Ninguno de los dos actores principales ceja en su empeño, elevando la tensión en un peligroso duelo en el que, aunque racionalmente ni Washington ni Teherán pueden desear la confrontación bélica directa, llevan ya demasiado tiempo jugando con un fuego que puede acabar no solo quemándolos a ellos, sino también afectando de manera muy directa a la región en su conjunto.
Por una parte, Estados Unidos –que fue quién en mayo del pasado año decidió romper el acuerdo nuclear con Irán– sigue adelante con su estrategia de “máxima presión”, añadiendo más sanciones contra Teherán (las últimas fueron anunciadas el pasado 31 de octubre, al tiempo que Washington renovó el “permiso” para que empresas rusas y chinas siguieran colaborando con Irán en el intento por reducir sus capacidades nucleares). Formalmente Washington dice haber optado por esta vía ante las violaciones iraníes –a pesar de que los informes de la AIEA confirmaban sistemáticamente su escrupuloso cumplimiento– para lograr que se avenga a negociar un nuevo acuerdo que incluya la paralización de su programa de misiles y el fin de su injerencia en asuntos de sus vecinos. La realidad demuestra, sin embargo, que la verdadera intención es provocar el colapso del régimen mediante una estrategia de ahogo económico que desemboque en una revolución popular que, de producirse, seguramente sería alentada desde el exterior. De paso, Washington cuenta con que de ese modo Teherán tendrá que reducir su implicación en los asuntos de Siria, Líbano, Irak, Yemen y otros países de la zona, facilitando así los propósitos de sus aliados y de sus propios planes para mantener el control último de la región.
El objetivo, en línea con lo que propugnan Tel Aviv y Riad, es evitar así que Irán se consolide como una alternativa al statu quo imperante. Y de ahí que, como acaba de hacer el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, tanto como unos como otros insistan en que hay que hacer todo lo que sea necesario (incluyendo, por tanto, medios militares) para evitar que Teherán se haga con armas nucleares (precisamente lo que con apreciable éxito se estaba logrando con el acuerdo de 2015 que Washington decidió abandonar, disparando la dinámica en la que ahora nos encontramos).
Por la otra parte, Irán se resiste a poner la rodilla en tierra y, por el contrario, anuncia, por boca de su líder supremo, Alí Jamenei, que negociar con Estados Unidos es un error. Asimismo, desde el aciago momento en el que Washington se desmarco del compromiso, el régimen iraní ha ido reduciendo (lo que no significa en todos los casos violando) su nivel de compromiso con el citado acuerdo. Así, tras haber vuelto a enriquecer uranio por encima del límite señalado del 3,67% y haber superado sus stocks permitidos de uranio enriquecido (300kg) y de agua pesada (130Tm), ahora acaba de decidir pasar a una cuarta fase, aún más osada e inquietante. Por un lado, la pasada semana ha activado una cadena de 30 centrifugadoras de nueva generación (IR-6) y, por otro, ha trasladado 2.000kg de hexafluoruro de uranio desde Natanz a Fordo, para inyectar dicho gas en las 1.044 centrifugadoras allí instaladas, lo que supone que la mencionada instalación subterránea deja de ser un centro de investigación (como se había acordado en 2015) para convertirse nuevamente en una pieza central en el empeño que puede llevarle algún día a contar con suficiente material para fabricar una bomba nuclear (antes del acuerdo ya podía enriquecer uranio hasta el 20% y ahora, a un ritmo de unos 5kg diarios, se estima que ya cuenta con más de 500kg). El incidente que ha impedido a una inspectora de la AIEA entrar en Natanz, según Teherán por sospechas de que portaba material peligroso, tampoco ayuda a mejorar el enrarecido clima reinante.
Mientras tanto, no deja de resultar alarmante la inacción de la Unión Europea, apenas disimulada por la etérea iniciativa francesa para poner en marcha una línea de crédito a Teherán por un importe de unos 15.000 millones de dólares, en un gesto que debería servir para convencer a Irán de la conveniencia de mantenerse ligado al acuerdo y a Estados Unidos de la ineficacia de su estrategia. Lo que Irán teme, con razón, es que ocurra con esta propuesta lo mismo que con el llamado “vehículo de propósito especial”, un mecanismo ideado por Bruselas para evitar represalias estadounidenses contra las empresas comunitarias que quisieran seguir relacionándose con Irán, y que nunca ha llegado a ponerse en marcha.
En este contexto no es suficientemente tranquilizador que el régimen iraní insista en que todas las decisiones que está tomando desde mayo de 2018 son reversibles, en la medida en que se levanten las sanciones y los demás firmantes cumplan con sus compromisos (básicamente dejar de tratar a Irán como un paria y abrirle las puertas al comercio y a la inversión). Tampoco lo es constatar que por este camino Irán se acerca nuevamente al punto de no retorno, a partir del cual sería tan solo cuestión de meses que pudiera estar en condiciones de realizar una prueba nuclear.