En el rompecabezas que Benjamín Netanyahu está intentando componer, con el claro objetivo de lograr la victoria en las próximas elecciones del 17 de septiembre, el frente militar exterior cobra aceleradamente una mayor importancia. Para quien es conocido en la sociedad israelí como “Mr. Seguridad”, la aparición de un rival con el perfil militar de Benny Gantz (acompañado de Moshe Yaalon y otros generales) supone una clara amenaza para lograr el que sería su quinto mandato como primer ministro. Si hasta ahora parecía claro que nadie podía hacer sombra a un candidato que ha sabido hacer de su propia figura un sinónimo de seguridad nacional –jugando, cuando lo ha considerado necesario, con la imagen de Israel como un país asediado por doquier–, la emergencia de Gantz parece haberle llevado a forzar la máquina, ampliando las acciones militares más allá de los ya tradicionales escenarios del Territorio Ocupado Palestino y Siria, para hacerse también presente en Irak y Líbano.
Con todas las cautelas a las que siempre obliga una política gubernamental reacia a asumir públicamente sus acciones de fuerza, así hay que interpretar lo ocurrido en estas últimas semanas. El 19 de julio se produjo un ataque aéreo contra la base que las Unidades de Movilización Popular (UMP) –milicias apoyadas por Irán y conformadas fundamentalmente por chiíes que sirven al gobierno de Bagdad, aunque sin estar encuadradas todavía en sus fuerzas armadas– tienen en Amerli (provincia de Salahuddin). Ese ataque fue seguido unos días después por otro contra la base de la misma milicia en Camp Ashraf (cerca de la frontera con Irán). Más allá de las acostumbradas condenas del gobierno iraquí y ante el silencio de Teherán, Tel Aviv decidió proseguir su escalada con un ataque, el 12 de agosto, para destruir un depósito de municiones de la milicia Sayyid al Shuhada (también de las UMP) cerca de la base militar Al Saqr (al sur de Bagdad). Y lo mismo ocurrió el 20 del mismo mes, con el objetivo de destruir un almacén de armas de las UMP cerca de la base aérea de Balad. El último de los registrados hasta ahora ha sido el ocurrido en la ciudad de Al Qaim (provincia de Anbar) el pasado 25 de agosto, en el que resultó muerto un líder y varios miembros de la milicia proiraní Kataeb Hezbolá.
Por lo que respecta al Líbano, el pasado 25 de agosto fuentes gubernamentales y portavoces del grupo chií Hezbolá anunciaron el derribo de dos drones israelíes en el barrio de Dahieh (al sur de Beirut), donde el Partido de Dios tiene uno de sus principales feudos. Al día siguiente, se produjo una nueva acción aérea (presuntamente) israelí, en este caso en el valle de la Bekaa contra una base del grupo palestino (asociado a Hezbolá) Frente Popular por la Liberación de Palestina-Comando General, cerca de la frontera con Siria. Si se confirma la autoría israelí, serían los primeros ataques no encubiertos desde la última confrontación del verano de 2006.
Y todo ello mientras se mantiene el castigo diario a los palestinos y se sigue golpeando en Siria, donde los ataques aéreos se contabilizan ya por centenares en estos últimos siete años. De todo ello la única acción reconocida públicamente por Israel en esta fase es la realizada el 24 de agosto en Aqraba (al sur de Damasco), contra un supuesto preparativo iraní para llevar a cabo un ataque con drones cargados de explosivos contra objetivos israelíes.
Lo que emerge de estas acciones, además de la intencionalidad electoralista, es la decisión de Tel Aviv de incrementar su rechazo a la emergencia de Irán en la región. Si primero el esfuerzo se limitaba a evitar que Irán pudiera suministrar armas a las milicias proiraníes y a su fuerza de élite, Al Qods, desplegadas en Siria; luego se pasó a abortar el plan iraní de consolidar una capacidad manufacturera de armas para sus aliados en Siria y, sobre todo, para el Hezbolá libanés. Con este nuevo paso en Irak (serían los primeros ataques israelíes desde 1981) lo que Israel busca es evitar que Irán pueda reproducir en suelo de su vecino lo que a muy duras penas ha podido lograr previamente en Siria.
Queda por ver en todo caso si Washington termina por avalar este salto, aunque solo sea porque inevitablemente va a tensar sus relaciones con Bagdad, poniendo al gobierno de Abdul Mahdi en una difícil situación para frenar tanto las protestas de los grupos nacionalistas antiiraníes (como el liderado por Muqtada al Sader), que demandan poner freno a Teherán, como el de los proiraníes (como Hadi al Ameri, líder de la poderosa Organización Badr), que exigen una respuesta dura contra Israel y EEUU. Justo lo mismo que anuncia tanto el líder supremo de Hezbolá, Hasan Nasrallah, como incluso el presidente libanés, Michel Aoun, que ha interpretado lo ocurrido como una declaración de guerra por parte de Israel. Un Israel que, de la mano de un Netanyahu que también es ministro de defensa, sabe que ninguno de sus enemigos tiene capacidad antiaérea o aviación de combate capaz de limitar seriamente sus planes. Su verdadero problema, en plena campaña electoral, es saber calibrar la presión militar hasta el punto de que no pierda el apoyo de Washington y no provoque unas represalias iraníes y de sus aliados de entidad suficiente como para obligarle a entrar en una escalada en toda regla.