Tanto obsesionarnos con China, que nos tapa a India. Este país, que estas semanas está viviendo un largo proceso democrático en el que el nacionalista Narendra Modi se juega su futuro, se está convirtiendo en una potencia económica y tecnológica. Su PIB ha venido creciendo entre 1951 y 2018 a una media del 6,21% al año. El año pasado ya superó a Francia y para 2020 habrá adelantado a su antigua potencia imperial, el Reino Unido, convirtiéndose en la quinta economía del mundo. India no podrá copiar el modelo chino. Los tiempos de desarrollo a través de mano de obra barata en manufactura se están quedando atrás. Tendrá que hacerlo transformándose directamente en una economía digital. Y para eso está bien preparada.
El pasado 27 de marzo India demostró al mundo una nueva capacidad al alcanzar a un satélite en órbita, entrado en el estrecho club, con EEUU, China y Rusia, de los países con armas antisatélites. Una prueba no exenta de irresponsabilidad al llenar el espacio de peligrosos escombros que, según la NASA, podrían poner en peligro la Estación Especial Internacional. India tiene un programa espacial, y es ya una potencia nuclear con todo lo que eso implica. Y no es un India First, pero sí tiene desde 2013 un programa estratégico glocal (que combina lo global y lo local) llamado Make in India (“Fabrica en India”), que se puede ver reforzado con lo que aporte la inteligencia artificial. A este respecto tiene, ya como tantos pero con el tamaño de India, una Estrategia Nacional de Inteligencia Artificial que identifica cinco sectores (sanidad, agricultura, educación, ciudades inteligentes e infraestructuras y transportes) en los que concentrar su esfuerzo en este campo. Aunque, como casi todos también, tiene un déficit de capacitación de profesionales en estas materias. Piensa que la IA puede crear más empleos de los que destruya.
¿Cómo se convierte uno en una potencia tecnológica en nuestros días? Suiza, lo es; Israel también; incluso Corea del Norte en algunos aspectos. Pero les falta masa crítica de población, en unos momentos en que la recolección de datos masivos, el Big Data, resulta esencial. India la tiene, con 1.365 millones de habitantes que están viviendo una exposición de conectividad (y generación de datos). Quinientos sesenta millones de indios, según un informe de McKinsey del que tomamos muchos de estos datos, ya tenían a finales de 2018 una suscripción a Internet, cuatro veces más que dos años antes, convirtiéndose en el segundo país del mundo al respecto después de China. Y puede aumentar otro 40% tanto en conexiones a Internet como en móviles en otros cuatro años. Ya tiene 1.170 millones de líneas contratadas y 354 millones de smartphones, 26,2 por cada 100 habitantes (Suecia tiene 95,4/100). En 2025 será una sociedad plenamente conectada, a pesar de las desigualdades en riqueza entre estados y capas de población, y de que en India la conectividad por móviles está seriamente limitada entre las mujeres, algo que también está cambiando. La gran competencia en el mercado de las telecomunicaciones ha propiciado esta conectividad social, que ha venido acompañada de otra empresarial, aunque desigual.
Doscientos cuarenta y cinco millones de indios al mes ven videos de YouTube desde sus casas, en sus móviles, en los autobuses, en la calle y en otros lugares. Netflix cuenta con 2 millones de abonados, y creciendo. El uso de datos móviles en India es superior al de China y parecido al de Corea del Sur, una economía avanzada. India, según el citado informe, se está digitalizando más rápidamente que ningún otro país asiático, salvo Indonesia. No resulta sorprendente que India, al menos con Modi, quiera ejercer un control nacional sobre Internet.
En un país en el que el carné de identidad era un problema, el Gobierno ha logrado recabar los datos biométricos de 1.200 millones de ciudadanos. Aadhaar es un número de identificación de 12 dígitos, para obtenerlo los ciudadanos tienen que dejarse tomar sus huellas digitales, escanear el iris, fotografiar y otros datos (de muchos de los cuales ya disponen los países con documento nacional de identidad). El Tribunal Supremo ha dictaminado que es legal que las administraciones públicas pidan el aadhaar para algunos servicios, pero no así las empresas privadas para dispensar una cuenta bancaria o una tarjeta de móvil. Pero este, que es el mayor programa de identidad digital del mundo, se puede ver como un avance del Estado de vigilancia, en lo que, a diferencia de China, es una democracia. La mayor del mundo, aunque con rasgos autoritarios con el hiperliderazgo de Modi.
Justamente, esta explosión de conectividad se deja también sentir en estas elecciones que, dado el tamaño y la complejidad de este país-subcontinente, o país-civilización, se celebran entre el 11 de abril y el 19 de mayo, con 900 millones de personas con derecho a voto. Aunque aún con carteles y camiones y otros elementos tradicionales, estas son las primeras elecciones para India en las que las redes sociales, con 249 millones de usuarios, van a desempeñar un papel central, no necesariamente positivo, como se ha visto en democracias supuestamente avanzadas. “Comparte alegrías, no rumores”, recomienda Whatsapp a sus usuarios en India.