En junio se cumplirán cuatro años desde que México, Colombia, Perú y Chile crearan la Alianza del Pacifico, una iniciativa de integración regional que está atrayendo cada vez más atención en América Latina, y más allá. Se trata de un proyecto de integración comercial que pretende reducir las barreras a los intercambios entre cuatro países que representan el 37% del PIB de América Latina, el 40% de su población, el 40% de su inversión directa exterior y casi el 50% de sus exportaciones.
Son naciones que, al contrario que las del Mercosur, han apostado (antes o después) por un modelo de fuerte apertura comercial y financiera hacia el mercado mundial. Miran a Asia y tienen acuerdos de libre comercio con EEUU y la UE. Además, tanto Chile como Perú tienen acuerdos de libre comercio con China, mientras que todos ellos menos Colombia han suscrito acuerdos de liberalización comercial con Japón.
En parte por este exitoso proceso de inserción en la globalización, y en parte porque han llevado a cabo políticas económicas internas adecuadas, son los países que más rápido han crecido en los últimos años (México lo ha hecho a un ritmo algo más lento). Asimismo, los países de la Alianza del Pacífico son los que más han diversificado sus estructuras productivas, lo que los coloca en una posición menos vulnerable ante la bajada de los precios de las materias primas que está teniendo lugar y que afecta de forma particularmente adversa a América Latina. Del mismo modo, la credibilidad de sus bancos centrales los hace menos vulnerables a sufrir bruscas salidas de capital y depreciaciones del tipo de cambio ante la inminente subida de los tipos de interés que se producirá en EEUU durante los próximos meses.
La iniciativa ha tenido como principal virtud el pragmatismo. Avanza sin prisa pero sin pausa y no ha sucumbido a la tentación de dotarse de estructuras institucionales de gobernanza supranacional, lo que ha evitado discusiones políticas entre sus miembros (por ejemplo sobre dónde ubicar su “cuartel general”), lo que habría desviado la atención sobre el objetivo de la construcción de un mercado integrado con libre movilidad de bienes y factores productivos. Sin embargo, los cuatro países han sabido acompañar el proceso de cooperación entre sus gobiernos con foros de diálogo empresarial y con iniciativas para comenzar a unificar sus mercados bursátiles y facilitar el movimiento de trabajadores. Además, han demostrado que los cambios de gobierno en sus países miembros no amenazan el proceso, algo especialmente importante en la región (hoy tanto Chile como Perú tiene gobiernos de centro-izquierda, que impulsan el proceso con tanto énfasis como sus homólogos mexicanos o colombianos, que se ubican en el centro-derecha del espectro político).
Todo ello ha llevado a que haya un creciente interés sobre este nuevo modelo de integración regional, que se produce entre países que no tienen necesariamente frontera, que insisten en que su Alianza es perfectamente compatible con la pertenencia de sus miembros a otras iniciativas de integración y que, además, está abierta a países que tengan firmados acuerdos de libre comercio con todos ellos. Costa Rica y Panamá se incorporarán a la Alianza próximamente y hay más de 30 países, entre los que está España, que tiene estatus de observador y que siguen con curiosidad e interés los pasos del nuevo bloque.
Sin embargo, hay una cosa que llama la atención: los flujos de comercio internacional entre los cuatro países que conforman la Alianza son bastante bajos (todos ellos comercian más con EEUU, China y/o la UE), y su integración financiera es todavía más escasa. Aunque la bajada de aranceles podría aumentar el comercio entre ellos, parece claro que Asia seguirá creciendo progresivamente como el principal socio comercial para todos ellos. Por lo tanto, la Alianza del Pacífico, que a primera vista parece más una iniciativa económica que política, tiene un componente político de primer nivel pero que no está explicitado. Es una plataforma para mandar una clara señal al resto del mundo (y sobre todo a los países Asiáticos), de que sus miembros están comprometidos con la apertura comercial y financiera, con la seguridad jurídica y que, por lo tanto, son un buen lugar para hacer negocios, invertir e integrarse en las nuevas cadenas (regionales y globales) de valor internacional. Y es que, en un mundo globalizado, la señalización de las ideas y valores puede ser una exitosa campaña de relaciones públicas que promueva el desarrollo y el crecimiento.