Tras el veredicto de las urnas finalmente se cerró el telón de la magnum opus electoral del gobierno argentino de Fernández y Fernández. Si después de cada elección es normal que se aclaren muchas incógnitas y se abran otras nuevas, en este caso es más lo que queda por ver hacia adelante que los capítulos ya cerrados. Así lo muestran las reacciones tanto del gobierno como de la principal fuerza de oposición después de conocerse los resultados.
Mientras había caras largas entre los hipotéticos triunfadores, la alegría era más desbordante entre quienes parecían ser los derrotados. La clave la dio, con una extraña fórmula retórica, la cabeza de lista peronista de la provincia de Buenos Aires, Victoria Tolosa Paz, quien afirmó: “A nosotros nos tocó perder ganando, ellos pueden haber ganado perdiendo”.
Esto nos lleva directamente al primer interrogante: ¿quién ganó y quién perdió realmente en las elecciones legislativas argentinas? Llegados a este punto sería conveniente distinguir entre la realidad y las expectativas previas a la jornada del domingo 14, donde lo que esperaban unos y otros era una debacle de la coalición oficialista, mayor incluso a la sufrida en septiembre pasado durante las PASO, las primarias obligatorias. Incluso se contaba con que el traspié en la estratégica provincia de Buenos Aires, el gran bastión peronista y el principal respaldo del kirchnerismo, fuera incluso superior a lo ocurrido entonces.
Así y todo, los resultados fueron bastante elocuentes. El Frente de Todos, la coalición gobernante, perdió la mayoría absoluta en el Senado, y, con ella, su capacidad de imponer la agenda política de forma unilateral. Y si bien mantuvo (de momento y a la espera de que concluya el recuento definitivo) la primera minoría de la Cámara de Diputados, lo es por un margen mucho más estrecho que en el pasado. El desarrollo parlamentario puede influir incluso sobre el estado procesal de la vicepresidenta, que todavía afronta diversos juicios pendientes por corrupción.
Si hacemos un ejercicio puramente estadístico, que contabilice el total de votos emitidos en todo el país (lo que no implica trasladar este resultado a los escaños asignados, al ser las provincias las circunscripciones que los eligen), vemos como la oposición superó al oficialismo en casi nueve puntos porcentuales, mientras en las PASO fue de un poco más de diez. Si en septiembre Juntos por el Cambio se impuso en 15 de los 24 distritos del país (el Frente de Todos lo hizo en seis), en esta ocasión la oposición ganó en 13 frente a 9 del oficialismo.
Sin embargo, la mayor remontada del peronismo se dio en los distritos más poblados del Gran Buenos Aires, donde gracias al reparto masivo de ayuda directa a los votantes (la “platita” en el bolsillo) y al esfuerzo de movilización de los aparatos municipales peronistas se recuperó medio millón de votos. Esto les permitió reducir la distancia en dos puntos porcentuales y mantener la ventaja en Diputados. Fue, precisamente, la gran diferencia entre las expectativas y la realidad lo que le permitió a los dirigentes peronistas liberar la tensión acumulada en las últimas semanas.
A la vista de estos resultados, otra de las incógnitas a despejar es cómo se garantizará la gobernabilidad del país hasta el fin del actual mandato presidencial, en diciembre de 2023. Hay varias cuestiones pendientes, como las series contradicciones dentro del gobierno entre “cristinistas” y “albertistas”, la negociación con el FMI, el control de la pandemia y la recuperación económica, la lucha contra la inflación y la contención del tipo de cambio peso/dólar, disparado en las jornadas previas a la elección. Pese al imparable aumento de la pobreza y la extrema pobreza y a las grandes dificultades políticas, la posibilidad de un serio estallido social es relativamente improbable, salvo que la crisis se agudice todavía más y las diferencias entre peronistas y kirchneristas hagan saltar su coalición por los aires.
Ahora bien, ante la mayor debilidad parlamentaria, el gobierno necesita el aval de la oposición para presentar un plan económico que le permita negociar tanto con EEUU como con el Fondo. Simultáneamente, la oposición desconfía de la propuesta negociadora, a la que ven como una trampa potencial que les haga perder posiciones respecto a las próximas presidenciales. Pero, al mismo tiempo, tampoco pueden presentarse como irresponsables frente al conjunto del país. Por eso exigen que sea el gobierno quien se siente previamente a negociar entre ellos y logre el acuerdo de sus principales fuerzas, especialmente de Cristina Kirchner, hasta ahora sumamente reacia a cualquier acuerdo con el FMI.
Ni al presidente ni a la vicepresidenta, y mucho menos a gobernadores, alcaldes y otros líderes regionales les interesa la implosión del gobierno. La lección de lo ocurrido tras las PASO y los enfrentamientos públicos entre sectores fueron bastante autodestructivos y pueden poner en cuestión la propia supervivencia del peronismo.
Las elecciones parlamentarias confirmaron la buena elección de la izquierda trotskista y también de las opciones más libertarias, especialmente desde la perspectiva del liberalismo económico, en la Ciudad de Buenos Aires y en la provincia del mismo nombre. El Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT) se consagró como la tercera fuerza a nivel nacional y obtuvo cuatro diputados (tenía dos). Por su parte, tanto José Luis Espert como Javier Milei lograron entrar en el Congreso, con tres y dos diputados respectivamente. Aquí, la pregunta gira en torno a la proyección futura de estas opciones y su capacidad de negociar con otros sectores más próximos.
De todos modos, la principal cuestión es qué pasará en las dos grandes coaliciones nacionales de cara a las presidenciales de 2023. Pese a que aún quedan dos años por delante para la definición de las candidaturas, las cosas han comenzado a moverse, a ambos lados del espectro político. De un lado, es difícil que Cristina Kirchner se presente, pero habrá que ver si ante las escasas opciones de triunfo el peronismo vuelve a concurrir unificado o, por el contrario, habrá un candidato kirchnerista (¿Máximo Kirchner?) y otro peronista. Aquí, hay que contar con la figura del actual jefe de Gabinete, Juan Manzur, lo que dependerá mucho de su gestión en los próximos meses, pero también de la más que posible emergencia de algún otro gobernador provincial.
En la oposición encontramos una doble línea de fractura. De un lado, las diferencias entre radicales y macristas, especialmente tras el buen desempeño que el viejo partido centenario hizo en las PASO y su fuerte recuperación en algunas provincias del interior, donde la presencia del PRO es minoritaria. De otro lado, las diferencias entre halcones y palomas, presentes básicamente en el macrismo, siendo Patricia Bullrich, exministra de Seguridad, exponente del primer sector, y Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, quien más opciones tiene entre los segundos. Obviamente, las líneas son móviles y ya se habla incluso de una fórmula conjunta entre Bullrich y el radical Alfredo Cornejo, exgobernador de Mendoza. Y todo esto sin olvidar las aspiraciones de retorno de Mauricio Macri, que espera un desquite de su pobre gestión entre 2015 y 2019.