Ya lo avisó: “Soy un político y mi Comisión va a ser política, no técnica”. No había lugar a engaños. Y es lo que ha venido cumpliendo desde el minuto uno. Ello resulta cuando menos curioso cuando se trata de alguien que aceptó concurrir como Spitzenkandidat a regañadientes. No, su objetivo no era el de ser presidente de la Comisión.
Su objetivo era ser presidente del Consejo Europeo. Algo que consideraba más cómodo, más a refugio de la política del día a día en la que venía trabajando durante los últimos 30 años. Pero la situación fue la que fue. El Partido Popular Europeo ganó las elecciones al Parlamento y el intento de rebelión de Cameron contra la democratización de la figura más alta de la Comisión se saldó con la unión de los Spitzenkandidaten y del Parlamento Europeo en la figura de quien aquí nos interesa, Jean-Claude Juncker.
Y así Juncker asumió un reto mayúsculo. Cierto es que sustituir dos mandatos consecutivos de alguien tan reactivo (y tan poco activo) como José Manuel Durão Barroso no era lo más seductor del mundo. Las propuestas transformadoras de la Unión Europea provenientes de la Comisión Europea habían sido escasas desde los tiempos de Delors. Pero Juncker pareció decirse a sí mismo: “Si lo hago, lo hago bien”.
Empezó fuerte, con prioridades ambiciosas, entre las que se encontraban la creación del Mercado Único Digital o de una Unión Energética, por no hablar del Plan Juncker de inversiones o los guiños al Reino Unido con su apuesta por una better regulation. Siguió con la creación de un colegio de Comisarios más ágil y dinámico, en el que lograrían los cargos más importantes aquellos con CVs más impresionantes, no quienes provenían de los Estados más fuertes de la Unión.
Cuando empezaba a lograr capital político estalló el escándalo conocido como Luxleaks, según el cual el propio Juncker habría tenido una responsabilidad nada desdeñable en permitir un escándalo financiero de tremendas dimensiones en Luxemburgo. Pero ello no le detuvo en su empeño de cambiar las cosas. Juncker decidió que esa piedra en el camino acabaría quedando en una mera anécdota cuando se valorase en el futuro su aportación al proyecto comunitario.
Porque Juncker quiere pasar a la historia de la Unión Europea. Sabe que tiene una oportunidad única al existir una falta de liderazgo sin precedentes. La única persona que actualmente tiene liderazgo en la UE es Angela Merkel, pero sin embargo es renuente a utilizarlo. Por tanto, Juncker aprovecha cada oportunidad que tiene para tratar de hacer que la Comisión se convierta en un actor de relevancia, y él, como Presidente de la misma, pueda capitalizarlo. Como ejemplo, el Informe de los 5 Presidentes, en el que se dan las claves de los siguientes pasos en la integración económica de la zona euro.
Otro ejemplo es la crisis griega. Juncker hizo absolutamente todo lo que estuvo en su mano para que la situación no llegase a un callejón sin salida. Incluso llegó a ofrecerle a Tsipras un acuerdo de última hora con tal de que desconvocase el famoso referéndum. Ha llegado a reconocer que tenía que decir que “el Grexit no era una posibilidad para que efectivamente no fuese una posibilidad, aunque en realidad sí que era una posibilidad”. Perdón por el trabalenguas, pero no es mío.
También lo vimos en la primera crisis de refugiados del año. Tras las muertes en el Mediterráneo y la llegada de solicitantes de asilo a Grecia e Italia, la Comisión propuso, liderada por su Presidente, un sistema de cuotas para acoger a un número de refugiados que ascendía a 40.000 personas. Los Estados miembros se opusieron a la obligatoriedad de la medida. No obstante, acabaron aceptando un reparto similar, aunque voluntario, que dejaba en aproximadamente 32.000 las personas que entrarían en sus países.
El verano ha traído consigo la segunda crisis de refugiados, esta vez sin precedentes para la UE. Imágenes durísimas como las del niño sirio en la playa de Turquía han servido más que mil papers y han demostrado la necesidad de acometer un plan de emergencia ante la creciente afluencia de solicitantes de asilo que huyen de guerras como la de Siria. Al mismo tiempo, son prueba de la necesidad de que exista una verdadera europeización de la política de inmigración y asilo de una vez por todas.
Juncker dedicó la mayor parte del tiempo de su State of the Union a hablar de esta cuestión, la que reviste la mayor gravedad en estos momentos. Al hacerlo, ha vuelto a demostrar su capacidad de liderazgo en una cuestión esencial. Y ha puesto sobre la mesa una nueva cifra: esta vez, la de 160.000 refugiados (los 40.000 anteriores más otros 120.000). El Presidente de la Comisión, en su denuncia contra la path dependency y el business as usual de la UE, ha logrado marcarse un tanto ante la opinión pública. A pesar de ello, cabe señalarse que sigue habiendo desunión entre los Estados miembros a este respecto, y que tendrá que seguir trabajando para lograr un consenso más que necesario.
A lo largo del discurso del #SOTEU Juncker habló de más cuestiones, por supuesto. Sin embargo, las mismas se pueden concentrar en la siguiente frase, bastante contundente, que por otra parte resume su pensamiento y su manera de hacer como Presidente de la Comisión a lo largo de su primer año de mandato: “Falta más Europa en la Unión y más unión en la UE”. El tiempo dirá si Juncker logra que esa frase pierda vigencia.