De sobra saben, tanto unos como otros, que el fuego está permanentemente encendido desde hace décadas. Setenta años después de un sesgado Plan de Partición, cincuenta después de la ocupación israelí del territorio palestino y con seis guerras y dos Intifadas a las espaldas, todos los que habitan estas tierras conocen en detalle los mecanismos que alimentan la violencia. Por eso, sin dejarse engañar a estas alturas por el tramposo juego del huevo o la gallina, como si todo hubiera empezado con la mortal agresión de tres árabes-israelíes a dos policías israelíes el pasado 14 de julio, hay que entender que lo que está ocurriendo en estos días es mucho más que una condenable expresión individual de desesperación que puede llevar a matar a un semejante.
Desde la perspectiva israelí todo parecía encarrilado tras haber neutralizado, con la colaboración de la propia Autoridad Palestina (AP), la explosión de frustración que impulsó desde septiembre de 2015 la mal llamada “intifada de los cuchillos”. Sin tener que modificar en ningún punto sustancial su estrategia de hechos consumados, y con el aún más decidido apoyo de la actual administración estadounidense, el gobierno de Benjamin Netanyahu sabe mejor que nadie que el tiempo corre claramente a su favor, mientras los palestinos siguen fragmentados políticamente y crecientemente abandonados por todos, países árabes incluidos. Así lo demuestra el mantenimiento del asedio, también con la colaboración de la AP y de la aún llamada comunidad internacional, a una Franja de Gaza condenada ya irremisiblemente o la incesante ampliación de los ilegales asentamientos en Cisjordania.
Visto así, es inevitable pensar en otras motivaciones para explicar la decisión de Tel Aviv de cerrar por completo el acceso a Haram al Sharif (primera vez desde 1969) y, posteriormente, de instalar los arcos detectores de metales en la entrada, sabiendo que modifican el statu quo vigente y que iban a provocar reacciones encendidas no solo entre los palestinos sino también, como ya se ha visto, en Jordania y Turquía. Y ninguna tiene más fuerza, como ya ha reflejado alguna prensa israelí, que entender esas medidas como un nuevo intento por parte de Netanyahu de desviar la atención de la opinión pública sobre sus posibles implicaciones en escándalos que pueden afectarle personalmente. La suerte política del primer ministro, que ya en 1997 y 2000 se libró de la justicia por falta de evidencias suficientemente sólidas, está actualmente en manos del fiscal general, Avichai Mandelblit. Ya no se trata de los regalos que reconoce haber recibido de diferentes individuos que se vieron favorecidos por decisiones gubernamentales, ni tampoco de sus vínculos con determinados periodistas inclinados a ensalzar su figura en cualquier ocasión. Ahora el asunto ha adquirido un nuevo cariz, con la decisión de Alemania de suspender indefinidamente la firma del contrato de venta de tres submarinos nucleares a Israel a la vista de turbios tejemanejes de soborno y corrupción que podrían acabar implicando al propio Netanyahu.
Cabe recordar que la decisión de instalar los referidos arcos se tomó justo antes de que Netanyahu volara a París el día 15, sin reunir al gabinete de seguridad y atendiendo únicamente a recomendaciones de la policía, pero sin contar con la opinión de las Fuerzas de Defensa Israelíes o del Shin Bet que, probablemente, se habrían manifestado menos entusiasmados por la medida. En todo caso, en una nueva muestra de su dominio del guion, Netanyahu acaba de ordenar la retirada de los arcos… al tiempo que consigue dejar en funcionamiento cámaras y otras medidas de control que se irán instalando hasta final de año.
Por lo que respecta al bando palestino, tampoco las aguas bajan tranquilas para un Mahmoud Abbas cada vez más cuestionado. Mientras el rais palestino, tratando de frenar una dinámica de movilizaciones populares que no podría controlar, se preocupó de condenar el ataque contra los policías israelíes y demandó la retirada de los arcos, nada menos que su segundo en Fatah, Mahmud al Aloul, se ha dedicado a estimular a los palestinos contra la potencia ocupante. En el fondo, como ya quedó claro hace apenas unas semanas con el intento de Marwan Bargouti de galvanizar a los miles de palestinos que Israel mantiene en sus prisiones, lo que está en juego es la lucha por el liderazgo de una Autoridad Palestina cada vez más desprestigiada. Y son ya varios los candidatos que tratan de mover sus fichas, las que sean y al precio que sea, para crecer a ojos de los potenciales votantes de mañana.
En esa misma línea hay que interpretar la reaparición en escena de Mohamed Dahlan, de la mano de Emiratos Árabes Unidos y Egipto, estableciendo el pasado mes de junio un acuerdo político con el nuevo dirigente de Hamas en Gaza, Yahya Sinwar. Procurando olvidar que Dahlan fue hace una década uno de los más acérrimos enemigos de Hamas, volvemos a llegar al punto en el que unos (Hamas) procuran evitar su bancarrota, aunque sea aceptando dinero de un país contrario al islamismo político, y otros (Dahlan) realimentan sus sueños presidencialistas. Y así, jugando con fuego, pasa la vida en Palestina.