Hace cinco años Joseph S. Nye publicaba Is the American Century Over?, un breve ensayo en el que este profesor de Harvard salía al paso de quienes pronosticaban que China iba a desbancar a EEUU en la escena internacional. El conocido teórico del soft power (poder blando) aseguraba que no se podía confundir este tipo de poder con la propaganda, una distinción que los dirigentes chinos no tenían muy clara, y que tampoco era el momento dar alegremente por concluida la preeminencia de Washington en el mundo del siglo XXI. En su nuevo libro, Do morals matter? Presidents and Foreign Policy from FDR to Trump (Oxford University Press, 2020), Nye nos ofrece una completa lección de historia y de análisis político con un brillante estudio de las presidencias de los últimos catorce inquilinos de la Casa Blanca desde la perspectiva de la política exterior.
El libro aparece muy oportunamente en un año electoral, marcado por la pandemia del coronavirus (COVID-19). Algunos dirán que en este tiempo importan más las cuestiones internas que las internacionales. Después de todo, las urnas se inclinaron en 2016 por el America First de Trump, un eslogan que se ha hecho centenario en el presente año, pues marcó una época en la que varios presidentes republicanos ocuparon sucesivamente la Casa Blanca y lo hicieron suyo empezando por Warren G. Harding. Sin embargo, Nye recuerda un siglo después que el aislacionismo no es una opción y que el auténtico liderazgo es el que se ejerce no sobre los otros, sino con los otros. Los muros y los aranceles no bastan para resolver los problemas. “Soft power is smart power” podría afirmar nuestro autor, sin descuidar al mismo tiempo el hard power, utilizado en muy contadas ocasiones, aunque sin descartar de plano tal posibilidad. Sea duro o blando, la utilización del poder es siempre un dilema moral. Después de todo las tradiciones morales están presentes en la historia estadounidense: los puritanos del Mayflower, los padres fundadores de la República, los Catorce Puntos de Wilson, Roosevelt y las Naciones Unidas…
La política exterior seguirá contando en un mundo globalizado, pese a que ciertos líderes utilicen como terapia la mística de las fronteras para atraer a un electorado confuso y desencantado. Quizás esa táctica funcione a corto plazo en algunos países, pero no en EEUU. Desde 1945 EEUU no puede plantearse vivir de espaldas al mundo, tal y como hizo después de la Primera Guerra Mundial, en el que solo tuvo un interés limitado por su “patio trasero latinoamericano” sustentado en la Doctrina Monroe. Viene bien, por tanto, este itinerario por la política exterior de los presidentes norteamericanos, marcada por luces y sombras, con la toma de complejas decisiones.
La época histórica preferida de Nye es la comprendida entre 1941 y 1960, marcada por las presidencias de Roosevelt, Truman y Eisenhower. El autor subraya que en las dos primeras presidencias podría haber prevalecido una aspiración de hegemonía imperial, pero los respectivos mandatarios se inclinaron por el establecimiento de un orden liberal con instituciones internacionales. Fue un momento wilsoniano, similar al de 1918, otro intento de hacer el mundo más seguro para la democracia, y no tanto el de imponer la democracia a todos, un intento imposible, pese a que tuviera éxito en Alemania y Japón, al surgir el dilema, no siempre democrático, de elegir entre comunismo y anticomunismo, en el contexto de la Guerra Fría. Por otra parte, Nye, quien ha trabajado para administraciones demócratas, elogia al republicano Eisenhower, en cuyo espejo quería reflejarse Obama en su segundo mandato. Aquel presidente no revivió el papel del comandante supremo del desembarco de Normandía, evocado en su libro Crusade in Europe. El poder destructivo de las armas nucleares no permitía dicha opción y era más aconsejable la prudencia de la que hizo gala Eisenhower en sus dos mandatos, aunque no renunciara a las operaciones encubiertas, como en Irán y Guatemala, en un mundo semejante a un tablero de fichas rojas y azules, algo demasiado simplista para perder de vista las consecuencias a largo plazo.
Joseph S. Nye alaba en este libro la prudencia como virtud moral, aunque las actuaciones presidenciales elogiadas no siempre tuvieran el respaldo de otros políticos, de los medios de comunicación o de la opinión pública. El elogio de Truman, el mismo presidente que ordenó el lanzamiento de las bombas nucleares contra Japón, procede de su enérgica determinación de destituir a MacArthur por su propuesta de utilizar el arma nuclear contra China durante la guerra de Corea, pues el militar solo tenía una idea fija: no hay sustituto para la victoria. Prudentes fueron también Kennedy en la crisis de los misiles de Cuba, aunque el vicepresidente Johnson no descartó un bombardeo sobre la isla, y Reagan que se retiró del Líbano en 1983 tras un atentado suicida en el que murieron 243 militares estadounidenses. La prudencia estuvo también presente en la guerra de Golfo de 1991, limitada por George H.W. Bush a la liberación de Kuwait, pero esa cualidad no la practicó su hijo George W. Bush al ordenar la invasión de Irak en 2003, con unas desastrosas consecuencias para la política exterior todavía no olvidadas y que han condicionado las diplomacias de Obama y Trump.
La obra de Nye no solo tiene las pretensiones didácticas de la historia. Es además un recordatorio de los desafíos para EEUU en el presente siglo. Algunos son los derivados de la tecnología y del creciente papel de los actores transnacionales. Otros, en cambio, están relacionados con la ascensión de China, gran potencia económica y comercial, de la que se diría que va a convertirse en la Arabia Saudí del Big Data. Sin embargo, Nye recuerda las debilidades de China: demasiado dependiente de la energía, rodeada por catorce países con los que en su mayoría tiene disputas territoriales, comprometida en una asociación con Rusia con las mismas fragilidades que la chino-soviética del pasado, con escasos países amigos a diferencia de los más de 60 tratados de alianza firmados por EEUU…
El autor recuerda que no le será tan fácil a Pekín expulsar a Washington de Asia, al menos mientras los estadounidenses dispongan de bases militares en Japón. Por lo demás, una guerra convencional entre las dos potencias dañaría a las dos, aunque la más perjudicada sería China. Pese a todo, Nye defiende la necesaria cooperación con China, aunque Washington debería cambiar la terminología. No se debería hablar de orden internacional liberal, ni tampoco de Pax americana, sino que lo que los estadounidenses deberían defender es un orden internacional abierto y basado en reglas. En este orden hay intereses comunes para la cooperación: la proliferación nuclear, el cambio climático, la deriva tecnológica… Todos ellos traspasan las fronteras. Son una oportunidad para el despliegue del soft power, una referencia constante en los escritos de Joseph S. Nye.