Ya no cabe preguntarse qué será del régimen sirio de Bashar al-Assad. Tampoco sirve de mucho preguntarse por qué unas fuerzas armadas leales que ganaron una larga guerra contra las fuerzas rebeldes sirias y las fuerzas internacionales que las apoyaron han cedido en una semana el terreno que llevó varios años recuperar. La salida del dictador del país marca el fin de un régimen que prolongó la agonía humanitaria, económica y moral de un país en guerra civil desde 2011.
El “eje de resistencia” de Irán no cesa de perder aliados (proxies) en la hoguera que prendió Hamás contra Israel el 7 de octubre de 2023. Durante mucho tiempo disfrutó de la posibilidad de activar múltiples frentes de ataque contra Israel desde Gaza, Líbano, Siria, Irak y Yemen, pero esa estrategia se está desmoronando. Primero fueron los mismos incendiarios de Hamás los que han perdido su capacidad de intimidar a Israel, el control de su territorio y decenas de miles de ciudadanos gazatíes. Le ha seguido Hizbulah, que ha aceptado un alto el fuego deshonroso para no seguir la suerte de Hamás, y, ahora, le ha llegado el turno a Siria.
‘’El gran perdedor de la guerra civil y del régimen caído es la población siria, que ha visto a su país reducido a un campo de batalla, con una pobreza severa y con cientos de miles de muertos y el desplazamiento de millones de ciudadanos’’.
Sea porque los milicianos de Hamás, encuadrados en la Hermandad Musulmana, apoyaron a los rebeldes sirios contra Bashar al-Assad, porque Irán no exigió la apertura del frente sirio o porque Israel amenazó directamente al dictador, el presidente al-Assad no abrió ningún frente contra Israel en beneficio de Irán. Con unas fuerzas armadas incapaces de imponerse a los rebeldes y con una economía en contracción que ha sumido en la pobreza al 70% de la población, el presidente evitó verse arrastrado al conflicto. No pudo evitar que las milicias chiíes en Siria apoyaran la lucha contra Israel u hostigaran a las fuerzas estadounidenses, lo que convirtió a Siria en el blanco de ataques israelíes y estadounidenses contra las milicias proiraníes y grupos yihadistas. El descalabro militar de Hamás y Hizbulah reforzó el distanciamiento con la estrategia iraní y el dictador, una vez más, se dispuso a aprovechar los cambios estratégicos en la región para sobrevivir a la influencia iraní mientras Siria ardía por todos los costados.
Sin embargo, la distracción de Irán y de las milicias chiíes con la guerra de Gaza, junto con la de Rusia en la guerra de Ucrania, fue mermando la capacidad militar de las fuerzas gubernamentales y aumentando la de los rebeldes. Las fuerzas islamistas de Hayat Tahrir al-Sham (HTS), las kurdas de las Fuerzas Siria de Defensa (SDF) y el Ejército Nacional Sirio (SNA) apoyado por Turquía vieron la ocasión y comenzaron en noviembre un ataque limitado que desembocó en fulminante ofensiva.
Aún es pronto para conocer las repercusiones de la caída del régimen sobre todos y cada uno de los conflictos en curso entre Israel e Irán, Turquía y los kurdos sirios, Irán y los países árabes y la Coalición Global contra el Daesh, por señalar los más evidentes. La oposición no es una coalición organizada sino un conglomerado de milicias y grupos con agendas individuales. La incertidumbre planea sobre su conducta tras la caída del régimen, aunque al menos parece que la convivencia con las instituciones actuales puede evitar el vacío de poder que se produjo tras las caídas de Sadam Hussein en Iraq y Gadafi en Libia.
En un balance inicial, se pueden señalar algunos perdedores y ganadores que, sin serlo totalmente, sí han triunfado o fracasado con rotundidad en algunos aspectos. Irán ha vuelto a quedar en evidencia. Ha demostrado su incapacidad para respaldar la asistencia al régimen y para crear un espacio geográfico que proporcionara continuidad étnica chií a su presencia regional y consolidara un vector de amenaza permanente sobre Israel. Ahora el apoyo logístico iraní a los proxies diezmados por Israel puede verse reducido si el nuevo gobierno sirio pone obstáculos al aprovisionamiento para evitar las acciones israelíes y estadounidenses de interdicción sobre su territorio. Los miembros del “eje de resistencia” caen uno tras otro como fichas de dominó y la estrategia iraní de confrontación múltiple e indirecta ha fracasado. Le quedan los huzí de Yemen y algunas milicias en Iraq, pero ya no es la mano firme que ha mecido la cuna en Oriente Medio.
