A pesar del triunfo del “no” en el referéndum sobre la reforma constitucional, no se puede decir que Italia haya votado contra Europa, aunque pueda tener consecuencias europeas, más limitadas, sin embargo, de lo que muchos agoreros han anunciado. No ha sido una victoria del populismo, sino, si cabe, contra el populismo que puede representar el movimiento Cinco Estrellas que lidera Beppe Grillo, muy diferente de Podemos en España. Pues, aunque éste y sus seguidores estaban en contra, muchos otros partidarios del “no” lo que temían era que la reforma constitucional que promovía el primer ministro Matteo Renzi, junto al cambio en la ley electoral ya aprobado que favorece al ganador con un extra de escaños, pusiera un exceso de poder en manos de Cinco Estrellas si llega a ganar las próximas elecciones, lo que no es descartable. Es decir, ha habido una extraña coalición entre los de Grillo y los contrarios a él, sobre la base de los errores políticos de Renzi.
Renzi, que no ha ganado ninguna elección como candidato –en las europeas él no se presentaba- y que llegó al poder tras maniobras en su propio partido, se equivocó. Con su base en Florencia, es, sin embargo, un político poco florentino. Enajenó una parte de su Partido Democrático –sobre todo los que provenían del antiguo Partido Comunista-, el necesario apoyo de Silvio Berlusconi –que aún pesa mucho- al hacer elegir en contra de la opinión de éste como presidente de la República, un cargo con mucho más poder que el que se suele imaginar, a Sergio Mattarella. Abiertamente en contra tenía a Cinco Estrellas, populista pero más anti-Estado que izquierdista- y a la derechista y anti-inmigración Liga Norte y, en general, a los que han despertado contra “la elite” (“la casta” fue una expresión que se forjó en Italia). La reforma de Renzi no consiguió una mayoría de dos tercios en el parlamento, por lo que el presidente del Gobierno decidió someterla directamente a referéndum.
El elemento central de la reforma era la reducción y pérdida de poder del Senado con la supresión de un sistema bicameral perfecto, y una mayor recentralización del poder frente a las regiones y los ayuntamientos. Ponía en duda el equilibrio de poder nacido tras la Segunda Guerra Mundial y el fascismo de Mussolini para evitar que un caso así de hiperliderazgo pudiera repetirse. Una parte de los votantes del “no” no estaba necesariamente en contra de Renzi, sino de sus reformas institucionales. Renzi ha cometido además el error de convertir el referéndum en un plebiscito sobre su persona al comprometerse a dimitir si perdía su apuesta. Dados los resultados, y la distancia de más de nueve puntos con la que ha ganado el “no”, está ahora por ver cuál será su futuro tras el anuncio de su dimisión. La decisión está en manos de Mattarella. El de Renzi ha sido el tercer Gobierno no elegido seguido en Italia, tras el de Mario Monti, partidario del “no” y el de Enrico Letta. Quizás se olviden de él rápidamente; o no. Italia siempre es una caja de sorpresas. Lo más lógico, pero no necesariamente lo más probable, serían unas nuevas elecciones, pero quién sabe cómo podrían resultar.
Esta dimisión abre la dimensión europea de lo ocurrido, con una Italia necesitada desde hace muchos años de reformas económicas en profundidad que se harán esperar aún más: la laboral tras un paso tímido, la financiera –con un sistema bancario debilitado con ocho bancos en una situación complicada y necesitado una urgente reestructuración, y esta puede ser la más inmediata preocupación para el resto de la Eurozona-, la modernización de la industria que invierte poco en I+D y con una agenda digital muy retrasada, la de las cuentas públicas con una deuda desbocada, etc. En este sentido vuelve a ser un resultado que va contra de Europa, aunque, en sí, el voto no iba dirigido contra ella.
Tras este resultado italiano, una vez resuelta la cuestión del Gobierno en España, y pese a que la aritmética parlamentaria obliga a pactar, este país puede optar por volver a ser, si sabe hacerlo, el socio fiable del sur, más necesario u con más peso tras el triunfo de la opción del Brexit en el Reino Unido.
Mientras, en la vecina Austria, en la repetición de las elecciones presidenciales la victoria de Alexander Van der Bellen, independiente verde, sobre Norbert Hofer, el candidato del Partido de la Libertad, xenófobo y antieuropeo, supone un respiro y evita que por primera vez llegue la extrema derecha a la jefatura de un Estado miembro de la UE. Pero lo ocurrido no debe esconder el hecho de que esta carrera ha sido barrido, ya en la primera vuelta, a los partidos tradicionales, los democristianos y los socialdemócratas, que se han alternado en el poder en Austria desde 1945. Los hombres y obreros mayoritariamente han votado por Hofer, que se han llevado más de un 45% de los sufragios, frente a mujeres, jóvenes y jubilados por Van der Bellen. Es algo que está ocurriendo en muchos países, EE UU incluido. En toda Europa (y Occidente), los electorados andan revueltos y las sociedades en mutación. Se verá hasta dónde en las cruciales elecciones presidenciales y legislativas en Francia y las generales en Alemania el año próximo. Este pasado fin de semana hemos visto una reacción contra el llamado populismo antieuropeo en dos países, pero bajo unas formas que indican el fin de la ortodoxia que ha dominado la vida europea en los últimos decenios.