China se ha convertido en uno de los principales emisores de inversiones extranjeras en el mundo. En 2015 ya fue el tercer mayor inversor en el mundo, prácticamente empatado con el segundo (Japón). En 2016 sus inversiones directas han alcanzado una cifra récord de 225.000 millones de dólares. Numerosos países se han propuesto atraer las inversiones chinas, aunque en los últimos tiempos se está desarrollando un creciente proteccionismo hacia ellas.
La capacidad inversora de China se basa en primer lugar en su potencia financiera, en la disposición por parte de sus empresas de grandes volúmenes de fondos. Hace algún tiempo, la principal motivación de las inversiones chinas en el exterior era asegurarse el suministro de materias primas. Desde hace algunos años las empresas chinas invierten también para adquirir tecnología, conocimientos, mercados, o simplemente para adquirir activos con buenas perspectivas de valor. Muchas personas individuales y empresas invierten en otros países con el fin de situar una parte de su riqueza en el exterior, para cubrirse ante las incertidumbres políticas y económicas de China.
Gran parte de estas inversiones no son inversiones “greenfield”, es decir, inversiones que se traducen en nuevas instalaciones productivas y creación de empleo, sino adquisiciones de empresas existentes; el efecto directo sobre el empleo o la producción es por tanto reducido.
España: inversiones escasas, hasta ahora
España ha tenido un papel relativamente pequeño en la recepción de inversiones chinas. Según un reciente estudio del Mercator Institute for China Studies, entre 2000 y 2016 España recibió 3.015 millones de euros en inversiones de empresas chinas, frente a los 5.726 millones que por ejemplo recibió Portugal (aunque esta cifra está fuertemente influida por una operación individual de gran valor). En Europa, las empresas chinas han concentrado hasta ahora fuertemente sus inversiones. En 2016 un 59 % de ellas se dirigió a tres países: Reino Unido, Alemania y Francia.
La inversión china en España ha estado marcada por algunas experiencias negativas, como la malograda compra del edificio España por el grupo Wanda y el todavía pendiente y delicado asunto del banco ICBC en Madrid.
Sin embargo, el panorama ha empezado a cambiar de forma radical en el último año. Se han producido varias adquisiciones significativas por parte de empresas chinas (Albo, Urbaser, Eptisa), que sin duda contribuirán a proyectar en China una imagen positiva de España como destino de inversión.
Además, están en vías de crecimiento algunas experiencias muy positivas. Quizás el caso más destacado es el de la empresa tecnológica Huawei, que tiene ya más de 1.000 empleados en España (sobre todo en Madrid) y prevé contratar varios cientos más en los próximos años.
Ascenso del proteccionismo contra las inversiones chinas
¿Se mantendrá esta tendencia a la expansión de las inversiones chinas, tanto a nivel internacional como de España?
En los últimos tiempos han aumentado de forma notable los recelos frente a las inversiones chinas. El pasado mes de febrero los gobiernos de Francia, Alemania e Italia escribieron a la Comisión Europea solicitando un reforzamiento de los controles sobre las adquisiciones de empresas tecnológicas por parte de empresas chinas. Ya se han producido varios casos en países industrializados (Australia, Alemania, Estados Unidos) en los que sus gobiernos han impedido compras de empresas locales por empresas chinas.
Este aumento del proteccionismo frente a las inversiones chinas –que podría fácilmente crecer en el futuro– se explica por varios motivos. En algunos casos se trata de empresas en sectores de alto valor estratégico, o que han desarrollado tecnologías susceptibles de doble uso. Puede tratarse también de tecnologías de alto valor, cuya pérdida de control no se considera deseable. En otros casos el comprador es una empresa estatal china, por lo que los recelos se intensifican, tanto por razones políticas (no tener empresas bajo el control indirecto del Partido Comunista Chino) como porque se considera que estas empresas estatales gozan de apoyos públicos que alteran la competencia.
Hay que considerar también lo que podría llamarse el tema de la “reciprocidad”. No es admisible, señalan muchos, que las empresas chinas puedan comprar empresas y moverse libremente en los países occidentales, mientras que las empresas extranjeras se enfrentan a crecientes dificultades en el mercado chino. El clima de negocios para las empresas extranjeras en China se ha deteriorado fuertemente en estos últimos años, como ya hemos comentado en este blog. Las empresas extranjeras se quejan de forma generalizada de las dificultades a las que se enfrentan: discriminación frente a empresas locales, dificultades para repatriar dividendos o para enviar expatriados a China, etc.
Mayor control del gobierno chino
Las propias autoridades chinas han comenzado a tomar medidas para controlar las inversiones de las empresas chinas en el exterior. El ministro de Comercio criticaba hace poco las “inversiones ciegas e irracionales”. China ha registrado un fuerte descenso de sus reservas de divisas, tensiones sobre su divisa, y se enfrenta a un problema serio de salida de capitales. Es de esperar que estas medidas de control se intensifiquen.
En suma, están en juego diversas fuerzas de orientación a veces contradictoria. En los países receptores, las inversiones chinas representan por un lado una aportación de capital que es bienvenida. Por otro, está aumentando el recelo hacia la pérdida de control de empresas en sectores estratégicos, sectores de tecnología avanzada y posible doble uso, a manos de empresas chinas que en muchos casos son estatales –o que, aunque sean privadas, tienen normalmente una dependencia del poder político. La irritación por la asimetría ante el tratamiento crecientemente desfavorable que reciben las empresas extranjeras en China también está fomentando el proteccionismo hacia las inversiones chinas.
Por su parte, el gobierno chino está imponiendo restricciones a unas inversiones que en muchos casos responden al deseo de colocar capitales en el exterior, o tienen una lógica económica de difícil justificación.
En todo caso, la economía china es potente y a largo plazo seguirá creciendo de forma apreciable, según la mayoría de las previsiones. Este es el trasfondo que permite augurar que las inversiones chinas van a seguir desempeñando un papel muy relevante en la economía internacional, aunque puedan conocer altibajos por diversos factores. España debe aspirar, con los debidos controles, a recibir una parte significativa de ellas.