Los que esperaban un cambio de rumbo en la democracia-cristiana alemana van a tener que seguir esperando. Armin Laschet, el candidato más merkeliano de los tres que se habían presentado, se ha convertido en el nuevo líder de la CDU y eso ha decepcionado a muchos. Los más conservadores apoyaban a Friedrich Merz y su deseo de girar hacia la derecha y volver a recuperar parte de los votos cedidos a la ultraderecha Alternativa por Alemania (AfD), mientras que los más atlantistas apostaban por Norbert Röttgen y su ambición de modernizar el partido, fortalecer la autonomía estratégica de la UE y colaborar estrechamente con EEUU en una política más dura frente a Rusia y China. Otros muchos, quizás los más jóvenes, no tenían mucho entusiasmo por ninguno de los tres candidatos, pero cansados de la moderación de Merkel, simplemente querían una sacudida del partido. Como llegó a decir Merz, “a veces no pasa nada por polemizar un poco”. Es más, quizás sea necesario.
A esto Armin Laschet, en su convincente discurso de candidatura del sábado, logrando unir emoción con racionalidad, respondió diciendo:
“Polarizar es fácil. Lo difícil es escuchar a los otros, transigir y llegar a acuerdos para lograr cosas”.
Esta frase resume bien el personaje de Laschet. Alguien que, desde el pragmatismo, siempre ha intentado buscar consensos. Hasta se podría decir que es más merkeliano que la propia Angela Merkel. Igual que ella, le gusta anclarse al centro del tablero político, esperar a que los otros se muevan y dar los pasos mínimos para mantenerse en el medio. Esa actitud calculadora lógicamente le ha costado sus derrotas. Solo fue diputado en el Bundestag una legislatura (de 1994 a 1998). Pero dicen que también es muy tenaz y eso es lo que le ha llevado, primero, a arrebatarle el estado de Renania del Norte-Westfalia (su estado) a la socialdemocracia en 2017, y a la presidencia de la CDU. Su mejor carta de presentación en estas primarias ha sido justamente su experiencia de gobierno. Renania del Norte-Westfalia, con 18 millones de habitantes, es el estado más poblado de Alemania, lo que hace que muchos piensen que, si es capaz de gobernar ahí, también lo puede hacer en Berlín.
Laschet es hijo de minero y, quizás por eso, de los políticos más a la izquierda (es decir, más próximos a la socialdemocracia) en la CDU. En su discurso de candidatura mencionó varias veces a su padre, y explicó que ahí abajo picando a mil metros de profundidad y con un calor sofocante realmente no importaba la procedencia de sus compañeros. Lo que importaba era si te podías fiar de ellos. Quizás por eso Laschet se convirtió en el primer ministro de integración de un estado alemán y de los primeros políticos que salieron públicamente a defender el valor de las minorías en Alemania. Eso le valió el mote de “el turco Armin” y muchas críticas dentro del partido, pero seguro que, ahora que la vacuna contra el COVID-19 de Pfizer ha sido inventada precisamente por una pareja de inmigrantes turcos, se siente reivindicado. Dicen además que tiene gran sentido del humor, propio del renano carnavalero, y que le cae bien a la gente que lo conoce, y eso en un político alemán no es muy común.
En cuanto a sus convicciones políticas, hay muy pocas certezas. Lo dicho, Laschet representa el pragmatismo y la moderación y eso en tiempos de polarización política no es una mala noticia. Aquisgrán esta justo en la frontera con Bélgica y los Países Bajos y Laschet llegó incluso a ser eurodiputado (entre 1999 y 2005), por lo tanto, es un europeísta convencido. Hasta se ha mostrado alguna vez a favor de votar directamente al presidente de la Comisión Europea. En política fiscal es fiel a la disciplina presupuestaria, pero eso es el consenso en la CDU. Sería difícil triunfar en el partido siendo del ala izquierda tanto en lo social, como en lo económico, pero aun así en la crisis del euro del 2010-12 se declaró a favor de los eurobonos. En sí, Laschet no es ideológico. En su gobierno actual ha integrado a todo el espectro de la CDU, desde figuras conservadoras a las más comprometidas con lo social. Eso querrá decir que, si finalmente se convierte en el candidato de la CDU para el puesto de Canciller, y logra el puesto, Alemania seguirá anclada en el centro en política europea y en política exterior. Escuchará a todos los países y sus intereses y temores, e intentará mantener a los 27 unidos. El instinto de Laschet es dialogar y buscar un compromiso, de ahí que no se piense que tomará posiciones drásticas ni con Orbán, ni con Rusia ni con China.
Muchos esperan que Alemania en la era post-Merkel tome la iniciativa. Incluso piden que lidere el proyecto de integración europea. Con Laschet eso no va a ocurrir, y eso es una buena noticia. Alemania está incomoda en ese papel. La mayoría de los alemanes lo rechazan, y muchos en Europa se pondrían muy nerviosos si así lo hiciese. Alemania debe seguir siendo el motor del proyecto europeo, pero no el timón. La dirección tiene que venir de manera colectiva, con un papel destacado para la Comisión y Francia, pero también para los demás países de la Unión, que no pueden considerarse ninguneados, sobre todo los pequeños. Algunos temen que Laschet sea inmovilista. Piensan que no será lo ambicioso que se desearía en temas clave como la transición ecológica, la digitalización de la economía y la autonomía estratégica de la Unión. Pero eso también dependerá del socio de gobierno que tenga en Berlín. Lo bueno para Laschet es que va a poder formar gobierno con liberales, verdes o socialdemócratas. Dependerá de éstos hasta donde pueden llevar sus políticas. Si se analiza su gestión con los liberales en Renania del Norte-Westfalia, un estado industrial, es verdad que ha abierto una central eléctrica de carbón, pero también ha sido el que ha cerrado la última mina, y ha modernizado muchos sectores.
De todas formas, todavía no se sabe si Laschet va a ser el candidato de la CDU para el puesto de canciller. Su popularidad dentro del partido y entre el público general es baja. Una encuesta publicada estos días en Der Spiegel muestra cómo solo el 41% de los votantes de la CDU lo consideran un buen candidato, mientras que el 45% piensa que no lo es. Esas cifras son del 34% y el 41%, respectivamente, entre la población general. Lo curioso es que Laschet tiene más apoyo entre los votantes del SPD que de la CDU, lo que evidencia su posición centrista, para bien y para mal.
Al final, las próximas elecciones regionales, sobre todo las de Baden Wüttenberg, y su capacidad de unir el partido, incluida la CDU del Este de Alemania (mucho más conservadora), marcarán su destino. En la sombra esperan el ministro de Salud, Jens Spahn, quien ha apoyado la candidatura de Laschet, pero tienes sus propias ambiciones; y Markus Söder, el carismático presidente de Baviera y líder de la CSU. Sin embargo, a no ser que tenga muy malos resultados en las elecciones regionales y en las encuestas, lo más normal es que Laschet se presente a las elecciones en septiembre. Spahn no se atreverá a crear una crisis interna en el partido (dañaría demasiado su imagen) y en el pasado la CDU solo le ha cedido la candidatura a canciller a la CSU (Strauß en 1980 y Stoiber en el 2002) cuando estaba muy mal y tenía pocas probabilidades de ganar, y así ha sido. En esta ocasión, después de la hegemonía absoluta de Merkel lograda justamente desde el centro del tablero, eso parece poco probable.