Dos ocasiones se perdieron en el pasado para la legalización del partido islamista en Túnez. La primera en 1981 cuando se reconoció el derecho a la participación electoral de varios grupos (legalizando incluso al PCT y tolerando al MDS y al MUP) pero no al Movimiento de la Tendencia Islámica (MTI). Burguiba se mostraba incompatible con el ideario islamista.
La segunda en los primeros tiempos de Ben Alí cuando, convertido el MTI en Ennahda, el futuro dictador entrevió en él un rival peligroso para su proyecto político tras los buenos resultados obtenidos en la capital por los candidatos independientes afines al partido islamista en las elecciones de 1989. Optando por su erradicación inauguraba su faceta de “buen alumno” de un Occidente que empezaba a obsesionarse con el islamismo político tras el fin de la guerra fría.
El Túnez posterior al 14 de enero de 2011 ha dado finalmente el paso de legalizar a un partido que ha sufrido múltiples vicisitudes en su recorrido por la ilegalidad. Su reconocimiento legal ha supuesto el punto de no retorno de las exclusiones en la escena política tunecina.
Acusaciones de complós, condenas a muerte de sus dirigentes, amnistías al borde de la ejecución, tolerancias, exilio. Ese ha sido el itinerario del más emblemático de sus líderes, Rachid Ghannuchi. Regresado de su exilio en Gran Bretaña donde ha permanecido los años de la presidencia de Ben Alí, nos confiesa (7 de abril) que la prioridad es lograr la transición, con el diálogo como elemento de base. Una transición que debe ser lo más corta posible, para que Túnez recupere su ritmo, ya que la crisis ha descendido el crecimiento económico casi a cero. Por ello Ennahda no ha reclamado, como algunos, el aplazamiento de las elecciones convocadas para el 24 de julio. Su objetivo inmediato es construir un nuevo Túnez en coordinación y consenso con las demás fuerzas políticas. Para Ghannuchi, Ennahda ha mostrado ya en el pasado su voluntad de consenso con su participación en la Alianza 18 de octubre, creada en 2005 junto con grupos progresistas o comunistas como el PDP, el PCOT y el Congreso para la República, como una plataforma de resistencia de la oposición contraria a la colaboración con el régimen.
Al retorno tranquilo de Ghannuchi y a la legalización –lógica y sin oposiciones manifiestas- de Ennahda el 1 de marzo, ha sucedido una inquietud creciente conforme se hacía visible en la sociedad tunecina y se acortaba el plazo de la convocatoria electoral. A pesar de su pregón de seguir el “modelo turco” y su adhesión a la “Alianza de civilizaciones”, el temor a una mayor organización en los barrios populares del movimiento islámico, en función de sus redes de beneficencia y de la instrumentalización de las mezquitas como púlpitos electorales, ha extendido en muchos medios cierta obsesión islamofóbica. La aparición en escena de un islamismo radical bajo la etiqueta de un paralegal Hizb Tahrir (Partido de la Liberación), presente en las calles céntricas para hacer públicamente la oración del viernes o exigiendo un puesto en los comités locales de defensa de la revolución, tratando de imponer la regla del número y saboteando el clima unitario de estas reuniones, ha comenzado a focalizar la revolución tunecina bajo el ángulo laicismo/islamismo, desviándolo de su inicial sentido de cambio en el que la religión estaba ausente.
El gobierno se ha hecho eco de este temor prohibiendo la utilización de la vía pública para la oración, pero no tiene fácil controlar las mezquitas para impedir su utilización política. Corren rumores del cambio de imames oficiales por otros más radicales en determinados barrios y ello contribuye al crecimiento de esta obsesión. Pero no está claro quién está detrás de estos rumores y de las provocaciones del Hizb Tahrir que pueden inducir a un reflejo de miedo en amplios sectores moderados de la población, fomentando la obsesión anti-islamista y la radicalización del discurso de Ennahda y a un retorno de las fuerzas del pasado bajo cobertura centrista.
No hay sondeos en Túnez para saber qué porcentaje podría obtener Ennahda en la Asamblea Constituyente. Salah el Din Jourchi, vicepresidente de la Liga Tunecina de Derechos Humanos y fundador de la revista de pensamiento islámico progresista “15/21”, nos estimaba el 3 de abril que podría obtener un 30 o un 35 % de los escaños. Otros no piensan que sobrepasen el 20 %. Pero constituirá probablemente el polo más fuerte, dada la atomización de la escena política. Ello obligará a las demás fuerzas a reunirse en bloques para hacer frente al sistema electoral proporcional. Está por ver si de las cenizas del RCD, que llegó a contar con más de dos millones de militantes (para una población de diez), surgirá una suerte de UCD que federe los nuevos partidos creados por exbarones como Ahmed Friaa o Kamal Murjan o si la izquierda podrá dar lugar a uno o dos bloques que contrapesen en la constituyente al partido Ennahda. El porvenir de la “revolución de los jazmines” dependerá de que todos los actores eviten las obsesiones para encontrar la vía del consenso.