A lo largo de los últimos años se ha difundido mucho, no solo pero principalmente en círculos académicos, una interpretación de acuerdo con la cual las campañas insurgentes de terrorismo suicida obedecen a la ocupación militar extranjera. Es decir, que la masiva presencia de soldados foráneos en un país ajeno al suyo motiva una reacción por parte de insurgentes autóctonos que recurren al terrorismo suicida como una táctica considerada especialmente eficaz para forzar la salida de dichas tropas. Esta conjetura fue desarrollada por el profesor Robert Pape, de la Universidad de Chicago, en su influyente artículo “The Strategic Logic of Suicide Terrorism”, aparecido en 2003 en la American Political Science Review y después en el libro Dying to Win. The Strategic Logic of Suicide Terrorism, publicado por Random House en 2005. Sin embargo, no son pocos los escenarios donde los atentados suicidas ocurren con frecuencia, desde Pakistán y Yemen hasta Argelia, poniendo en cuestión los fundamentos de aquella tesis, pues ocurren en ausencia de ocupación militar extranjera y se dirigen de modo preferente contra blancos locales, incluida la población civil. Pero lo que está sucediendo en Irak es una nueva refutación de la misma.
El pasado mes de diciembre, hace ya más de seis meses, el presidente estadounidense Barack Obama proclamó que dejaban Irak las tropas a sus órdenes y que en marzo de 2003, cuando era George W. Bush quien ocupaba la Casa Blanca, habían invadido ese país de Oriente Medio y puesto fin a la dictadura de Sadam Hussein. Pues bien, han pasado más de seis meses desde que se produjo la retirada del contingente militar norteamericano y el terrorismo suicida no ha dejado de existir como parte especialmente notoria del fenómeno terrorista que constituye una realidad cotidiana para los iraquíes. Veamos cuáles son los datos. Entre el 1 de enero y el 28 de junio de 2012 se han producido en Irak 27 atentados suicidas, bien en forma de episodios aislados de terrorismo o imbricados en una serie concatenada de incidentes de esa misma violencia. Ello supone una media de entre cuatro y cinco atentados suicidas cada mes. A modo de contraste, entre junio y noviembre de 2011, es decir, durante los seis meses previos a la salida de los soldados estadounidenses, en Irak se registraron 28 atentados suicidas, lo que sitúa la media mensual en una cifra similar a la del primer semestre de 2012.
Ahora bien, el total de víctimas mortales ocasionadas por actos suicidas de terrorismo en los seis meses que antecedieron al de la retirada de las tropas norteamericanas, entre junio y noviembre de 2011, fue de 205, el equivalente a 34 al mes. En los seis meses posteriores a dicha retirada, esto es, entre enero y el 27 de junio de 2012, el número de muertos producidos como consecuencia de atentados suicidas ascendió a 343, un 59,8% más que en aquel período, alrededor de 57 cada mes. En suma, que los soldados estadounidenses abandonasen Irak no ha conllevado ni la desaparición del terrorismo suicida en dicho país ni siquiera una reducción de su frecuencia mensual, tal y como sugeriría la mencionada tesis de Robert Pape. Al contrario, la incidencia de dicho fenómeno se ha incrementado muy notablemente. Además, si a los fallecidos en territorio iraquí como resultado de los atentados suicidas perpetrados en los primeros seis meses de 2012 se suma el número de cuantos han perdido la vida debido a la explosión de vehículos bomba de diversas características, entonces el número de las víctimas mortales se quintuplica. Sin siquiera contabilizar los atentados terroristas llevados a cabo mediante otro tipo de procedimientos.
En ausencia de blancos militares estadounidenses en Irak, ¿contra quiénes se dirige actualmente el terrorismo suicida en dicho país? Los datos relativos a los seis primeros meses de 2012 son elocuentes y ponen de manifiesto que, casi en su práctica totalidad, los muertos como consecuencia de atentados suicidas a lo largo de ese período de tiempo eran iraquíes y no extranjeros, aunque entre ellos había algunos iraníes o paquistaníes transeúntes. Más en concreto, hasta el 90,4% del total de esas víctimas mortales tenían la condición de civiles. Apenas el 9,6% de las mismas pertenecían a las fuerzas de seguridad iraquíes o eran miembros y empleados de otras instituciones gubernamentales. Más aún, la inmensa mayoría de los civiles iraquíes abatidos en actos suicidas de terrorismo se encontraban adheridos al chiísmo, la confesión islámica dominante en su país. Eso permite entender por qué dichos atentados ocurrieron por lo común en lugares donde, bien sea por razones de culto o de residencia, tiende a congregarse la población iraquí de esa orientación religiosa, especialmente en determinadas zonas de Bagdad y también en ciudades como Nasiriya, Basra, Baquba, Ramadi y Hilla.
¿Y quiénes son los terroristas que planifican, preparan y ejecutan los atentados suicidas que siguen perpetrándose en Irak, aun cuando los militares norteamericanos ya no están allí? Fundamentalmente los mismos que vienen perpetrándolos en ese mismo país desde 2004, es decir, sobre todo individuos integrados en al-Qaeda en Mesopotamia, cuyos dirigentes suelen asumir la autoría de ese tipo de actos de terrorismo a través de su productora al-Furqan y el denominado Estado Islámico de Irak (EII), entidad que asimismo incorpora algunas otras organizaciones yihadistas menores. Pese a haber perdido buena parte de la aceptación popular de que disfrutó hasta hace unos cinco o seis años entre los iraquíes de observancia suní y a otros reveses como la captura y el abatimiento de no pocos de sus más destacados líderes, la rama iraquí de al-Qaeda sigue activa y cuenta tanto con la voluntad como con los recursos necesarios para perpetrar atentados altamente letales, incluyendo en la actualidad a alrededor de 1.000 militantes propios, procedentes del propio país y de otros del mundo árabe, dispuestos a participar en esas actividades terroristas, incluyendo la ejecución de atentados suicidas.
A inicios de 2007, cuando los niveles de violencia terrorista en Irak alcanzaron sus mayores cotas conocidas, en el Real Instituto Elcano realizamos un estudio empírico del terrorismo relacionado con al-Qaeda en dicho país –F. Reinares, O. Arroyo y R. Fontecha (2007), “Un estudio cuantitativo sobre las actividades terroristas relacionadas con al-Qaeda en Irak”, ARI nº 79/2007, Real Instituto Elcano–. Pudimos concluir que no más de una cuarta parte de los blancos y víctimas de ese terrorismo yihadista eran estadounidenses. Ya en aquellos momentos, la estrategia de las organizaciones que practicaban ese terrorismo –que solo entre el 4% y el 11% se manifestaba en forma de atentados suicidas, una proporción que por cierto se elevado significativamente– parecía estar menos basada en hacer frente a los militares norteamericanos desplegados por el país que en imponer su propio dominio sobre buena parte del territorio iraquí y fomentar la confrontación sectaria. Entonces, que las tropas estadounidenses se encontraban desplegadas en Irak, la realidad del terrorismo suicida refutaban la tesis sostenida por el profesor Pape. Ahora que ya no lo están son aún más evidentes, si cabe, las limitaciones inherentes a una explicación del terrorismo suicida en función de la ocupación militar extranjera.