También Rusia figura entre los perdedores. Se rompe el mito de que Rusia es un aliado fiable que siempre acude en ayuda de sus regímenes leales, incluida la vía militar, como demostró en la guerra civil siria. Sus tropas han secundado a sus comandantes y abandonado las posiciones que guardaban. También se quiebra su vanidad de superpotencia militar porque no ha podido proyectar la fuerza necesaria para mantener a un aliado regional que le facilitaba bases y puertos para actuar en el Mediterráneo. Además de influencia, queda por si saber si perderá también las bases en suelo sirio que le granjeó su apoyo al régimen.
Israel podría incluirse entre los ganadores. Se libra de un vecino que podía permitir actuar a las milicias proiraníes desde su territorio y abrir un nuevo frente, aunque sus amenazas y algunos asesinatos selectivos también ayudaron a disuadir al presidente al-Assad de hacerlo. Tenía un vecino malo, pero conocido, y ahora tiene un vecino desconocido que ha roto con al-Qaeda pero que tiene que demostrar su capacidad para gobernar un país con facciones armadas y hostiles que tratarán de resolver sus diferencias una vez que han ajustado cuentas con el régimen caído. Por si acaso, Israel ya ha comenzado a tomar posiciones militares en torno a los Altos del Golán, destruido depósitos de armas e instalaciones militares sirias, y atacado a las milicias chiíes en territorio sirio a la espera de lo que decida hacer el futuro gobierno.
Turquía ampliará su influencia en el norte de Siria y podría aliviar la presión que ejercen los refugiados sirios en las proximidades de su frontera, pero corre el riesgo de que una mayor autonomía kurda favorezca a las milicias de Protección Popular (YPG), apoyadas por EEUU, o al Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK), que Turquía considera terroristas. Por eso intentará que las nuevas autoridades sirias resuelvan las mismas cuestiones que afrontó con Bashar al-Assad, esperando obtener concesiones en compensación por su apoyo de años a los rebeldes.
EEUU, o al menos su próximo presidente, no cree que el cambio de régimen sea cosa suya. Sin embargo, las fuerzas estadounidenses han mantenido su presencia militar en Irak y Siria desde 2014 para contener la insurgencia islamista residual en la zona mediante las operaciones Inherent Resolve y NATO Mission Iraq, en las que participa España como parte de la Coalición Global contra el Daesh. Dichas fuerzas vigilan los flujos de aprovisionamiento iraníes hacia Líbano, Jordania e Israel desde su estratégica base de al-Tanf en Siria, establecida en 2016. También han apoyado a las Fuerzas Sirias Democráticas (SDF) kurdas en la orilla oriental del rio Éufrates, mientras que Irán ha soliviantado a las milicias y tribus árabes que se oponen a la presencia estadounidense y financiado a los mercenarios que las combaten en la rica provincia petrolífera de Deir el-Zour, ahora bajo control de los rebeldes. Su continuidad dependerá de la voluntad de los gobiernos de Damasco y Washington.
El gran perdedor de la guerra civil y del régimen caído es la población siria, que ha visto a su país reducido a un campo de batalla, con una pobreza severa y con cientos de miles de muertos y el desplazamiento de millones de ciudadanos. El mejor escenario para estos perdedores sería el de un gobierno inclusivo y moderado que se dedicara a estabilizar la economía y desmilitarizar un país tras más de una década de guerra civil. El peor escenario sería el de un gobierno que tratara de consolidar el control islamista sobre las distintas facciones armadas y sobre las minorías alauíes, drusas y cristianas por la fuerza. Los enfrentamientos registrados entre los rebeldes por ocupar ciudades y territorios antes, durante y tras la caída del régimen no presagian nada bueno.
En función de que Siria evolucione hacia un escenario u otro, evolucionará el acompañamiento de los actores occidentales, árabes y yihadistas. La moderación y la fatiga de la guerra facilitarían el apoyo árabe y occidental a la reconstrucción y la vuelta de refugiados aliviaría el peso que ejercen sobre países receptores como Turquía, Jordania, Líbano, Grecia o Italia, entre otros. Para todos ellos, y para todos los que buscan reducir las tensiones regionales, la caída de otro proxy de Irán es una buena noticia.