La financiación en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) es capital para el desarrollo de tecnologías y de conocimientos, y para el crecimiento económico de los países. Las posibilidades son variadas, desde la generación de conocimiento científico, a través de la ciencia básica, hasta la aplicación de tecnologías en nuevos procesos y productos.
Datos de la UNESCO indican que el gasto mundial en I+D+i ha alcanzado, en 2015, un récord histórico, de casi 1,8 billones de Euros. Sin embargo, aproximadamente 10 países representan el 80% de dicho gasto. En términos regionales, el norte de América y los principales países occidentales son las regiones con mayor inversión en I+D desde 1996 hasta la actualidad, con una media de un 2,4% de su PIB, y contando con un 39,7% de los investigadores del mundo. La sigue de cerca el este de Asia y el Pacífico, con una media del 2,1% de su PIB invertido y un 38,5% de investigadores. Considerablemente por debajo se encuentran el resto de regiones. Estados Unidos, China, Japón, República de Corea, Francia, India, Rusia, Reino Unido y Brasil son los países más inversores en I+D+i en términos absolutos, lamentablemente tan sólo tres europeos. Sin embargo, si nos atenemos a inversión en base al esfuerzo con relación al PIB, la cosa cambia: de entre los 10 primeros (República de Corea, Israel, Japón, Finlandia, Suecia, Dinamarca, Austria, Suiza, Alemania y Estados Unidos), ya figuran 5 europeos.
Muchos países tratan de estimular una mayor inversión, tanto en el sector privado como en el público, estableciendo objetivos nacionales en términos de esfuerzo con relación al PIB. Si bien existe un fuerte componente del sector empresarial en el gasto en I+D, sin duda la inversión pública es la que favorece que la financiación llegue a los ámbitos donde el sector privado no ve retorno inmediato, a la vez que estimula las actividades innovadoras en sectores y empresas que a priori no cuentan con una tradición en este ámbito. Adicionalmente, se orienta hacia iniciativas cuya base se encuentra en ideas que pueden nacer de grupos de investigación universitarios, individuos con ideas cuya realización sería compleja de materializar o entornos diversos. El enfoque de las políticas de I+D+i hacia las start up sería un claro ejemplo de ello.
Todos ellos son algunos de los objetivos del programa de investigación europea. Enmarcado en planes de financiación plurianuales (Programas Marco), el octavo y último hasta la fecha es el que cuenta con el nombre “Horizonte 2020” (H2020). Con 74.828 millones de Euros para el período 2014-2020, es uno de los programas de financiación en I+D+i más ambiciosos del mundo. Sus objetivos se enmarcan en tres pilares (“Ciencia Excelente”, “Liderazgo Industrial” y “Retos Sociales”), cada uno de ellos a su vez desglosado en diversos “retos” a cumplir. Estos objetivos, propios de cualquier programa de inversión en I+D+i, como los anteriormente mentados, en los que se trata de conectar industria con ciencia, son complementados también con cuestiones sociales, con objeto de configurar las prioridades políticas recogidas en la estrategia Europa 2020. De esta forma, el fin último es el de procurar orientar la investigación en innovación necesaria para alcanzar los objetivos políticos de la Unión Europea, conforme con los valores europeos.
En el caso español, si bien nuestro país no se encuentra entre los principales países en términos de inversión absoluta (unos 17,179.7 millones de Euros) ni en inversión relativa al PIB (invierte alrededor del 1,2%), su desempeño a la hora de obtener fondos públicos europeos es notable: desde la existencia del programa H2020, y según los últimos datos disponibles proporcionados por el Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial (CDTI) –correspondientes al período 2014-2015–, España obtuvo 1100,8 millones de Euros, obteniendo con ello una tasa de retorno (es decir, el porcentaje del total de fondos H2020 dispuestos para los 28 países de la UE) del 9,7%. De esta forma, España se posiciona, en términos globales, como cuarto país receptor de fondos europeos, por detrás de Alemania (17,2%), Reino Unido (16,7%) y Francia (11,6%), y por delante de países como Holanda (9,0%) e Italia (8,5%).
Esta situación de alto retorno, unido a una inversión en I+D+i relativamente baja parece indicar la existencia de un núcleo reducido de instituciones de distinta índole (empresas, organismos de investigación y universidades), que son realmente activas en la captación de los recursos europeos. ¿A qué se puede deber esta situación? Algunas respuestas podrían encontrarse en la escasez de inversiones nacionales en este ámbito, lo cual sugiere cierto grado de sustitución de recursos nacionales por recursos europeos. Otra sería la relativa a una dinámica subyacente al tejido empresarial, e investigador que posee una cierta experiencia por su participación en programas anteriores.
Profundizar en el refuerzo de las instituciones y empresas españolas para la concurrencia en proyectos competitivos de financiación pública europea, al objeto de estimular las capacidades de competitividad e innovación de la industria y la investigación en España, se esboza, pues, como una gran estrategia de captación de financiación europea, pero además posee otras características positivas que pueden redundar en reforzar, aún más, la imagen de España como un país pertinente en materia de investigación, desarrollo e innovación, y supondrá un buen elemento para posicionarnos, también, como uno de los principales países europeos en cuanto a configuración de la agenda europea.