En Austria, que a veces marca la pauta –Jorg Haider, del derechista Partido de la Libertad, FPÖ, entró en el gobierno en 2000 provocando unas inefectivas sanciones diplomáticas de la UE–, ha ganado con amplitud (36,4%) la primera vuelta para la presidenciales Norbert Hofer, candidato del FPÖ, con una campaña centrada en dos temas: contra la inmigración y contra Europa. En segundo lugar ha llegado el candidato verde. Relegados han quedado los de los dos grandes partidos, el Conservador y el Socialdemócrata, que gobiernan en coalición. Aunque el de presidente es un cargo más bien testimonial (la segunda vuelta será el 22 de mayo), no es buen presagio para las elecciones generales previstas para 2018.
En Francia es prácticamente seguro que Marine Le Pen, la líder del Frente Nacional, pase a la segunda vuelta en las presidenciales de 2017 y puede que incluso ganara si su rival fuera el actual presidente, el socialista François Hollande. En su vecino país, crece la Alternativa por Alemania (AfD), que está forzando a rectificar su discurso a Angela Merkel, y es grave pues es el Estado que determina Europa. El nuevo gobierno polaco quiere ir a “menos Europa”; también el de Orbán en Hungría. En el Reino Unido, si triunfara la opción del Brexit en el referéndum del 23 de junio, Cameron habría de marcharse a su casa, y podría reemplazarle Boris Johnson.
¿Se imaginan cómo quedaría con estos líderes en el Consejo Europeo, una UE en la que las crisis se acumulan, crece el anti-europeísmo (dejemos de hablar de “euroescepticismo”), vuelven las fronteras y se desclasan las clases medias? Es la “revancha de los perdedores de la globalización”, como señalaba Wolfgang Münchau. No sólo como reacción a la crisis vivida, sino a la forma en que se ha afrontado tras el viraje de 2010 desde una respuesta neokeynesiana, alejándose de la que mantuvo Obama en EEUU.
Philip Roth publicó en 2004 una gran novela titulada La conjura contra América (The Plot Against America), en la que el afamado piloto y fanático aislacionista Charles A. Lindbergh ganaba con un discurso antijudío las presidenciales de 1940 contra Franklin D. Roosevelt y llegaba a un acuerdo con Adolf Hitler. En parte se anticipó a lo que estamos viviendo, con otras coordenadas, de momento con las primarias de Donald Trump en EEUU, el tycoon que apela a los hombres de las clases medias blancas venidos a menos y que dice admirar a Vladimir Putin. Pero también el presidente ruso es la referencia para Le Pen y otros extremistas de derechas, y cultiva el populismo de izquierdas en Europa, como ya hemos analizado.
¿Es realmente Putin el que está detrás, al menos en parte, de esta ola contra Europa, contra la UE (y la OTAN, claro, pues esto es evidente)? Recientemente, en una entrevista a la CBS durante su visita europea, Barack Obama, a la vez que defendía una Europa fuerte y unida –y alertaba en Londres contra el Brexit–, criticó que Putin explotara las divisiones en el seno de la UE.
“Lo más importante, lo más estratégico, es la tensión que se está generando en la política europea, la forma en que avanza el nacionalismo de extrema derecha, el grado en que alienta una ruptura de la unidad europea, que en algunos casos, está siendo explotada por alguien como el señor Putin”,
dijo Obama, para el cual, el presidente ruso ve la UE y la unidad transatlántica como una amenaza. ¿Estamos ante una conjura contra Europa à la Roth? Imaginen de presidentes a Trump en Washington y a Le Pen en París, con Putin en Moscú.
Pero la conjura contra Europa viene sobre todo de dentro de las sociedades europeas, desde una política que les están fallando a escala nacional y a escala europea, ya sea en sus aspectos colectivos (el Consejo Europeo, el Parlamento Europeo), como en el escaso liderazgo de una institución clave como es la Comisión Europea, o en la política nacional. Deriva de una profunda crisis social y de identidad que lleva a un repliegue nacional, al resurgimiento de las fronteras, al rechazo al extranjero, incluso el de los otros europeos, por no hablar de los musulmanes, muchos de los cuales son nacidos en Europa y ciudadanos de sus Estados miembros.
Pese a las críticas de amplios sectores de la sociedad contra la política de austeridad, no hay desde España conjura contra Europa. Pero cuando Europa va mal, España va mal. Sin proyecto europeo, o ante un proyecto des-europeizador, el proyecto de país no acaba de cuajar.