El 5 de mayo de 1818 nació en Tréveris el filósofo Karl Marx. Fue el hombre que, como otros pensadores del siglo XIX, intentó elevar a la Historia, con mayúsculas al modo hegeliano, a la categoría de ciencia y de libro de instrucciones para entender el presente y construir el futuro. Pero el balance final sobre su legado está lleno de contradicciones, que suelen ser el resultado de supeditar las premisas ideológicas a los hechos. Esto no es extraño porque el pensamiento de Marx quería asemejarse a una fortaleza inexpugnable, resguardada por un temperamento abrupto, lleno a la vez de lógica e indignación, y opuesto por completo a las ensoñaciones románticas de su tiempo en la política o en la literatura. Sin embargo, coincidía con algunos de esos románticos en la conciencia de estar en el mundo para cumplir una excelsa misión, si bien era él mismo el encargado de elaborar paulatinamente los contenidos de la doctrina para llevarla a cabo. Uno de los biógrafos de Marx, Isaiah Berlin, contrasta las largas horas dedicadas al estudio en la biblioteca del Museo Británico y a la redacción nocturna de escritos en su casa londinense con el escaso interés demostrado por conocer sobre el terreno la realidad del país que le da cobijo. Berlin llega a decir que Marx podría perfectamente haber escrito su obra en Madagascar. Las coordenadas geográficas no habrían influido en absoluto en las coordenadas ideológicas.
Es interesante recordar que Marx, juntamente con Friedrich Engels, fue en su día analista de la política internacional de su tiempo por medio de una serie de artículos publicados en diario New York Daily Tribune, un periódico considerado el más influyente de EEUU entre 1840 y 1870. El medio, fundado por Horace Greely, destacaba por su oposición a la esclavitud y a la autocracia, y buscaba un corresponsal en Londres, aunque solo estaba dispuesto a pagar una libra por artículo. No le importaba demasiado a Marx, pese a no estar nunca sobrado de dinero, pues quería tener a su disposición una tribuna influyente. Los temas le eran impuestos a Marx, pero si no eran de su agrado o no tenía demasiados conocimientos, eran redactados por Engels. Su método de trabajo casi siempre era el mismo: un breve esquema de los sucesos o personajes descritos, seguidos de una exposición de los intereses ocultos o de las actividades siniestras derivados de ellos. Eso le interesaba más que los motivos explícitos. Se podría decir que era un analista internacional marcado por el escepticismo, la sospecha y probablemente por lo que hoy se conoce como “teorías de la conspiración”. Tampoco es extraño porque las ideas de Marx representan una negación de la política. Son, de hecho, la anti-política porque reducen al Estado a un simple instrumento al servicio de la clase dominante. Pero destruir el Estado y el orden político sin tener bien definido lo que le va a sustituir, no deja de ser una incertidumbre. Este vacío solo puede ser colmado por un sistema de partido único.
Algunos de los artículos más difundidos son los que analizan la dominación británica en la India y los futuros resultados de esta dominación publicados en 1853. De ellos se pueden extraer estas tres reflexiones.
“Guerras civiles, invasiones, revoluciones, conquistas, años de hambre; por extraordinariamente complejas, rápidas y destructoras que pudieran parecer estas calamidades sucesivas, su efecto sobre el Indostán no pasó de ser superficial. Inglaterra, en cambio, destrozó todo el entramado de la sociedad hindú, sin haber manifestado hasta ahora el menor intento de reconstitución. Esta pérdida de su viejo mundo, sin conquistar otro nuevo, imprime un sello de particular abatimiento a la miseria del hindú y desvincula al Indostán gobernado por Gran Bretaña de todas sus viejas tradiciones y de su historia pasada”.
Se diría aquí que Marx, mucho antes de que Oswald Spengler lo expusiera en La decadencia de Occidente, cree en la muerte de las civilizaciones, y no parece lamentar la supuesta muerte de la civilización hindú a manos de los imperialistas británicos. Para Marx, la India carece de historia, o por lo menos de historia conocida. Los relatos que ha leído acerca de este inmenso territorio, que pocas veces ha estado unificado, se reducen a la historia de sus sucesivos invasores, “hinduizados” después por una sociedad pasiva e inmutable que apenas les ha ofrecido resistencia. Sin embargo, con Gran Bretaña, representante de una civilización superior a la hindú, en expresión de Marx, esto no ha sucedido. Es todo un reconocimiento al progreso técnico-industrial de la primera potencia del siglo XIX. Ciertamente el colonialismo podía ser brutal, pero resultaba necesario para destruir el modo de producción y la cultura arcaicos de la India. En la visión de Marx, Gran Bretaña cumplía una misión a la vez destructora y regeneradora: “Tiene que destruir la vieja sociedad asiática y sentar las bases de la sociedad occidental en Asia”. Esta visión eurocéntrica del mundo habla por sí misma.
“No debemos olvidar que esas pequeñas comunidades estaban contaminadas por las diferencias de casta y por la esclavitud, que sometían al hombre a las circunstancias exteriores en lugar de hacerle soberano de dichas circunstancias, que convirtieron su estado social que se desarrollaba por sí solo en un destino natural e inmutable, creando así un culto embrutecedor a la naturaleza, cuya degradación salta a la vista en el hecho de que el hombre, el soberano de la naturaleza, cayese de rodillas, adorando al mono Hamunán y a la vaca Sabbala”.
Al referirse a las pequeñas comunidades campesinas de la India, Marx parece dar por sentado que las tradiciones indias son exclusivamente religiosas, anticientíficas y jerárquicas. Su destino, por tanto, era el de ser destruidas con la llegada del progreso técnico-científico importado de Occidente. En cambio, el premio Nobel de Economía, Amartya Sen, escribió hace unos años The Argumentative Indian, donde pretende demostrar que la racionalidad no es ajena a la civilización de la India. Este país tiene una larga tradición argumentativa, pero los tópicos exotistas acuñados en Occidente han dejado de lado, en opinión de Sen, la enorme aportación cultural en los ámbitos de las matemáticas, la lógica, la epistemología, la astronomía, la fisiología, la lingüística, la fonética, la economía, las ciencias políticas y la psicología.
“El ejército hindú, organizado y entrenado por los sargentos ingleses, es una condición sine qua non para que la India pueda conquistar su independencia y lo único capaz de evitar que el país se convierta en presa del primer conquistador extranjero”.
Como es sabido, la India no alcanzó su independencia por medio de ningún ejército sino por la acción pacífica de Gandhi y sus seguidores. Gandhi habría compartido muchas de las críticas de Marx al capitalismo, pero no habría coincidido con él en la utilización de medios violentos para combatirlo. Por lo demás, la reflexión de Marx no deja de expresar la creencia en la fuerza militar como poder supremo. El gran escritor bengalí Rabrindanath Tagore opinaba en cambio, en 1917, que “si en su avidez de poder, una nación multiplica sus armas a costa de su alma, será ella quien corra un peligro más grande que sus enemigos”. Quizás Tagore pensaba en el creciente militarismo de Japón que tendría, a la larga, efectos debilitantes para ese país.
Estas tres observaciones del analista Karl Marx sobre la India no se han ajustado a la realidad. La historia en el sentido marxista, entendida como progreso lineal, se ha dado de bruces con la rueca india, representada en su bandera, y que encarna una concepción cíclica que no da nada por definitivo, y menos aún una teoría que, como hija del pensamiento hegeliano, preconiza el fin de la historia.