El éxito y el fracaso son relativos con respecto a las metas que uno se marca. Para una persona mayor puede ser un éxito terminar una carrera de 10 kilómetros, sin atender al tiempo consumido, mientras que para un atleta puede ser un fracaso no bajar de los 30 minutos en esa misma distancia. Lo que Madrid ha intentado con sus tres candidaturas olímpicas para 2012, 2016 y 2020 era realmente muy díficil. Por tanto, la decepción, después de un trabajo bien hecho, debe ser matizada. Los Juegos Olímpicos de verano se han celebrado dos veces en el mismo país solamente en tres potencias mundiales (Estados Unidos, Francia, Reino Unido), en Grecia por razones históricas, y en Australia (que queda como excepción, pues la elección de Melbourne en 1956 solo se explica en el contexto de la post-guerra mundial). Ahora, con Tokio 2020, Japón entra en ese club de los elegidos. Debemos ser, pues, conscientes de que la candidatura de Madrid ha sido siempre una apuesta muy audaz tras haber acogido los Juegos en Barcelona en 1992.
Eso no quiere decir que no deba intentarse. Incluso, al estar tan bien preparada desde el punto de vista técnico, podría intentarse de nuevo. En el amor, el deporte y la vida en general vale más ser atrevido que apocado. Pero debemos asimilar el calado de la empresa.
Madrid debe tener en cuenta que compite con dos tipos de rivales muy poderosos. Por un lado, están los emergentes (de los que Pekín 2008 fue abanderada, seguida por Río de Janeiro 2016, lo que Estambul y otros querrán emular). Por otro lado, están las ciudades consagradas, con mucho peso específico, las que no han tenido su Olimpiada todavía (como Nueva York, o la candidatura de Chicago), y también las que repiten, tendencia que estableció Londres 2012 y querrán seguir Berlín o París. Incluso Amsterdam quiere intentarlo para 2028.
Todo esto significa que el reparto de las sedes olímpicas tiene mucho que ver con la política internacional. Quien piense que las señoras y señores del Comité Olímpico Internacional forman una asociación privada con criterio independiente se equivoca. En la lista de las sedes olímpicas hay una “mano invisible”, o si se quiere una “cierta lógica”, que no se consigue sin la intervención de los Estados. Esto incluye un reparto geográfico por continentes que seguramente va a continuar.
En este punto, las verdaderas rivales de Madrid para el futuro son las ciudades europeas. Y aquí no hay solidaridad o consenso intraeuropeo que valga. Ya es complicado que esa solidaridad funcione en cuestiones comunitarias, por lo que será harto improbable que exista cuando está en juego el prurito nacional, ese que se dirime hoy en los campos de juego en lugar de los campos de batalla – afortunadamente. Después de Río de Janeiro y Tokio, en 2024 podría ser el turno de una ciudad europea.
Ante esa aparente distribución geográfica, podría argumentarse de dos maneras con respecto a las candidaturas fallidas de Madrid. Alguno puede sugerir que quienes tomaron la decisión de presentar la candidatura española deberían haber calculado mejor ese juego internacional y esperar su turno. Por el contrario, también puede argumentarse que los deseos manifiestos de Madrid la dejan mejor situada ante la nueva ventana de oportunidad.
En todo caso, se observa una gran pasión por organizar Juegos Olímpicos; desde luego, las ciudades olímpicas se transforman y regeneran. Quizás una buena solución ante tantos candidatos sería convocar Olimpiadas cada dos años en lugar de cuatro. El mundo del fútbol ha creado multitud de competiciones y campeonatos … para mantener el balón rodando.