La “cooperación fría” entre Rusia y la OTAN

NATO Secretary General attends the 50th Munich Security Conference. Blog Elcano
(NATO)
NATO Secretary General attends the 50th Munich Security Conference. Blog Elcano
(MSC 2014 / NATO)

Próximo a terminar su mandato como secretario general de la OTAN, Anders Fog Rasmussen, ha centrado su participación en la Conferencia de Seguridad de Munich en las relaciones entre la Alianza y Rusia, un tema que también inauguró su primer discurso al frente de la organización. Pero si comparamos su discurso con el de Sergei Lavrov, ministro de asuntos exteriores ruso, encontraremos a la vez una coincidencia y una evidente falta de sintonía. La única coincidencia es la necesidad de cooperación en el área euroatlántica, pero las percepciones sobre la seguridad son muy diferentes. El resultado es una “cooperación fría”, en palabras de Rasmussen.

En la época de la URSS se hablaba de la guerra fría. En tiempos de Yeltsin se aludió a la “paz fría”, cuando se celebraba la Cumbre de la OSCE en Budapest. Es verdad que  desde hace más de una década existe el Consejo OTAN-Rusia, capaz de impulsar la destrucción de armas obsoletas, de organizar conferencias logísticas sobre la interoperatividad de combustibles o de desarrollar de tecnologías para detener ataques terroristas contra el metro o aeronaves civiles. Pero esto un ejemplo de “cooperación fría”, formalista y carente de sustancia, que difícilmente podrá modificarse. No habrá cambios en la “cooperación fría” porque vivimos un momento en que los rusos se muestran muy satisfechos de sus recientes éxitos diplomáticos: el asilo concedido a Edward Snowden, la desactivación del ataque americano a Siria por medio de un acuerdo de destrucción del arsenal químico de Asad, o el acuerdo con Ucrania en materia energética, preludio del próximo establecimiento de la Unión Euroasiática. Estos éxitos pretenden demostrar al mundo, y sobre todo a la opinión pública interna, que la diplomacia rusa es mucho más que la diplomacia del gas.

Pese a todo, Rasmussen abogó en Munich por la estabilidad en el área euroatlántica y en sus zonas vecinas. Mencionó el terrorismo, el extremismo y la proliferación en Oriente Medio y el norte de África como amenazas comunes. ¿Son motivos suficientes para construir una relación estratégica sólida entre la OTAN y Rusia? En absoluto, porque el núcleo de la seguridad europea no puede construirse en torno a temas marginales. En la posguerra fría, Rusia abogaba por un nuevo sistema europeo de seguridad, sustitutivo de los bloques. Occidente, llevado por el entusiasmo de la ampliación paralela de la OTAN y la UE, se limitó  conceder a Moscú un estatus de invitado por medio del Consejo OTAN-Rusia. Los rusos ya no eran el adversario ideológico, aunque seguían siendo el estratégico. Años después, Rusia planteó un tratado europeo de seguridad colectiva y se encontró con el rechazo de Washington y sus aliados, nada dispuestos a nuevos acuerdos y estructuras de carácter jurídico. De hecho, Rasmussen subrayó en Munich que no son necesarios nuevos tratados para desarrollar un espacio común de paz, seguridad y estabilidad en el espacio euroatlántico. Por otra parte, señaló que las relaciones entre Rusia y la  OTAN habrían de basarse en cuatro premisas:

La abstención de amenazarse mutuamente
Según Rasmussen, han de entenderse como amenazas los cazas rusos que patrullan el espacio aéreo de Bielorrusia, el despliegue de misiles Iskander en Kaliningrado o de infraestructuras y unidades militares en el Ártico. Pero los rusos no creen que esto conlleve tensiones o líneas divisorias como en la época de los bloques. Desarrollan estas actividades en su territorio o en el de un aliado de su zona de influencia, pese a que en el Acta Final de Helsinki y en otros documentos de la OSCE se rechace el concepto de área de influencia. Por el contrario, Rusia percibe una mayor amenaza en el escudo antimisiles, oficialmente dirigido contra la amenaza nuclear iraní. En realidad, sirve a Washington para consolidar su relación estratégica con países como Polonia y Rumania, territorios que en su día formaron parte de un área de influencia que la geopolítica rusa se resiste a cancelar.  Esa misma geopolítica rechaza la ampliación de la OTAN que, sin embargo, parece haberse estancado definitivamente a las puertas de Ucrania y Georgia.

El cumplimiento de los principios de la Carta de la OSCE sobre la seguridad europea
Rasmussen recordó que el párrafo 8 de la Carta de la OSCE reafirma el derecho inherente de todos y cada uno de los Estados participantes de elegir o cambiar libremente sus acuerdos de seguridad, así como sus tratados de alianza, conforme evolucionen. La referencia iba dirigida a Ucrania, socio de cooperación de la OTAN. Sin embargo, la posibilidad de adherirse a la Alianza ha sido siempre un asunto controvertido en este país. Muchos ucranianos europeístas piensan en un futuro en la UE, y no necesariamente en la OTAN. En cualquier parlamento salido de las urnas sería muy difícil encontrar una mayoría amplia que aprobase esta última opción. La estabilidad de Ucrania pasará únicamente por un delicado equilibrio entre Rusia y Europa.

El establecimiento de un acuerdo sobre cooperación en materia de misiles defensivos
Rusia ha rechazado la propuesta de la OTAN de vincular los respectivos sistemas de misiles defensivos. Es un ejemplo de falta de transparencia y de confianza entre las dos partes. Es difícil un acuerdo entre quien ofrece una cooperación limitada y quien, en sus consignas nacionalistas, se aferra al viejo principio militar de la Rusia zarista: “Debemos contar solo con nosotros mismos”

Los progresos en la reducción de armas nucleares y convencionales
Sin embargo, la OTAN es reacia a aceptar toda precondición rusa para negociar sobre armas nucleares. Tampoco desea recortes drásticos en este tipo de armamento. Por lo demás, para Moscú el Tratado sobre Fuerzas Convencionales en Europa está muerto. Putin redactó su acta de defunción en su enérgico discurso en la Conferencia de Munich de 2007, aunque a la Alianza no le gustaría partir de cero en esta cuestión.

De todo lo anterior se desprende que la dimensión político-militar de la seguridad en la OSCE, tan decisiva para el final de la guerra fría, se encuentra prácticamente estancada. La falta de transparencia y de confianza debilita cualquier cooperación, o la reduce a una “cooperación fría”. Quizás para Rusia la OTAN ya no es tanto una organización de seguridad como un condicionante geopolítico.