Cuando los gobiernos y las organizaciones internacionales animan al sector privado a unirse a la agenda del desarrollo sostenible, no están pensando en una mera unión simbólica, sino en inversiones materiales de cifras billonarias. Solo las nuevas infraestructuras en países en desarrollo que anuncia el ODS 9 se cuantifican en más de un billón de dólares anuales. Las metas del ODS 7 en materia de energía (eficiencia, acceso universal y aumento de las fuentes renovables) supondrían casi otro billón y la conservación de la biodiversidad conforme al ODS 14 y 15, medio billón adicional. En total, el déficit de financiación anual con el que se lanzó la Agenda 2030 se cifraba en casi 3 billones de dólares.
La estrategia de Addis Abeba
Junto a estas cifras abrumadoras, en la III Cumbre de Financiación del Desarrollo de Addis Abeba en 2015, se presentaron otros datos que permitían mantener el optimismo sobre la Agenda 2030. Los activos financieros mundiales ascendían por aquellas fechas a 218 billones de dólares y se incrementaban anualmente con cifras de ahorro mundial en torno a los 17 billones de dólares. Por consiguiente, según los expertos en financiación del desarrollo reunidos por la ONU, bastaría con canalizar una quinta parte del ahorro internacional anual hacia los nuevos objetivos para que la Agenda 2030 fuera financieramente viable.
Este planteamiento está funcionando muy bien en ámbitos de la Agenda como la transición energética, donde los movimientos de desinversión e inversión privada ya superan con creces las estimaciones de Addis Abeba. Sin embargo, estos flujos financieros se distribuyen geográficamente de manera muy desigual, concentrándose en los países de la OCDE y China, y bordeando los países en desarrollo donde precisamente se concentraban las necesidades de inversión cuantificadas en Addis Abeba. En los países desarrollados, puede bastar con adoptar la legislación adecuada, o simplemente anunciar su adopción, para que las empresas identifiquen nuevas oportunidades de negocio y dirijan allí su financiación propia y ajena. En los países en desarrollo y, sobre todo, en los países menos avanzados, esto no es tan inmediato.
Para subsanar este fallo de los mercados financieros internacionales y movilizar la financiación privada hacia los ODS en países pobres, el sistema de cooperación internacional cuenta con dos tipos de instituciones que están llamadas a establecer nuevas y más amplias alianzas según la UNCTAD. Por un lado, la banca de desarrollo, cuyas garantías, prestamos bonificados y participaciones de capital ayudan a superar las incertidumbres que las economías menos avanzadas presentan para el capital privado. Por otro lado, las agencias de promoción de inversiones (API), que constituyen un sector mucho más reducido en medios materiales y humanos pero que, según la UNCTAD, están en una posición privilegiada para centralizar la información sobre las oportunidades de negocio con impacto directo en las metas de la Agenda 2030. Más aún, su papel clave en la Agenda 2030 sería la elaboración de carteras de proyectos de inversión en ODS o proyectos rentables de desarrollo sostenible.
Expansión en la banca de desarrollo
La banca de desarrollo no representa ninguna novedad para el sistema de cooperación internacional, pero es cierto que se encuentra en plena expansión precisamente por las necesidades y oportunidades financieras que presenta la Agenda 2030. Canadá y EEUU han establecido dos nuevas entidades financieras de desarrollo mientras que las entidades con más trayectoria de Europa y China están aumentando significativamente sus operaciones. Por otra parte, en el ámbito multilateral aparecen nuevos fondos y bancos como el Fondo Verde para el Clima, el Fondo Europeo para el Desarrollo Sostenible 2021-27 o el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras.
Reorientación estratégica de las agencias de promoción de inversiones (API)
Mientras la financiación disponible para apoyar la inversión en ODS aumenta, las propuestas de inversión representan a menudo el cuello de botella para que se cumplan las expectativas creadas en Addis Abeba. De ahí que la propuesta de UNCTAD para reforzar las API y alinear sus estrategias con la Agenda 2030 resulte muy oportuna, además de ambiciosa.
En efecto, las API se han orientado históricamente a la inversión extranjera sin más consideraciones. Su objetivo era atraer inversión, cuanta más mejor, asumiendo que ésta generaría diversos y muy positivos efectos en el desarrollo del país, independientemente del sector, producto o mercado al que se dirigiera la inversión. Ahora, estas agencias estarán evolucionando desde planteamientos generalistas de atracción de inversiones hacia el alineamiento de sus operaciones con objetivos más concretos de las estrategias de desarrollo de sus gobiernos, las cuales están a su vez en línea con la Agenda 2030.
Mientras las estrategias de las API se han basado históricamente en la identificación de ventajas de localización basadas en oportunidades de mercado, reducción de costes, recursos naturales o activos estratégicos para el inversor extranjero, ahora podrían empezar a identificar y clasificar las inversiones extranjeras en función de sus efectos para el desarrollo de su propio país. De esta manera, las propuestas de inversión de las API podrían tener un atractivo adicional para la financiación pública internacional pero también para los inversores privados comprometidos ante sus accionistas y grupos de interés con la Agenda del Desarrollo Sostenible.
UNCTAD y su socio WAIPA, la asociación mundial de las API, están actualmente prestando asistencia técnica a los países en desarrollo para que este cambio de paradigma en las políticas de atracción de inversiones se concrete en el nivel operativo, y los cambios lleguen a las carteras de proyectos de inversión que las API presentan a la banca de desarrollo y otros inversores. Como parte de esta asistencia técnica, UNCTAD ha publicado este año una guía para la Promoción de Inversiones en ODS dentro de la serie de publicaciones UNCTAD sobre asesoría de inversiones, en la cual, hasta 2015, todos los números abordaban la atracción de inversiones desde una perspectiva generalista y más bien técnica. Cabe destacar que, en este número, se presenta un proyecto de la entidad financiera de desarrollo española COFIDES como una buena práctica en la promoción de inversiones con efecto en los ODS 1 (reducción de la pobreza) y 5 (igualdad de género). Se trata de una inversión en transformación, innovación y desarrollo en la cadena de valor del café, ubicada en una zona de reciente desmilitarización en Colombia y con una destacada participación de mujeres en la mano de obra, la gerencia y la propiedad de la empresa.