El pasado día 4 se cumplieron sesenta años desde el arranque de la carrera espacial, con el lanzamiento del Sputnik 1 soviético, adelantándose al Vanguard que Estados Unidos logró poner en órbita el 17 de marzo de 1958. Desde entonces, y sin despreciar otras variables en juego (sea científica, comercial o cualquier otra), la conquista del espacio ha estado permanentemente contaminada de nacionalismo y, sobre todo, de cálculos geoestratégicos. Y eso mismo cabe concluir hoy en día, cuando ya no solo ha quedado superado el cuasi duopolio Washington-Moscú vigente durante buena parte de la Guerra Fría, sino cuando las empresas privadas han entrado con fuerza en un mercado que imaginan muy provechoso en el inmediato futuro.
Visto desde Estados Unidos ese panorama de creciente competencia explica por sí solo decisiones recientes, que pretenden, en última instancia, mantener el liderazgo mundial en este terreno. Aunque la actual administración pretende cambiar la tendencia a la baja en los presupuestos de la NASA (en 1966 suponían el 4,4% del presupuesto federal y las estimaciones actuales prevén que en 2020 no sea más que del 0,4%), la realidad le obliga a colaborar con otros y a abrirse a la iniciativa privada para poder mantener el pulso. Así se explica que haya alcanzado un acuerdo con Moscú —pensando en sí mismo y en cómo contrarrestar la emergencia de Pekín en este sector— para desarrollar una estación espacial en la Luna a mediados de la próxima década (proyecto Deep Space Gateway) que sirva de base para el lanzamiento de misiones a otros planetas, dejando la puerta abierta en principio a la colaboración con la Unión Europea, Japón y Canadá. Hablamos de la misma Luna que, tras años de aparente ostracismo, vuelve a cobrar protagonismo en boca del vicepresidente, Mike Pence, tanto en su reciente artículo en el Wall Street Journal (muro de pago) como en su alocución en el arranque de la reunión del Consejo Nacional Espacial, convocado por primera vez en los últimos veinte años.
Sin olvidar los planes para realizar un viaje tripulado a Marte en algún momento de los años treinta, pero consciente de que todavía son muchos los obstáculos técnicos y presupuestarios a superar, el “regreso” a la Luna se vislumbra como un nuevo intento por relanzar el interés de las compañías privadas en desarrollar capacidades que puedan ser útiles en aventuras espaciales más ambiciosas. Además, estimulando el interés privado, Washington calcula que solo así podrá asegurarse el primer puesto en una carrera en la que, atendiendo al número de satélites activos actualmente en órbita (957, de los que EE UU tiene 423 y Rusia 99), también figuran China (68), Japón (39), India (23), Gran Bretaña (22), Alemania (18) y Canadá (16). A ellos se suma un total de 115 países que participan en al menos uno de los 90 satélites activos multinacionales o que cuentan en solitario con menos de diez unidades.
En ese contexto la Unión Europea trata de no perder el paso para lograr algún día que la “autonomía estratégica” que ambiciona en su Estrategia Global (28 de junio de 2016) sea una realidad tangible. Desde la puesta en marcha del programa Ariane (1973) y la creación de la Agencia Espacial Europea (1975), los países de la Europa Occidental no solo han logrado sortear los problemas que le planteaba la prohibición que inicialmente (1965) estableció Washington de no transferir tecnología en este terreno ni siquiera a sus aliados, sino poner en marcha unas capacidades que hacen que hoy se esté a punto de lograr que Galileo sea un sistema de radionavegación y posicionamiento por satélite plenamente operativo. Todo ello sin olvidar que en el mundo de hoy los cuatro mayores operadores civiles de satélites son europeos o tienen su sede en Europa, que la industria espacial europea supone al menos el 40% del mercado mundial de fabricación, lanzamiento y servicios de satélites y que la mitad de todos los componentes instalados en la Estación Espacial Internacional han sido fabricados en territorio europeo.
En definitiva, sea a la Luna, a Marte o a cualquier otro cuerpo celestial hacia donde se dirija momentáneamente la atención, la carrera espacial está llamada a ocupar un lugar prioritario en la agenda de todo aquel actor que aspire a garantizar su seguridad y a ser tenido en cuenta en el escenario internacional.