Aun sin apretón de manos entre Husein (Obama) y Hasan (Rohani), es incuestionable que tanto Washington como Teherán están dispuestos a explorar la manera de superar sus diferencias. Más allá de la limitada decepción por una fotografía que habría ocupado las portadas de todos los medios, hay que entender que ambos han preferido evitar las críticas internas que ese gesto habría provocado. Obama está en uno de sus momentos de mayor debilidad, tras su traspiés en la gestión del conflicto sirio y la bofetada política de los republicanos, a punto de vaciar de contenido su polémica reforma sanitaria. Por su parte, Rohani (recibido con lanzamiento de huevos y zapatos) es bien consciente de las resistencias internas de buena parte del aparato de poder en Irán a la reconciliación con “el gran Satán”, tal como fue definido Estados Unidos desde el principio por el propio Jomeini.
Aún así, ambos actores desplegaron sus artes hasta llegar en septiembre a la Asamblea General de la ONU para, al menos, dar una oportunidad al diálogo. Por parte estadounidense, Obama, que no desea en modo alguno una confrontación militar con Irán, no solo ha reconocido la implicación de la CIA en el derrocamiento de Mohamed Mosadeq (1953), sino que ha proclamado que no trabaja para provocar un cambio de régimen en Teherán y que reconoce el derecho de Irán al uso civil de la energía nuclear. Tampoco ha perdido la ocasión de mostrar su comprensión con un Irán que ha sufrido directamente las consecuencias de un ataque químico (durante la guerra con Irak en 1980-88) y hasta de solicitar la aportación de Teherán para resolver el conflicto sirio. En paralelo, la autoridades iraníes han escenificado igualmente gestos de conciliación, con el líder supremo, Ali Jamenei, emitiendo una fetua que repudia las armas nucleares y demandando una “heroica flexibilidad” a todos para reconducir las relaciones, y con Rohani reconociendo el holocausto judío, liberando a varias decenas de prisioneros políticos y cruzando cartas y llamadas telefónicas con Obama en las que expresa su deseo de poner fin a los contenciosos bilaterales.
Desde hace décadas el régimen iraní busca fundamentalmente preservar su propia existencia y verse reconocido como líder regional. Sin embargo, lo que ha atesorado es un creciente cúmulo de amenazas más o menos directas- con Israel y EEUU en cabeza, pero también con Arabia Saudí y la gran mayoría de los demás países del Golfo en la misma línea-, sanciones que están dañando seriamente su economía y el bienestar de una población a punto de agotar su paciencia y un progresivo aislamiento internacional derivado, sobre todo, de su controvertido programa nuclear. Ante esa tesitura Rohani, con el explícito apoyo de Jamenei, necesita explorar nuevas vías; urgido en el interior por su propia población (difícilmente controlable por métodos exclusivamente represivos) y en el exterior por las señales de animadversión vecinal y de preparativos de posibles ataques directos.
No cabe esperar que haya cambios drásticos a corto plazo en una relación tan envenenada. Pero ninguna de las dos partes quiere ser identificado como el responsable de desaprovechar la oportunidad que se ha abierto. En ese contexto, la mera presencia del Secretario de Estado, John Kerry, en la primera reunión del grupo 5+1 posterior a la Asamblea General ONU con el ministro iraní de exteriores, Mohamed Javad Zarif, debe ser entendida como un paso significativo. Todo ello contando con que, aunque pueda resultar chocante, existe una amplia base de intereses comunes entre ambos países que puede cimentar un proceso que les lleve a establecer una colaboración fructífera. De hecho, en el camino recorrido hasta aquí ya hay señales de esa conjunción de intereses (y de colaboración práctica) en Irak y Afganistán; y lo mismo puede ocurrir en lo que afecta a Siria (ninguno quiere un poder suní en Damasco).
Hasta aquí ha llegado la política de gestos (a la espera de algún guiño iraní sobre la crisis de los rehenes de 1979). Lo que ahora queda es pasar a los hechos transparentes y verificables (a la reanudación de los vuelos directos debe seguir el alivio de la prohibición de importar hidrocarburos iraníes y, simultáneamente, mayores facilidades para los inspectores de la AIEA). En términos comparativos es Obama quien tiene ahora mismo menor margen de maniobra para salirse del guión. Cualquier señal de entendimiento será presentada por sus rivales políticos domésticos como una nueva muestra de debilidad y por parte de Israel y algunos árabes como un abandono de las garantías de seguridad que vinculan a Washington con sus socios de la región. Mientras tanto, Jamenei cuenta con la ventaja de que si la apuesta diplomática sale bien, verá reforzado su liderazgo como árbitro político y como diseñador principal de la estrategia iraní en defensa de sus intereses. Y si sale mal, siempre podrá reprochar a otros (Rohani) la responsabilidad de haberse salido del guión.