Recordemos que entre Teherán y Washington no hay relaciones directas desde la crisis de los rehenes de 1979. Añadamos que el presidente Obama se enfrenta a fortísimas presiones internas para que no ceje en su castigo a Irán, identificado por su predecesor como parte del “eje del mal”, que debe ser doblegado en su intento por modificar el statu quo de Oriente Medio. No olvidemos tampoco que Israel– por considerarlo su principal amenaza de seguridad- y Arabia Saudí y otros países del Golfo– por rechazo de principios a la idea de tener que admitir a un régimen persa y chií como líder regional- están empleando sus múltiples canales de presión para impedir que Estados Unidos ofrezca respiro alguno a Hasan Rohani y sus correligionarios.
Y a pesar de todo ello, EEUU está empeñado seriamente en el intento por llegar a un acuerdo global con Irán, lo que, entre otras cosas, supondría su inmediata rehabilitación internacional. La primera muestra visible de ello nos retrotrae a marzo del pasado año, en Omán, donde se produjo el primer encuentro directo entre representantes de ambos países. Fue aquello lo que permitió aprobar en noviembre el Plan de Acción, que ha desembocado en el actual proceso de negociación en formato P5+1, para explorar las posibilidades de un acuerdo final que pone el programa nuclear iraní en el centro de la agenda. Aunque desde entonces se han ido desarrollando regularmente diversas rondas negociadoras, el pausado ritmo registrado- inevitable si se piensa en lo enquistados que están los mutuos recelos alimentados durante estos últimos 35 años- no permite suponer que se pueda alcanzar el ansiado acuerdo dentro de los plazos iniciales marcados (antes del 20 de julio).
Cabe pensar que es esa convicción la que ha provocado este salto- precedido la pasada semana de la decisión estadounidense de rebajar su esfuerzo para evitar la exportación iraní de petróleo-, con una nueva reunión bilateral que se inició el pasado día 9 en Ginebra. Ambas partes entienden que no basta en modo alguno con prorrogar otros seis meses las negociaciones al ritmo y en el formato actual (algo que ya se contemplaba en el citado Plan de Acción). Por eso, aún a riesgo de despertar críticas de los demás actores implicados en el juego- la fijación de reuniones bilaterales con Francia (11 de junio), con Alemania (15 de junio) y con Rusia buscan amortiguar un posible rechazo- han decidido retomar el contacto directo.
Es evidente que ninguno de ellos ha dado el paso para regalar nada a su interlocutor, sino que su decisión está basada en la más cruda defensa de sus propios intereses. Irán se encuentra muy cerca de confirmar su relevancia regional desde el Mediterráneo hasta el Golfo– con una influencia indiscutible no solo en Líbano, Siria e Irak sino también en Palestina y otros Estados del Golfo. Aprovechando el efecto positivo que ha tenido la llegada a la presidencia de Rohani, su máxima prioridad ahora mismo es lograr un rápido alivio a su penosa situación económica, tanto para consolidar su apoyo popular como para relanzar su estrategia económica como líder regional. Necesita, por tanto, entenderse con Washington para recuperar un cierto espacio en el escenario internacional, sin tener que desdecirse totalmente de las posiciones que definen al régimen.
Por su parte, Washington transmite de forma cada vez más clara su deseo de salirse del pantano que ha supuesto la región durante décadas (al mismo ritmo que aumenta su apuesta para convertirse a corto plazo en el principal productor mundial de petróleo y gas). Puede volver a convivir con un líder como Irán, jugando al equilibrio de poderes regional (lo que supone seguir apoyando a Riad y Tel Aviv pero ya no como socios vitales). Pero necesita también la implicación de Teherán para estabilizar Siria (lo que no significa necesariamente resolver el conflicto) y un compromiso sobre la desactivación hasta un determinado nivel de su controvertido programa nuclear.
Es precisamente la fijación de ese nivel de desactivación lo que en gran medida determinará las posibilidades de un acuerdo más amplio. Hoy por hoy se abre paso la idea de que es mejor cualquier acuerdo a nada, ante el temor de un Irán que termine por denunciar el TNP y se mueva sin ningún control externo. A partir de ese punto, cabe especular que Irán podrá llegar a adherirse al Protocolo Adicional de 1997, permitiendo inspecciones más intrusivas de los inspectores de la AIEA, siempre y cuando se le reconozca su derecho al enriquecimiento de uranio.
A pesar de los múltiples y poderosos obstáculos que todavía hay que superar, puede entenderse que hay bases para un acuerdo. El próximo día 16, cuando se reemprendan los encuentros en formato P5+1, veremos si estos encuentros bilaterales propician el salto definitivo en un proceso en el que todos nos jugamos mucho.