A la espera de que se confirmen los resultados definitivos de las elecciones parlamentarias celebradas el día 23, Israel parece abocado a una repetición de lo ya vivido en tantas ocasiones anteriores. Y aunque queda tiempo hasta que el país cuente con un nuevo gobierno, ya es posible extraer algunas conclusiones:
- Benjamin Netanyahu, a la cabeza del Likud (30 escaños provisionales), se consolida como una figura central en la historia de Israel, convertido ya en el más longevo jefe de gobierno desde su creación en 1948, con una nueva demostración de su notable capacidad de maniobra. Así, por un lado, se ha subido a la ola de una vacunación que se ha presentado como plenamente exitosa (haciendo olvidar el desconcierto de la primera etapa, la indolencia y permisividad ante el desafío negacionista de la comunidad ultraortodoxa, y la racista marginación de la comunidad palestina, tanto en su propio territorio como en la Palestina ocupada). Y, por otro, se ha disfrazado incluso de “Abu Yair” (padre de Yair, copiando la tradicional denominación de los adultos árabes) para cortejar el voto de los palestinos del 48, al tiempo que ha estimulado la fragmentación de la unidad árabe –concretada en la salida de la Lista Conjunta del partido islamista Ra’am (Lista Árabe Unida), que ahora puede resultar decisivo, con su apoyo externo, para apuntalar a Netanyahu como jefe del nuevo gobierno. Previamente, en diciembre pasado, ya había provocado la disolución de la Knéset, con una hábil maniobra que hizo imposible sacar adelante un presupuesto nacional (Israel lleva así desde 2018), incumpliendo el compromiso acordado con su aliado y rival Benny Gantz, líder de un Azul y Blanco que ahora pasa a convertirse en marginal, impidiendo de paso que este último pudiera relevarlo el próximo mes de noviembre al frente del gobierno, como ambos habían acordado el pasado mes de abril.
- El electorado israelí, al tiempo que va mostrando su hartazgo con una participación declinante (67,2% en esta ocasión), sigue acentuando su corrimiento hacia la derecha, propiciando incluso la entrada en la Knéset de formaciones supremacistas judías, como el Partido Sionista Religioso. Junto a los inevitables Shas y Judaismo Unido de la Torah, que a buen seguro seguirán participando en el nuevo gabinete, los ultraortodoxos aumentan así su peso para forzar la introducción de sus visiones rigoristas en una sociedad que todavía se define como mayoritariamente laica.
- Los palestinos son, una vez más, los perdedores netos de esta nueva convocatoria electoral. Por una parte, los 1,9 millones que formalmente aparecen como ciudadanos israelíes (de segunda clase) verán disminuida su capacidad para influir en la agenda política, ante la fragmentación interna que han sufrido. Por otra, los 4,8 millones que habitan el territorio ocupado por Israel desde 1967 no pueden esperar ninguna mejora en su bienestar y seguridad, sea cual sea la composición de ese nuevo gobierno. Por si no fuera suficiente, la calculada estrategia de hechos consumados que aplica Tel Aviv en su afán por lograr el dominio total de la Palestina histórica, los mercenarios Acuerdos de Abraham (que también le han supuesto votos a Netanyahu) han demostrado que los países árabes han ido relegando al cajón de la historia la posición árabe en defensa de la causa palestina. Abandonados por todos y fragmentados internamente, han visto como en esta campaña electoral la ocupación y la anexión –que, en cualquier caso, sigue delante de manera sostenida– no han logrado espacio alguno.
- Aunque finalmente se logre crear un nuevo gobierno, sea con Netanyahu o con cualquier otro candidato de la derecha al frente, la amenaza de unas nuevas elecciones seguirá estando a la vuelta de la esquina. Por un lado, el propio Netanyahu sigue pendiente de tres causas judiciales en su contra, sin que parezca muy probable que logre apoyos suficientes para forzar una nueva legislación que lo libre definitivamente de una condena. Por otro, quien llegue finalmente a contar con los apoyos necesarios para encabezar el nuevo gobierno va a tener que rodearse de socios escasamente dispuestos a subordinarse incondicionalmente a un líder permanentemente cuestionado, y a cohabitar con líderes de otros partidos con los que mantienen malas relaciones, acostumbrados todos ellos a la traición política y envueltos en una ensoñación que les hace verse como los verdaderos salvadores de la patria.
- Entretanto, Israel sigue sumido en una crisis económica que ha provocado un significativo aumento del coste de la vida, un 15% de paro y un brutal ensanchamiento de la brecha de desigualdad.