En la Cumbre del G20 en Nueva Deli, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, anunció la salida de Italia de la Iniciativa “Un cinturón, una ruta” (Belt and Road Initiative, BRI), a la que el país se había sumado en marzo de 2019. La esperada decisión del gobierno italiano ya se preveía en unas declaraciones en el mismo sentido de Antonio Tajani, ministro italiano de Asuntos Exteriores, durante una visita a Pekín, si bien con puntualizaciones que aparecieron también en el anuncio de Meloni: en concreto, una alianza “mutuamente beneficiosa” con China y el “fortalecimiento” de la cooperación bilateral entre los dos países. La forma que adoptará esa cooperación tendrá que aclararla en algún momento desde el lado chino o italiano.
La salida oficial de Italia de la Iniciativa BRI no debería sorprender por dos motivos. Durante la campaña para las últimas elecciones italianas en el verano de 2022, Meloni tildó de “error” la adhesión del país a esta Nueva Ruta de la Seda. El pasado mes de noviembre, el ministro de Defensa, Guido Crosetto, calificó de “improbable” la renovación del acuerdo entre los dos países que expiraría en 2023. El 21 de abril de 2023, Meloni, ya en su calidad de nueva primera ministra italiana, confirmó que Italia abandonaría la Iniciativa BRI, pero el proceso se ha prolongado durante muchos meses hasta la reciente Cumbre del G20.
La decisión de incorporarse a la Iniciativa la tomó el gobierno en coalición del Movimiento 5 Estrellas y la Liga Norte en marzo de 2019, y está en las antípodas de la postura del gobierno actual por lo que respecta a China.
Italia fue el único miembro del G7 que se desmarcó del frente occidental en aquel año al firmar un memorando de entendimiento para sumarse a la Iniciativa BRI y, a día de hoy, ningún otro ha seguido esa senda. Básicamente, Italia no ha ganado nada con su participación en este proyecto. La integración económica entre los dos países no ha avanzado de un modo considerable ni por la parte del comercio ni por lo que respecta a la inversión. Las exportaciones de Italia a China apenas han subido ligeramente, de 14.500 millones a 18.500 millones de euros a finales de 2022. Al mismo tiempo, las importaciones de Italia procedentes de China subieron de 33.500 millones a 50.900 millones de euros en el mismo periodo. Es decir, que Italia presenta hoy en día un déficit comercial bilateral mucho más acusado con China. Uno de los objetivos del memorando era reequilibrar la relación comercial desigual, pero después de cuatro años no ha cambiado nada. Por lo que respecta a las inversiones, la inversión extranjera directa (IED) de China en Italia ha caído en picado de 650 millones de dólares de 2019 a tan sólo 20 millones en 2020, con una ligera subida en 2021 hasta los 33 millones de dólares. Es cierto que se ha producido una ralentización general en las inversiones chinas en Europa y en todo el mundo, pero la caída ha sido mucho más pronunciada en Italia. De hecho, las inversiones de China en Europa se han seguido concentrando sobremanera en Alemania, Francia y los países del Benelux, todos ellos ajenos a la Iniciativa BRI y destinos principales de la IED china en la Unión Europea (UE).
La pregunta que subyace al anuncio es cuáles serán las consecuencias de una decisión sin precedentes como esta, ya que ningún otro país asociado a la Iniciativa había optado antes por retirarse de manera oficial. Aparte de afirmaciones sueltas en el sentido de que esta salida implica que “las empresas y los ciudadanos italianos que trabajan con China pagarán caras las consecuencias si Roma abandona el programa”, las lecciones que se pueden extraer de las experiencias anteriores de deterioro de las relaciones bilaterales entre China y los países occidentales no son nada halagüeñas.
Las represalias de China contra Lituania[1] son un buen ejemplo, ya que, pese a que se trata de una economía pequeña, es un país miembro de la UE. Otros casos que podrían ser más reveladores son las represalias chinas contra Canadá, que forma parte del G7 al igual que Italia. Por último, se puede aprender de su reacción frente a Australia, centrada básicamente en una paralización de las importaciones. Ahora bien, el bloqueo de China de las importaciones procedentes de Lituania fue aún más drástico, ya que llegó a extenderse a importaciones de Alemania que incluían productos lituanos. No obstante, todos estos casos incluían un fuerte componente político: Taiwán en el caso de Lituania, el origen de la pandemia del COVID-19 en el de Australia y la detención de la hija del fundador de Huawei en el altercado con Canadá. La cuestión es cómo interpretarán políticamente los dirigentes chinos la decisión de dejar la Iniciativa BRI.
