Desde las primeras manifestaciones de la crisis económica y social que vive Venezuela, con sus secuelas de desabastecimiento de víveres y medicinas, la respuesta del régimen de Nicolás Maduro ha sido el rechazo reiterado a cualquier intento de hacer llegar al país la ayuda humanitaria. Los dos principales motivos que explican esta conducta son el temor a la injerencia internacional que busque desestabilizar al gobierno, junto al impacto negativo sobre la población en general y sobre los seguidores chavistas en particular del reconocimiento tácito del fracaso del proyecto bolivariano. De ahí la negativa frontal a la entrada de alimentos y productos médicos, aunque el precio a pagar sea la miseria, el hambre y la salud de la población. Por eso, una de las principales preguntas que emergen en la presente coyuntura es la de ayuda humanitaria sí o no, y en qué condiciones.
En el momento actual, marcado por el enfrentamiento entre el presidente encargado Juan Guaidó y el presidente Nicolás Maduro, la ayuda humanitaria se presenta como un factor clave. En efecto, su llegada masiva o su rechazo abierto gracias a una dura represión podría decantar la actual correlación de fuerzas favorable al chavismo en un escenario más proclive a los intereses de la oposición. Esto ocurriría, o comenzaría a suceder, si el apoyo de los militares al gobierno chavo-madurista se resquebraja. En este punto, otra cuestión emergente es el papel que debe jugar Estados Unidos, y más concretamente su principal agencia de cooperación USAID, en el reparto de ayuda humanitaria.
Injerencia extranjera, espionaje y efectos propagandísticos negativos son algunos de los temores del gobierno de Maduro y que explican en buena medida su reacción. De ahí que una discusión actual muy interesante sobre la ayuda humanitaria es si su peso lo deben tener Estados Unidos y sus agencias, o, por el contrario, la Cruz Roja Internacional y Naciones Unidas deben ser actores protagónicos.
Si el objetivo es claramente político, como favorecer el cambio de actitud de los militares, es evidente que, en línea con lo que apunta Andrei Serbin, se debería reducir sensiblemente la presencia pública estadounidense en la materia. De alguna manera aquí se reproduce una discusión muy intensa que tuvo lugar dentro del Grupo de Lima sobre una posible intervención militar estadounidense y la negativa a avalarla de muchos gobiernos de la región, que deben lidiar con opiniones públicas marcadamente antinorteamericanas.
Ya en su día Ricardo Hausmann planteó los posibles vínculos entre llegada de ayuda humanitaria e intervención militar. Según su interpretación, la legitimidad surgida de la Asamblea Nacional debía ser suficiente para designar una autoridad transitoria, como la que hoy ejerce Guaidó. Y no solo eso, ya que la misma estaría en condiciones de solicitar a la comunidad internacional la llegada de ayuda, cuya entrega podría ser eventualmente respaldada por la fuerza militar, provocando la intervención armada que desplazaría definitivamente a Maduro del poder. Si bien Hausmann matizó algo sus posiciones, el eje de sus planteamientos reemerge en esta ocasión.
Con todo, la cuestión del rechazo de ofertas de ayuda humanitaria por parte de regímenes autoritarios no es una novedad. Tras la Revolución Rusa la hambruna de 1921-23 afectó básicamente a Rusia y a Ucrania. Como recuerda Anne Applebaum, en Hambruna roja. La guerra de Stalin contra Ucrania, Herbert Hoover, por entonces secretario de Comercio de Estados Unidos, vio una oportunidad de oro para expandir por la Unión Soviética la red de ayuda que había creado para socorrer a Europa después de la Primera Guerra Mundial, la American Relief Administration (ARA en sus siglas en inglés).
Sus exigencias para hacer llegar la ayuda fueron la liberación de los estadounidenses presos en las cárceles soviéticas, e inmunidad penal para todos sus compatriotas que trabajaran en el ARA en la URSS y que eventualmente podrían ser acusados de espionaje. Por eso Lenin llamó a Hoover “imprudente y mentiroso”, dijo que había que castigarlo y que debía ser abofeteado, aunque finalmente y dada la importancia de la penuria que asolaba su país no tuvo más remedio que acceder a la entrada de una cuantiosa ayuda que resultó esencial para evitar la catástrofe. Sin embargo, en 1932, con ocasión de otra hambruna de características catastróficas, Stalin optó por ocultar los hechos y rechazar de plano cualquier ayuda extranjera.
Cuando Nicolás Maduro dice que “Venezuela no va a permitir el show de la ayuda humanitaria falsa, porque no somos mendigos de nadie”, repite de alguna manera los argumentos de otros gobiernos totalitarios y, sobre todo muestra su miedo y debilidad. Si estuviera en una posición de fuerza, si pensara que sus opciones de arrinconar a la oposición son mayores que en el pasado o que está en condiciones de desprenderse de Guaidó como hizo en su día con Leopoldo López, Antonio Ledezma, Henrique Capriles o el general Isaías Baduel, ya lo hubiera hecho o hubiera buscado otros modos para rechazar la ayuda humanitaria. Guaidó por su parte ha marcado el 23 de febrero como la fecha en la que esta ayuda debe comenzar a llegar a Venezuela. Probablemente estamos ante el principio del fin del régimen bolivariano, aunque todavía no sepamos cuándo ni cómo llegará.