La literatura puede ser en ocasiones un modo de sondear, o incluso de interpretar, las profundidades del alma humana. Los estudiosos de las ciencias sociales pueden tender a olvidar que los sujetos de sus investigaciones son los seres humanos concretos, no unas abstractas sociedades o colectividades, diseñadas a menudo por carcasas ideológicas. En cambio, un novelista puede enseñarnos mucho sobre las interioridades del ser humano, al tiempo que recrea el escenario en que este se desenvuelve. Los acontecimientos políticos o los conflictos militares se entienden mejor si ponemos en primer plano a quienes los protagonizan, o a quienes se ven afectados por las decisiones que estos toman. En este sentido, una historiadora de la Universidad de Harvard, Maya Jasanoff, ha escrito un libro, The Dawn Watch: Joseph Conrad in a Global World, que presenta la originalidad de contemplar el proceso de globalización anterior a la Primera Guerra Mundial de la mano de la obra y la vida de un novelista singular, Joseph Conrad (1857-1924). Se nacionalizó inglés y escribió singulares novelas y relatos en el idioma de su país de adopción, pero nunca renunció a sus orígenes polacos, cuando se llamaba Józef Teodor Konrad Korzeniowski, con unos orígenes familiares ligados a la resistencia, política y cultural, frente a la Rusia zarista.
Conrad nunca ha sido un autor de fácil lectura, y tampoco de sencilla adaptación cinematográfica. Un poco la excepción ha sido Apocalypse Now de Francis Ford Coppola, que nos sumerge en los abismos de la locura homicida de Kurtz, el traficante de El corazón de las tinieblas conradiano trasplantado a la jungla vietnamita en una guerra en la que la victoria es imposible. En cambio, otro cineasta, como David Lean, no sobrevivió al estéril intento de adaptación de Nostromo, la novela de una revolución en una imaginaria república sudamericana, Costaguana, en la que los intereses de potencias extranjeras fomentan la secesión de Sulaco, una parte de su territorio, para controlar así unas minas de plata. Las similitudes con una Panamá emancipada de Colombia en 1903, gracias a la ayuda norteamericana, en su propósito de construir el canal son evidentes. El escepticismo del autor se muestra aquí en toda su crudeza. Los golpes de Estado o las revoluciones no cambiarán nada en este país tropical, en el que el principal estímulo del protagonista, y de otros, no es tanto la plata en sí como el ansia de poseerla. Por ella se mata o se muere, y en la lucha por el control de los recursos naturales poco ha cambiado de una globalización a otra. Frente al optimismo ingenuo de la década de 1990, que soñaba con una prosperidad universal casi mecanicista, habría que oponer el realismo de esta cita de Nostromo:
“No hay paz ni descanso en el desarrollo de los intereses materiales. Ellos tienen su luz y su justicia. Pero se fundamentan en la conveniencia y esto es inhumano; es algo carente de integridad, sin la continuidad y la fuerza que solo se puede encontrar en un principio moral”.
Invitamos a leer el libro de Maya Jasanoff, que no ha dudado en remontar el río Congo o viajar por los océanos en un carguero, en largas travesías no tan diferentes de las de la época de Joseph Conrad, para meterse así en la piel de un escritor y marino mercante. Tantas veces calificado como un novelista del mar, el autor anglo-polaco es mucho más que eso, pues ha sabido describir otras navegaciones más procelosas: las de la mente humana. Un crítico intentó minimizar la obra de Conrad reduciéndola a relatos sobre individuos solitarios que enloquecen en países tropicales. En determinadas situaciones, como las que vivió nuestro escritor en el entonces Estado Libre del Congo (o Estado Independiente del Congo), no es difícil llegar al borde de la locura, sobre todo cuando se descubre que los cimientos del progreso y la civilización descansan sobre la explotación de otros seres humanos, que son considerados, en la práctica, como inferiores, aunque jurídicamente haya sido abolida la esclavitud. El corazón de las tinieblas es el relato de una desgarradora experiencia personal, de seis meses de duración, aunque su contrato estaba fijado para tres años. Las enfermedades tropicales salvaron entonces la vida de Conrad, que pudo así abandonar aquel territorio, aunque la angustia y los remordimientos siempre le persiguieron. Lo comprobamos en esta cita de la obra:
“La mente de un hombre es capaz de todo, porque todo está en ella, tanto el pasado como el futuro”.
En el pasado, nuestro escritor había querido creer en las consignas imperialistas y civilizadoras de la Gran Bretaña victoriana, en el estilo entre misterioso y alambicado de Rudyard Kipling, pero lo que vio en el Congo le desengañó por completo. Allí comprobó que existían blancos salvajes habitando en regiones tenebrosas.
Pero además de disfrutar con el libro de Maya Jasanoff, lo más recomendable es leer a Joseph Conrad. En sus obras priman las descripciones de escenarios y de sentimientos, pero sus visiones sombrías del alma humana no son exclusivas de las zonas tropicales. Pueden también hallarse en el Londres de principios del siglo XX, donde está ambientado El agente secreto, protagonizado por Adolf Verloc, un supuesto anarquista que trabaja a la vez para la policía británica y para una embajada que bien podría ser la rusa. Un extremista revolucionario que, sin embargo, es capaz de mantener su vieja cruzada de redención a sangre y fuego al mismo tiempo que llena sus bolsillos. Por lo demás, el desengaño ante la globalización del imperialismo colonial no llevó a Conrad a acercarse a los movimientos socialistas. No compartiría, desde luego, las tesis de El imperialismo, estadio supremo del capitalismo de Lenin, ni tampoco creía en un supuesto futuro esplendoroso iluminado por las bombas y los sacrificios humanos. Tanto en El agente secreto como en Bajo la mirada de Occidente, Conrad denuncia sin miramientos como determinadas organizaciones e individuos son expertos en manipular los deseos de justicia presentes en los seres humanos. Son relatos marcados por locura y la desesperación, que también se encuentran en los terrorismos de nuestros días, y que no son buenas consejeras para regenerar el mundo. Con su fina psicología, Joseph Conrad presenta en pocas palabras en El agente secreto, uno de los principales móviles de un terrorista, sea del pasado o del presente. Lo mueve “la exasperada vanidad de la ignorancia”. Y la ignorancia suele ir de la mano de una locura fanática, porque “solo la locura es verdaderamente aterradora, pues no se puede aplacar ni por las amenazas, la persuasión o los sobornos”.