Con ese telón de fondo, Meloni ha intentado hasta ahora poner coto a la politización de su decisión de abandonar la Iniciativa al dejar la puerta abierta a acuerdos de otro tipo con Pekín sin el marchamo de la Nueva Ruta de la Seda. La visita oficial de Meloni a Estados Unidos a finales de julio probablemente contribuyó a consolidar su firme decisión de decir adiós al proyecto. Algunos observadores consideran que, para Pekín, abandonar la Iniciativa BRI supone cruzar una línea roja, pero el anuncio de Meloni en Nueva Deli no parece haber provocado una respuesta negativa contundente por parte de China.
La clave para entender que la línea roja puede ser difusa en el caso de la salida de Italia podría estar en el anuncio hecho en Deli sobre una “cooperación futura” entre los dos países. En suma, Meloni se encuentra limitada por dos condicionantes contradictorios. Por un lado, Italia es miembro fundador de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y ha sido una de las voces más críticas con la invasión rusa de Ucrania, la cual, al menos de manera indirecta, cuenta con el apoyo de China. Por el otro, el electorado de Meloni con más poder es el sector empresarial, que prefiere mirar siempre hacia otro lado cuando se trata de introducir consideraciones geopolíticas en sus decisiones estratégicas de negocio y que, además, suele utilizar su capacidad de presión para asegurarse el apoyo del gobierno de turno en cualquier circunstancia. Por lo tanto, Meloni tenía buenos motivos para optar por una salida discreta y, al mismo tiempo, seguir adelante con la cooperación empresarial, tanto en Italia como en terceros países. Se evitaría así el riesgo de sufrir alguna represalia, que es lo que más preocupa en estos días al colectivo empresarial italiano.
También hay que tener en cuenta la situación nacional de China a la hora de valorar la reacción de su gobierno ante el anuncio italiano. La situación económica cada vez más preocupante debería servir, en principio, para disuadir a China de adoptar medidas enérgicas contra Italia, si bien cabe recordar que la deceleración estructural de China en los últimos años ha ido acompañada de un auge del nacionalismo y una mayor hostilidad hacia países percibidos como contrarios a China.
Si pasamos a las percepciones más generales sobre ambos países, la opinión de los medios italianos sobre China fue mejorando de manera paulatina tras la pandemia del COVID-19, pero se observa un deterioro en los últimos dos meses (véase la Figura 1). El sentir de la población china hacia Italia no ha cambiado mucho, por lo menos en los medios en lengua china, pero sí algo más en los medios de China en lengua inglesa (véase la Figura 2). Esta divergencia reciente podría indicar que los medios en lengua china (es decir, los medios disponibles en la China continental) no quieren cargar las tintas sobre la intención de Italia de abandonar la Iniciativa BRI porque podría empañar la reputación del país. Sin embargo, los medios chinos publicados en inglés podrían estar mostrando a propósito un deterioro del ánimo hacia Italia para suscitar inquietud en el seno del sector empresarial italiano sobre las posibles consecuencias de la salida del proyecto.
En resumidas cuentas, la gestión de la salida de Italia de la Nueva Ruta de la Seda por parte de Meloni es importante para el resto del mundo. La dirigente optó por un entorno multilateral como la Cumbre del G20 para hacerlo público, pero evitando claramente la confrontación al dejar caer la idea de una cooperación bilateral renovada con China. La forma que adopte esa cooperación en el futuro será mirada con lupa desde otras capitales europeas, sobre todo en Bruselas y, cómo no, en Washington. Asimismo, otros miembros de la Iniciativa, sobre todo los más decepcionados con los escasos (o nulos) beneficios obtenidos, prestarán aún más atención si cabe a las posibles repercusiones que se deriven del anuncio de Meloni.
[1] China impuso sanciones económicas tras la apertura de una Oficina de Representación de Taiwán en noviembre de 2021 en Vilna (https://www.csis.org/analysis/chinas-economic-coercion-lessons-lithuania)
Tribunas Elcano
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