de España en la AP y en la Cumbre de Cali. Respecto a la primera cuestión, Ollanta Humala, presidente de Perú, apuntó una respuesta: “Somos uno de los bloques, si no el más importante, de la región, que además tiene y busca sinergias en el comercio con el Asia. Pero la Alianza no solo está diseñada para los países asiáticos, también nos está permitiendo mejores condiciones comerciales con la Unión Europea”. No en vano, tanto Chile como México tienen firmados tratados de asociación con la UE y Colombia y Perú tratados comerciales multipartes.
En sintonía con lo anterior se expresó el presidente del gobierno Mariano Rajoy: “Para España es muy importante esta Alianza porque es un gran inversor en estos países (México, Colombia, Chile y Perú, miembros de la Alianza del Pacífico), y nuestras exportaciones están aumentando mucho”. De este modo, lo que se buscaría es abrir el camino a las empresas y empresarios españoles para que produzcan, exporten y hagan nuevos proyectos.
Hay un tema de la presencia española algo más controvertido, como es potenciar la llamada triangulación entre España, América Latina y los países del Asia Pacífico. Augusto Soto ha vuelto a insistir en el tema a la vista de la participación española en la Cumbre de Cali. En línea con lo allí planteado creo que la AP más que como una plataforma para impulsar la triangulación España-América Latina-Asia Pacífico debería ser vista como una eficaz herramienta para relanzar la presencia española en el continente americano. La tarea del momento es potenciar el comercio exterior entre España y la región, que tiene un amplio recorrido, así como la presencia de las PYME, un objetivo más que deseable a medio y largo plazo. Ha sido bueno que el presidente Rajoy demuestre una vez más su compromiso con América Latina y esa es la senda que hay que seguir recorriendo.